Por Caridad Vela
La empatía es un sentimiento que nace de la bondad humana, pero no es más que una noble intención de quien pretende entender circunstancias ajenas a su propia esencia. Imaginamos aquello que no hemos vivido buscando acercarnos a quienes sufren alguna limitación, y por más generoso que sea el sentimiento, éste queda en el ámbito emocional y no provoca transformaciones.
Las personas con capacidades especiales necesitan ciudades inclusivas, viviendas con características diferentes y ciertas facilidades en su entorno para vivir el día a día. La sociedad tiene una deuda pendiente con estos valiosos seres humanos que son el símbolo del coraje, la resiliencia y el amor por la vida.
Zuko Carrasco me recibe en su casa en Tumbaco. Su sonrisa ilumina el entorno en una tarde de fuerte aguacero en el valle. “No fue fácil aceptar mi nueva realidad, pero hoy vivo solo, soy independiente, y con la ayuda de muy buenos amigos he vuelto a escalar montañas y trabajo para ser la voz de quienes, como yo, necesitamos ambientes inclusivos para vivir”, me dice.
Zuko Carrasco
Llena el alma conocer a un hombre cuyo trabajo dependía de la movilidad de su cuerpo, y ver la enorme persona en la que se convirtió cuando su cuerpo lo abandonó. Antes de su accidente era guía de montaña, aventurero, soñador e intrépido. A mi criterio lo sigue siendo, pero hoy con un alma más libre a pesar de tener el cuerpo atado a su silla de ruedas.
¿Cómo es la vida hoy?
Bastante mejor que hace seis años cuando tuve el accidente. Caí de una altura de 12 metros e instantáneamente dejé de sentir mi cuerpo. Aceptar que desde ese instante era parapléjico fue un proceso muy duro, depresivo y lleno de momentos oscuros. Poco tiempo después del accidente viajé a Barcelona porque mi familia quería encontrar tecnologías o terapias para cambiar la realidad, pero ahí me dijeron que nunca volvería a caminar, que debía empezar el proceso de aceptación y aprender a ser independiente.
¿Barcelona es una ciudad accesible para personas con discapacidad?
Sí. La topografía ayuda mucho porque, a diferencia de Quito, Barcelona es una ciudad plana. No es que tiene un hotel o un restaurante accesibles, sino que toda la ciudad está involucrada en una cadena de accesibilidad que incluye transporte público, servicios, entretenimiento, etc., y en ese nivel de accesibilidad, las discapacidades pasan desapercibidas porque podemos ser independientes.
¿Cómo evolucionar hacia ese nivel de accesibilidad?
Barcelona es lo que es a consecuencia de que fue la ciudad anfitriona de los Juegos Paralímpicos en 1992. No sé qué tenga que suceder en Ecuador para dar ese salto. Tener una discapacidad es muy caro, casi un lujo, vivirla en pobreza es un verdadero drama, y las autoridades deben entender eso. Yo tengo un carro adaptado para mis capacidades, puedo movilizarme, pero no entiendo cómo hacen las personas cuyos ingresos no les permiten tomar un taxi, porque los buses no tienen facilidades para sillas de ruedas. Dios quiera que el Metro si las tenga, toco madera.
¿Qué es lo más importante?
Todo es importante y hay mucho por hacer. El nicho de personas con discapacidad es muy grande, en realidad abarca un universo que incluye no solo a personas como yo. Hay gente de la tercera edad, mujeres embarazadas, personas con sobrepeso, personas de baja estatura o quienes tienen una lesión momentánea y necesitan silla de ruedas o andar con muletas. Todos ellos requieren condiciones especiales para movilizarse, pero en Ecuador hay que desarrollar valor para enfrentar ciertas situaciones de accesibilidad.
¿Qué tipo de situaciones?
Hay lugares cuyas rampas de ingreso son tan empinadas que es imposible subirlas o bajarlas sin ayuda. Otras tienen la inclinación adecuada pero son alfombradas, y superarlas requiere de juventud y mucha fuerza en los brazos. Las mesas de algunos restaurantes no permiten que la silla de ruedas entre debajo de ellas para estar lo suficientemente cerca al plato de comida, y los baños son un verdadero reto.
Es urgente provocar un proceso evolutivo que nos lleve a corregir estos errores…
Primero hay que entenderlos y estudiarlos. Antes de ir a Barcelona miré un montón de videos de temas de accesibilidad y descubrí un postgrado increíble en la Universidad de Cataluña. No soy diseñador ni arquitecto, no manejo planos, pero me presenté donde ellos y me permitieron hacer el posgrado. Lo terminé en 2018 y lo primero que hice fue aplicar la teoría en mi casa para lograr el 100% de independencia en el día a día, y quisiera encontrar la forma de implementar estos conceptos en la ciudad y en el país.
¿La normativa ecuatoriana es aceptable?
Es muy buena. Está basada en la normativa española, que es incluso mejor que la estadounidense, pero de nada sirve la letra escrita si no se aplica, si no hay una entidad que vigile su cumplimiento al menos en las construcciones nuevas. Son cosas bastante simples que ni siquiera implican costos adicionales, por ejemplo el ancho de las puertas, la inclinación de las rampas o el metraje de los servicios higiénicos.
¿Qué recomendación darías a las autoridades que planifican este tipo de normativa?
Esto no es ciencia, es práctica. Les prestaría mi silla de ruedas para que paseen durante un día por la ciudad, solo un día, no toda la vida, y vivan los problemas que tenemos. Se darían cuenta que no es difícil, ni más caro, considerar ciertos detalles que para nosotros significan la diferencia entre vivir y sobrevivir.
¿Trabajarías en el municipio para generar este cambio?
Me encantaría. Mi responsabilidad es justamente con la gente que represento, quisiera abogar por ellos, eso me haría inmensamente feliz. Lamentablemente mi posgrado lo hice en Cataluña, en una de las pocas universidades españolas cuyo título universitario no es reconocido en Ecuador, y eso es requisito para poder trabajar en el sector público. Mi certificación de Guía de Montaña no vale nada en el Ministerio de Turismo. El resultado es que trabajo en el área de responsabilidad social en una extraordinaria institución privada, me encargo de los temas administrativos de programas educativos y otros enfocados a la protección del medio ambiente.
¿Tu lugar de trabajo es accesible?
Ahora lo es, pero hicieron falta algunas adecuaciones cuando llegué. Mi día a día está hecho de detalles que son imperceptibles para quienes no tienen mi limitación. La impresora, por ejemplo, estaba más alta que yo; mi silla de ruedas no entraba debajo del escritorio, adecuaron un par de rampas y dieron unos toques a los servicios higiénicos en mi piso.
Foto: Andrés Molestina
¿Tu casa la diseñaste tú?
Esta casa era una bodega donde funcionaba el taller de mi amigo, que es mi vecino, y la iba a convertir en una suite. Cuando los supe le pedí que la hiciera para mí. No hay puertas bajo el mesón de la cocina porque si tendría que retirar mi silla para abrirlas no alcanzaría a coger lo que necesito. El espacio donde está el lavabo tiene un volado que me permite meter la silla hasta quedar lo suficientemente cerca para lavar los platos. Todo está a una cierta altura en la que yo puedo alcanzar lo que necesito y el piso del baño no tiene desniveles para la ducha.
¿Es 100% funcional?
Sí, pero esta es mi casa. Mis amigos me quieren mucho, pero sus casas no son aptas para personas con discapacidades. Las mesas o algunos adornos son obstáculos para alguien como yo. Además, debemos ver más allá de nuestros espacios personales, porque la accesibilidad involucra parques, servicios, transporte público, barrios y ciudades. Es imperativo ver cómo adaptamos las viviendas y las ciudades para otro tipo de discapacidades, como son la cognitiva o las que afectan a los sentidos como la vista, el habla o el oído. Cada una requiere atenciones especiales.
¿Y tu vida social?
Antes me preocupaba un montón, buscaba lugares accesibles en internet para asegurarme de que no tendría problemas. Ahora no. Voy y punto. Si el lugar no tiene facilidades me toca pedir ayuda y dar una amable lección a quienes administran el local. No es excusa que la población de personas con discapacidad seamos minoría (15% de la población mundial), o que no salgamos mucho, los lugares deben estar adecuados para atender estas excepciones.
¿En qué lugar te sientes seguro?
Los centros comerciales son los mejores lugares, son súper accesibles. Algunos tienen rampas muy empinadas pero los corredores son planos y sin alfombra, las tiendas no tienen gradas para entrar, los ascensores son amplios y hay todos los servicios: bancos, supermercados, panaderías, tiendas de todo tipo. Siento mucha empatía de la gente porque mi discapacidad es evidente, pero no a todos les sucede lo mismo.
Sigues escalando y además volando en parapente, ¿has perdido tus miedos?
No, mis miedos están ahí, pero he logrado conectarme con ellos. Volver a escalar ha sido un proceso largo. Curiosamente, volar en parapente no me había llamado la atención, pero hice un vuelo en tándem con un piloto experimentado y me encantó. ¡Imagínate lo que fue pasar de no poder caminar a estar volando! Lo siguiente fue investigar cómo volar en parapente, porque hay gente con mi misma discapacidad que sí lo hace.
Foto: Andrés Molestina
Y lo hiciste…
Los aparatos son carísimos, en Europa cuestan alrededor de $4.000, pero mi vecino y amigo Jack Bermeo hizo un prototipo que nos costó $500 y cumple todas las normativas de seguridad. No es “de marca”, pero funciona. Tengo la fortuna de estar rodeado de gente que me apoya, amigos que me jalaban para que yo despegue desde la playa, y aprendí a aterrizar. El miedo no está ausente, pero me conecto con mi valentía una vez que estoy seguro de que sé cómo hacer lo que voy a hacer.
Además escalaste el Kilimanjaro…
Lo logré gracias a la empatía de mis panas que me acompañan en estas aventuras. Escalando esa montaña, que es la más alta en África, llegué a un punto en el que mis brazos no daban más a pesar del entrenamiento que hice. Me frustré mucho. Quería caminar, moverme con agilidad, coronar. Fue un golpe emocional muy duro. Uno de mis amigos me dijo: “no podemos hacer que camines, pero podemos ser tus piernas y estamos dispuestos a serlo”, y empezaron a empujar y a jalar, a seguir empujando y a seguir jalando, hasta que llegamos a la cumbre. No fue fácil aceptar esa ayuda porque el ego te juega en contra, quieres hacerlo solo, pero ese día murió el ego y nació el entendimiento de que con esfuerzo, y dejándome ayudar, puedo alcanzar mis sueños.
Foto: Andrés Molestina
Indescriptible sensación…
Cuando llegamos al Tibet sentí que había renacido. Poco después escalamos el Cayambe. Fueron tres días súper duros en los que mis amigos estuvieron de rodillas ayudándome, sacados el aire colocando los cables de la wincha, los esquís a mi “silla”, jalando y empujando. Hubo de todo, lloramos de emoción, nos peleamos, nos gritamos y también nos morimos de risa. Aun no sé qué hice yo para merecer que ellos me ayuden así. De esa aventura estamos editando un video súper inspirador incluso para personas que no sufren ninguna discapacidad. Queremos compartir esta historia.
¿El siguiente reto?
Sueños no me faltan. Me encantaría ir a París, a los Juegos Paralímpicos de 2024, y competir en bicicleta de ruta. Estoy entrenando como loco y ya empecé a averiguar el proceso. Hablé con Sebastián Palacios, Ministro del Deporte, y ha ofrecido apoyarme. Mientras tanto quiero subir otra montaña, puede ser el Cotopaxi el próximo año; y también me encantaría conocer el Himalaya, no ascenderlo, me basta con llegar a la base y verlo.