Por Pamela Cevallos
El arte es una necesidad del ser humano. A pesar de que muchos no están acostumbrados a convivir con él, casi siempre una manifestación artística abre las puertas de los corazones más cerrados. Y es que el arte, de cualquier tipo, lo que busca es provocar una crítica, sea positiva o negativa, porque el punto está en las posibilidades que tiene alguien para expresar algo, y de la capacidad de otro para recibir su mensaje.
Eso es precisamente lo que hace la Compañía General de Indias, un grupo de artistas mujeres que abrió este espacio con ese fin: el de provocar. Por ello su nombre, una designación tomada de la historia que busca llamar la atención y aclarar que en su espacio artístico existe, necesariamente, un intercambio de productos, no solo físicos, sino también intelectuales. Son cuatro artistas: Paulina –Chiqui- Burneo y Virginia Pérez, ceramistas; María Dolores Salgado, ceramista e ilustradora; y, Paulina Arcos, escultora.
En esta ocasión conversamos con dos de ellas, Chiqui y Paulina, quienes nos recibieron en su iluminado y sereno taller de Quito: “Compramos y vendemos para la Compañía General de Indias, el nombre resultó de un juego de palabras y de un momento de dispersión. Es muy antiguo, del siglo XVI, y se usaba para el transporte y venta de productos que iban y venían en los viajes que hacían los conquistadores entre América y España”, nos cuenta Paulina.
El lugar es muy abierto y, aunque es parte de la casa de Chiqui, es un espacio independiente. El taller está lleno de figuras, obras, materiales y herramientas, entre las que destaca un gran horno plateado donde las expresiones artísticas consolidan su forma.
Chiqui es ceramista, y el amor por la arcilla le viene desde pequeña. Vivió en Loja hasta los 12 años, en la hacienda de su padre, donde había una mina de arcilla de cera, material muy conocido en la zona y que fuera la primera materia prima que conocería Chiqui para llegar a ser lo que es hoy, una maestra en la creación de piezas de arcilla, cerámica y barro. “Con la arcilla de cera extraída de la mina empecé a hacer mis primeras figuras”, nos contó.
Paulina Arcos también ha trabajado desde siempre con sus manos. Estudió Bellas Artes en la Universidad Central, Historia del Arte, hizo restauración de obras y se graduó en la Escuela de Cerámica de La Moncloa, en Madrid.
Ellas, junto a sus otras dos compañeras, no cesan de instruirse. Permanentemente se capacitan, toman clases, dan nuevos talleres, hacen intercambios con ceramistas de otros países, etc. El próximo año piensan ir a Italia a tomar un nuevo curso de escultura.
“Es difícil ser artista en Ecuador, sobre todo cuando haces cerámica. Generalmente, no encontramos materiales para trabajar, no hay materia prima para hacer esmaltes, no hay arcilla de alta temperatura, normalmente traemos todo del exterior”, comenta Paulina, para quien este bache se ha convertido en un reto, un permanente aliciente para ponerse al tanto de lo nuevo que ofrece el mundo en esta área.
“Chiqui y yo trabajamos 25 años en esto, tenemos nuestros talleres bien montados y cada vez que salimos del país hacemos un espacio para traer materiales”. Y aunque nadan contra corriente, es el amor a la profesión lo que les ha permitido campear estos problemas pero, sobre todo, su amor por poner, literalmente, las manos en la masa.
“El momento que coges la masa te vas adentrando en esta pasión, en esa materia. Al igual que en el yoga, hay un momento en que estás predispuesto a entrar en trance y seguir amasando. Y aunque amasar es un acto sistemático, es una ayuda importante para internarte en la idea de lo que vas a crear. Nos gusta trabajar en silencio, a veces escuchamos música, nos comunicamos, pero estamos concentradas trabajando”.
Lamentablemente, en la cotidianeidad, el arte adolece de ciertas realidades que no le otorgan el crédito que merece, y ellas, así como otros artistas, piensan que una obra de arte se debe valorar en su real magnitud. “La gente no toma en cuenta el tiempo que llevó crearlo, la energía, o el gasto que implica. Piensan que como es cerámica o barro no vale mucho, pero con esos materiales se puede hacer grandes obras”, sostiene Chiqui. Y eso se constata en su taller. Con arcilla se hacen miles de cosas; además, siempre hay una nueva técnica, o como dicen las dos, un nuevo compartir que te hace crecer, desarrollar como artista, y que se convierte en una forma de vida.
Para Paulina ir al taller es una necesidad vital. Si no asiste pasa el día malgenio y le falta el aire, porque a veces la vida le da tareas que no le gusta hacer. El taller es su pasión, pues como se sabe, los artistas tienen la necesidad de plasmar ideas y alimentar la vida con arte, y ella no es la excepción.
En cuanto a inspiración, se sirven de dos elementos: la naturaleza y la literatura. Sin embargo, creen que los conceptos y técnicas son un aliciente, y que aplicar algo nuevo es motivante. “Si a la inspiración le sumas lo que has aprendido, añades lo que has alimentado a tu pensamiento, a tu conocimiento y a tu ser, tienes un magnífico resultado”, dice Chiqui.
Paulina recurre a las letras y afirma que muchas veces es una frase lo que la conmueve. Cita a Picasso cuando dice que la inspiración viene con el trabajo. “Cuando haces una simple baldosa pueden salir miles de ideas, de pronto tienes un gran proyecto delante de ti. Las fuentes de inspiración están en la vida cotidiana, todo el tiempo piensas en qué te puede servir. Cuando trabajas con tierra, el tacto y la sensación de la tierra blanda está tan metida en nosotros que de ahí emergen inspiración y fuerza, porque necesitas un buen estado físico para trabajar la tierra”.
La tierra es el origen de todo, nos dicen, y es generosa, porque les ha permitido crear. Luego de concebir una figura, la meten en el horno a 1.260°C y nace una nueva pieza, con un tono distinto, con personalidad. “Ese contacto con la tierra, con la humedad, la maleabilidad y la plasticidad te llegan al alma, te hacen volar”, dice Chiqui.
Para las hacedoras de este taller el tamaño de la obra no importa, no se trata de llenar espacios, sino de la calidad que conlleva una pieza. Tal vez por ello fueron elegidas para trabajar en la gran columna de uno de los edificios de Uribe&Schwarzkopf, recientemente inaugurado. Esta empresa les solicitó plasmar en su construcción una pieza de arte que alimente al paisaje urbano. Para ellas fue un reto, les habían limitado en cuanto a forma y tamaño, sin embargo, aquello les motivó. “Fue muy interesante, porque es una columna enorme, altísima. Nos dio pánico, pero después nos acomodamos a la idea. Fue un ejercicio saludable, un ejercicio de humildad porque no nos gusta que nos limiten. Aceptamos el reto y lo hicimos bien”.
El arte urbano en ciudades como Quito, Guayaquil o Cuenca ha tomado fuerza, sin embargo, desde una perspectiva artística, todavía se requieren más esfuerzos. Paulina sostiene que incluir obras de arte en la arquitectura es un gran paso. Desea que todos los arquitectos hagan lo mismo. Plantea que podría haber una ordenanza que obligue al sector a poner obra nacional y promover artistas en sus construcciones.
“En Ecuador hay muchísimos escultores, y ahora hay una generación de jóvenes que lo impulsan de manera importante. Esta es una puerta que han abierto algunos arquitectos y es maravilloso, ojalá lo sigan haciendo, es una forma de sensibilizar a la gente”. Ellas ahora trabajan en propuestas de arte urbano dirigidas al Municipio de Quito y a distintos estudios arquitectónicos, pues consideran que es un privilegio mostrar estas expresiones al mundo.
Estas artistas no se limitan en cuanto a materiales. Para Chiqui, la alquimia que ha llegado a tener con los esmaltes le abrió su perspectiva en cuanto a los resultados de su obra. “La arcilla es el cuerpo y el alma es el esmalte”, nos dice, mientras sus ojos destellan emoción al reconocer esta sensación tan propia. A diferencia de ella, Paulina huye del color, pero acude a todo material que pueda darle personalidad a su obra. Utiliza lo que se le viene a la cabeza, lo que cree que va a acentuar su idea. “No me importa el medio, me importa el fin en escultura, si tengo que ponerle un baño de café a la pieza, o un baño de té, pues venga, se va con ese baño. Puedo usar pátinas de lata, tierra sigillata, ceras de colores, acabados en frío, óxidos… Hablando de escultura, todo vale”.
En su proceso de creación piensan que el color, textura, forma y concepto caminan de la mano. Han usado esmaltes con ceniza de árboles, ceniza de los volcanes Reventador y Cotopaxi, hacen pruebas y disfrutan de los resultados de las mezclas. Y así como juegan con los materiales, también mezclan su ojo artístico con la vida cotidiana.
Chiqui y Paulina buscan que su trabajo sea honesto, original, con concepto. “Uno tiene que luchar por ser sincero”, dicen, y consideran que la consciencia del artista es importante para lograr una obra con sello propio. Sus obras se muestran originales y amigables a los ojos de quien las observa, trasmitiendo de inmediato aquello en lo que ellas tanto creen: “meter una pieza al horno es un acto que produce magia».