Cucuruchos, pecadores, mártires y devotos desfilarán por las calles en una vivencia que cohesiona lo religioso con lo pintoresco. El escenario es el Quito colonial. El evento es Semana Santa. La relevancia a nivel de fe y devoción es enorme. El atractivo turístico es cada vez más relevante.
Vale la pena refrescar en la memoria los sucesos de los que da cuenta la religión católica que se reviven esos días. Para ello recurrimos a un gran amigo de esta casa, el Padre Roberto Fernández, quien escribe para nuestros lectores sobre el verdadero significado de la Semana Santa.
Por: Padre Roberto Fernández
Es la conmemoración del drama de nuestra salvación narrado por los cuatro evangelistas, y expuesto cada año a los ojos y oídos de los fieles que quieren encontrar una nueva inteligencia de la fe, participando en la liturgia de la Iglesia que celebra a Cristo muerto y resucitado.
Como decía Santo Tomás, el hombre no puede entender sin imágenes, ya que no hay nada en el entendimiento que no haya estado primero en nuestros sentidos (Aristóteles). De ahí la importancia de sentir, de tocar, de ver y oír los misterios de la fe en el simbolismo de las celebraciones propias de la Semana Santa que se inicia en el Domingo de Ramos y culmina en el Triduo Pascual, o sea, Jueves, Viernes y Sábado, tres días santos que nos conducen a la apoteosis de la Resurrección en la Vigilia del Domingo Pascual.
Por eso, el adagio teológico fides ex auditu, o sea, la fe nos entra por los oídos: importancia, pues, de las Sagradas Escrituras, que recogen la Historia de la Salvación y que fecundan los esfuerzos de una teología que trata de articular racionalmente los datos revelados con la praxis de la fe, y que inspiran también la predicación de la Iglesia enviada por Jesús a “hacer discípulos a todos los pueblos y bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28, 18).
El macro relato de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo es el núcleo germinal del Nuevo Testamento. El Resucitado es el que había tenido que padecer y morir, según las Escrituras, y es también el mismo que nació de Santa María Virgen, conforme a la profecía de Isaías 9, 14 y ss. Estos datos inspirados por Dios a los autores sagrados han trascendido los límites formales de la Liturgia y han inspirado desde la creatividad del arte popular hasta el arte más académico. Gabriel Miró en Figuras de la Pasión del Señor; Passolini y Mel Gibson que llevan al cine el mismo drama; Mozart, Bach o Haendel en la música clásica; o Velázquez en su Cristo crucificado, contribuyen desde la verdad de la estética a nuestra aproximación personal al misterio de Jesús. Sin embargo, nada puede remplazar la experiencia personal de leer y releer esas tres páginas que dan testimonio de la Pasión y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Se inicia la Semana Mayor del calendario de la Iglesia, el Domingo de Ramos, con la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén (Juan 12, 12). Ese día se hace una procesión en la que el sacerdote representa a Cristo y los fieles representan a los habitantes de Jerusalén y a los peregrinos que llegan a la ciudad santa. Allí recibieron a Jesús entre ramos festivos y palabras de bendición: “Bendito el que viene en nombre del Señor”.
Lunes, martes y miércoles se dedican a la meditación, la celebración de la eucaristía, la confesión y diversas devociones y penitencias. Destacan el viacrucis y los misterios dolorosos del Rosario como prácticas más generalizadas. Cada iglesia local suele tener ciertas tradiciones propias según su historia.
El Jueves Santo es el día del amor fraterno y se conmemora en dos grandes celebraciones. En la mañana, la misa crismal que reúne al Obispo con sacerdotes y diáconos en solemne concelebración dentro de la catedral con los fieles. Es el día de la Institución del sacerdocio por Jesús: “Como el Padre me ha enviado, así también les envío Yo” (Juan 20, 20). En la tarde, la misa de institución de la Eucaristía, sacramento de la presencia del Señor que hace posible una relación yo-tú con Jesucristo. Se llama comunión por tres razones: nos une con Dios, nos une entre nosotros, y nos une con las personas que ya están en la presencia del Señor. Importantísimo comulgar en esa tarde.
El Viernes Santo conmemora la Muerte de nuestro Señor Jesucristo y lo celebramos proclamando la pasión según San Juan. Adoramos la Santa Cruz y se obsequia un donativo para el cuidado y las necesidades de Tierra Santa. Termina la ceremonia con la santa comunión. En la predicación suelen recogerse las palabras del Señor desde la cruz. Estremece sobre todo oír a Jesús repetir el salmo 22: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? (Marcos 15, 33). Consuela también pensar que Jesús no murió solo. Tenía alrededor a su Madre y un puñado de amigos que lo bajaron de la Cruz y lo sepultaron.
El Sábado Santo nos recuerda que Jesús fue sepultado. Toda la Iglesia extendida por el mundo medita la muerte de Jesús y prepara la celebración más importante del Cristianismo, la Resurrección de Nuestro Señor.
La Vigilia Pascual se sintetiza en la frase: El Señor ha resucitado”. Tiene cuatro grandes momentos: Liturgia del fuego, de la Palabra, del agua y de la Eucaristía. Cristo es la Luz que no se apaga y resplandecerá por siempre iluminando nuestras vidas y sus caminos. El nos lo había dicho proféticamente: “Cuando yo sea elevado atraeré a todos hacia Mí” (Juan 22, 30) y San Juan lo ratifica “Mirarán al que atravesaron” (Juan 19, 37). Feliz noche y feliz culpa que mereció tal redentor como se canta en el himno exultet.
“El Nuevo Testamento es el entendimiento que los cristianos han tenido del Antiguo. Porque el Nuevo no es otra cosa que la experiencia de Cristo vivida por los primeros cristianos al interpretar el Antiguo Testamento: esta escritura completa la primera y la corona” (Pierre Benoit, Pasión y resurrección del Señor, Madrid, ediciones Fax, 1971, pág. 363). En estas palabras del sabio dominico, que fue por años el Director de la Escuela bíblica de Jerusalén, se une inseparablemente el Cristo histórico con el Cristo de la fe que sigue acompañando hoy a su Iglesia, como lo prometió cuando dijo: “Yo estaré con Ustedes todos los días hasta el final de este mundo” (Mateo 28, 20) y que sigue haciendo arder nuestro corazón al escuchar las Sagradas Escrituras y al compartir el Pan de la Eucaristía (Lucas 24, 32).