Por: María Gracia Banderas
Canciones, poemas, libros y variadas formas de arte han hecho referencia a la huella del tiempo durante el transcurso de la historia. Muchos miran el caminar del reloj desde una óptica nostálgica, otros lo hacen admirando la experiencia y sabiduría que solo este precioso regalo permite al ser humano. “Tiempo es vida”, reza una popular frase.
Para Rubén Ricaurte, “el tiempo es el todo”. Él mira con alegría cada cana o arruga presentes en la expresión física de un ser humano, pues eso implica conocimiento, experiencias y anécdotas que contar.
Admirado por los misterios del tiempo, y habiendo llevado el arte en las más puras expresiones desde que es un niño, decidió plasmarlo en sus obras, condensar los años que pasan por un objeto, y entregar a Ecuador y al mundo obras de arte que cuentan historias, que reúnen sentimientos, pero sobre todo, son la más fina y evidente expresión del rítmico caminar de aquel tic-tac sobre la materia.
El desintegracionismo es un estilo que Rubén ha desarrollado mediante el cual ha conjugado “tiempo – elemento”. “Luego de 300 años se puede observar todos los elementos que transitaron por un objeto, es decir, hay tiempo impreso en él”. Rubén, escultor y pintor, ha encontrado técnicas que permiten poner en evidencia este suceso tan propio de la existencia. A través de la utilización de agua salina o fuego, el artista acorta el período que llevaría a un elemento desintegrarse y pone en evidencia aquel proceso.
La idea de este nuevo estilo surgió gracias a un criadero de termitas. “Me sumergí mucho en el bosque, y me di cuenta que, al pasar de los años, un árbol fue degenerándose; las termitas luego de unos tres años habían creado una obra de arte. Eso me dio la pauta necesaria para utilizar ese estilo en todas mis obras”.
La materia prima con la que Rubén trabaja es el metal, en particular el acero inoxidable, evidente en la exposición permanente que tiene de su magnífica obra en Ridal Galería Café.
El 90% de piezas elaboradas por Rubén son obras de arte únicas y otras son piezas decorativas. “Un artista tiene que ser un buen observador, muy detallista en todo. Las obras cuentan historias que he vivido u observado; hay mucha historia real detrás de ellas, no soy de fantasía”.
La escultura favorita de Rubén recoge la fuerza acérrima de la voluntad humana, la belleza de la evolución y la destreza con la que las manos pueden trabajar. ‘A flor de piel’, nombre con el que bautizó a la obra, expresa la historia de una quinceañera que no conocía lo que significaba desplazarse con sus propias piernas debido a la escoliosis con la que nació. El artista estuvo presente en la cirugía de columna que se le practicó; miró atento cada detalle mientras grababa en su mente una a una las cicatrices convertidas en sellos de fortaleza. La técnica utilizada en la pieza de arte involucró el uso de fuego, ácidos, cobre y pintura acrílica sobre acero inoxidable. El resultado es el tórax femenino que muestra cada una de las huellas producto de la operación.
También trabaja con pintura artística sobre acero inoxidable. “Nace a partir de dos años de experimentos, incluso estuve a punto de claudicar, pero el esfuerzo siempre da sus frutos al final. Solía pintar mucho sobre lienzo, pero nunca me encontré o me sentí complacido, ahí surge la idea de buscar nuevos materiales para poder pintar, y el acero inoxidable me dio esa armonía que buscaba”.
Las temáticas son variadas, pero todas ellas involucran su sello personal: “desintegrar un poco la imagen plasmada en la pintura”. Una de ellas llama particularmente mi atención debido a la fuerza emocional que transmite, se trata del rostro de un hombre que se desintegra abruptamente, mientras que su mirada evoca un grito desesperado en búsqueda de un camino que lo lleve a un puerto pacífico.
El tejido es otro de los sellos con los que cuenta la obra de Rubén. “El tejido es el fin del desintegracionismo, el momento en el que empiezas a tejer se pone un alto a la desintegración y se concluye la obra de arte”.
Rubén llevó desde siempre al arte impreso en sus sentidos. De niño elegía esculpir ladrillos a pasar tiempo con sus juguetes, “además no había juguete que no desbaratara; pienso que era la curiosidad de poder ver más allá de lo que puede tener un caparazón. La inquietud de querer llegar al corazón mismo de cada pieza o persona me llevó a trascender en la pintura y en la escultura”. Hubo momentos en los que una carrera tradicional intentó seducirlo, sin embargo, se “dejó llevar por el otro lado” en el que explora y potencia su sensibilidad.
Junto con su esposa Nancy Hidalgo, quien lo acompaña e impulsa en este camino artístico, decidieron dar vida a un espacio en el que la gente pueda apreciar el arte, distraerse de las actividades cotidianas mientras bebe una copa de vino y escucha la excelente selección de jazz que matiza la espléndida exposición de Ridal Galería Café.
“Yo no quiero quedarme con lo que he aprendido, quisiera transmitir este conocimiento a nuevos artistas”. La técnica y estilo desarrollados por Rubén serán compartidos en talleres que se realizarán más adelante y además abrirá las puertas de su galería para que nuevos talentos cuenten con un espacio en el que su arte pueda ser apreciado.
El principio y el fin de una obra de arte es complacer los sentidos, y con este objetivo se abre un espacio anexo a la Galería en el que prima un concepto arquitectónico y decorativo oriental, que llama a la relajación y a degustar los mejores platillos de la gastronomía japonesa.
En definitiva, Ridal Galería Café, ubicada en La Floresta, es un lugar que invita a los capitalinos a vivir una completa experiencia sensorial mientras se involucran con el tiempo como protagonista de las piezas que narrarán infinitas historias.