Por Lorena Ballesteros
Pablo Iturralde asegura que la comunicación visual es la más efectiva entre todos los formatos de comunicación. Es fiel al dicho “una imagen dice más que mil palabras”, y tiene la firme convicción de que a través de la comunicación se puede transformar sociedades.
Tiene 51 años y le ha dedicado cerca de 30 al diseño gráfico. Realizó sus estudios en Quebec y en Quito. Proviene de la camada de los noventa del Instituto Latinoamericano de Diseño, siendo de la misma época que el reconocido diseñador gráfico y artista plástico Alberto Montt (chileno-ecuatoriano). Con él, con Ana Isabel Galarza, Víctor Costales y Jorge Luis Moscoso, crearon el estudio Ánima en 1996, empresa que dirige hasta la fecha.
En una era digital, en la cual la publicidad invade todos los espacios, e intenta vendernos productos y servicios desde que abrimos los ojos cada mañana, Pablo se mantiene firme a sus convicciones. “El diseñador gráfico no es publicista”, dice. Lamenta que ahora los diseñadores se conviertan en peones de las agencias o los medios de información.
Desde su formación académica fue encaminado a mirar el diseño gráfico desde una perspectiva histórica y teórica. Su capacidad profesional le permite entender la practicidad y funcionalidad de una marca, una visión que va más allá de la estética. Aunque el movimiento Bauhaus fue prácticamente anulado por los nazis, Pablo viene de aquella escuela en la cual prima la simplicidad de las formas, no se obsesiona con la belleza y enfoca toda su creatividad a la función del objeto.
Si se le pregunta cuál es el diseño perfecto, dice que el de un misil o el de una jeringa hipodérmica. Y con esa respuesta deja leer entrelíneas que es un obseso de la funcionalidad. Para Pablo, el diseño gráfico debe estudiarse como una ciencia. Su aportación académica la entrega en el Centro de Diseño de la UDLA, un espacio dedicado a consultoría y desarrollo de diseño gráfico. Ahí forma a futuros diseñadores ecuatorianos, que luego vincula a su estudio Ánima.
Su mayor orgullo está en decir que los logotipos que creó en los noventa se mantienen vigentes. No se cansa de repetir “no es gusto, es uso”. ¡Vaya esfuerzo! Recuerda que, en ocasiones, tras presentar una propuesta, algunos clientes le han dicho “no me gusta”. Con la convicción que le caracteriza repite “no me importa que no le guste, pero le aseguro que funciona”.
En su portafolio están los carteles de toda una generación del cine ecuatoriano, ha creado los afiches de las películas de Sebastián Cordero, Diego Araujo, Mateo Herrera, entre otros. De hecho, tanto en su casa como en su estudio, se pueden apreciar en gran formato los carteles de Tinta Sangre, Feriado, Pescador, Crónicas, Cenizas, Sin muertos no hay carnaval y Ratas Ratones y Rateros. Este último ha participado en bienales de diseño de cartel, es un trabajo que ha recorrido el mundo, se ha exhibido en Hungría, Polonia, Francia, España, Estados Unidos y Bolivia. También ha trabajado en carteles culturales y en carteles políticos y sociales.
Entre los logotipos de marcas que ha creado están Mashpi Lodge, Dolce Vita, Mr. Fish, La Mama Cuchara, Ciudad Celeste, Educa, Unaytambo, Rayuela, Mr. Books… Sobre estas dos últimas no puedo evitar preguntarle cómo consiguió logos tan distintos en un mismo eje de negocio. Es decir, cómo no sesgarse por lo que ya se creó previamente.
En este tema Pablo se explaya. Recuerda que le hizo tres propuestas a la propietaria de Mr. Books antes de que lo contratara. “Es muy cara tu cotización”, le repetían. Pero la imagen de la librería “no pegaba” y finalmente se decidieron por Ánima. Actualmente es uno de sus logotipos más exitosos. “El nombre es potente y su eslogan “la casa de las palabras”, también. Me concentré en eso y con tipografía diseñé un logo en el cual cada letra es un libro, como si estuviesen en un estante o librero”.
En Rayuela, por el contrario, no hay alusión alguna a los libros. “En este caso, la diferenciación de la marca es su propietaria Mónica Varea, que es algo subversiva, literata, que lee cosas distintas y trae libros que no son necesariamente comerciales. Aquí el logo se enfoca en el riesgo”.
Está claro que Pablo, como profesional, se vacía de todo lo que le rodea y se sumerge exclusivamente en el contenido de la marca para la cual va a trabajar. No se deja influenciar por el Internet, no hace consultas sobre otros negocios similares, no piensa en lo que se ha hecho en otras ciudades. “Para desarrollar un mensaje que funcione debo nutrirme únicamente del contenido que me genere ese negocio. Planifico reuniones de generación de contenido con el cliente, si es un producto lo consumo, lo siento, me lleno de él”, comenta.
Llenarse. Inspirarse. Compenetrarse. Son conceptos indispensables en su vida. Una vida que ha dedicado a crear mensajes que trasciendan en el tiempo. Quizá, los más importantes son los que ha dedicado a Quito, otra de sus pasiones y fijaciones.
DESDE EL CORAZÓN DEL CENTRO HISTÓRICO
Sería injusto hacer un perfil de Pablo Iturralde sin mencionar su contribución al centro histórico. Para este propósito es indispensable viajar en el tiempo, a 1978, año en el cual Quito fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. En ese entonces, Pablo era un crío. Pero, 25 años después ya era un profesional en todo rigor y la capital conmemoraba un cuarto de siglo de su declaratoria.
Se presentó en el Municipio para participar en la convocatoria para crear la nueva marca de Quito. Allí se encontró con sus colegas Belén Mena y Silvio George, y en lugar de presentarse de manera individual, decidieron desarrollar juntos el proyecto. Para hacerlo había que entender a Quito.
Leyeron informes de contenido. Una empresa española había llegado a la conclusión de que en la capital ecuatoriana no se aprovechaba el concepto de altura. Había que elevar a Quito a los 2800 metros. Así, partieron de la verticalidad. Pero, también entendieron que su compleja administración municipal interfería en la comunicación visual. Durante la investigación encontraron más de 90 instituciones municipales; cada una con su propio logo e identidad corporativa. Así, el reto estaba en crear una marca que se adaptara a 90 formatos para generar una identidad de ciudad que lo abarcara todo.
Pero el proyecto no podía quedarse en un logo. Había que trabajar en la señalética, en la imagen del transporte público, en la rotulación… Pablo es uno de los responsables de que se haya quitado los carteles invasivos en el centro. Actualmente, los negocios deben respetar la normativa de rotulación en metal y con una misma tipografía. Una estrategia de comunicación para preservar el patrimonio, respetar el entorno y empoderar al centro histórico. Ese proyecto lo llevó a llenar su espíritu con las costumbres e idiosincrasia que palpita en el corazón de la capital.
Desde hace 21 años reside en la calle Olmedo, en un predio que perteneció a los herederos de Benalcázar. Hasta 1901 una familia aristocrática ocupó la residencia. Muchos años después, esa casa patrimonial entró en un proceso de rehabilitación. En 2001, Luis López López ganó el Premio de la Bienal Panamericana de Arquitectura por esa obra. De una misma casa, aprovechó el espacio para diseñar y construir siete departamentos y un estudio. En uno de ellos vive Pablo, a veces solo y otras con sus tres hijos, que van y vienen de la casa de su madre.
Cuando se ingresa al predio por una pequeña puerta de madera es inevitable sorprenderse. En lo que alguna vez fue el patio central de una casa, ahora se aprovecha como una especie de hall interno que conecta con todos los departamentos. La edificación conserva el espíritu de la arquitectura colonial, pero ahora restaurada y con tintes contemporáneos. La vorágine de la calle Olmedo, en donde se ubica la salida vehicular del estacionamiento Cadisán, pasa completamente inadvertida. Adentro hay silencio y prácticas de buena vecindad. Todos se conocen, todos son amigos.
La residencia de Pablo es un loft de doble altura, en donde destacan las columnas y podría describirse como un espacio rectangular. El ambiente social está integrado: sala, comedor, cocina tipo americana. En el segundo piso están las habitaciones, ubicadas alrededor de un balcón interno, desde el cual se puede mirar toda la primera planta. La madera llena de calidez el ambiente y la obra gráfica de Pablo decora todas las paredes de su hogar.
A una cuadra y media, en la calle García Moreno y Manabí, se encuentra su estudio Ánima. Está ubicado dentro de Casa Santa Bárbara, una comunidad creativa con siete espacios intervenidos. Allí también está el restaurante La Caponata, del cual es socio desde 2019. La Casa Santa Bárbara es otra joya arquitectónica, razón por la que escogió aquel lugar para su empresa. Puertas adentro se respira un aire similar al de su casa. Afiches, carteles, madera y muebles de líneas y estilos similares. Parece una prolongación de su departamento.
Si bien su ocupación principal es el diseño gráfico, la cercanía de su estudio con el restaurante le permite involucrarse constantemente. La Caponata ofrece gastronomía siciliana, mediterránea, exclusivamente vegetariana. “En el centro histórico todos los restaurantes venden aquello que conocemos como lo nuestro, que es una dieta a base de chancho y papas. Queríamos un lugar que sea atractivo para turistas y para funcionarios. Que atienda en horarios extendidos”. El logo es una variación de la bandera de Sicilia, en la cual se aprecia la Trinacria que es una medusa de tres piernas. Pero el rostro de esta medusa es más estilizado y bello. Tiene un cierto aire de la virgen de Quito.
Pablo asegura que en el centro se vive bien. Hay menos jerarquías y racismo. Para él, esta es una experiencia que le mantiene con los pies en la tierra. Como amante del arte, no podría estar encerrado en una casa en Cumbayá o cualquier valle. Su inspiración se alimenta de la urbe. Acude a conciertos, cafés, exposiciones. Utiliza su auto en escasas ocasiones. Se mueve en una vespa, camina o utiliza el transporte público. Con un grupo de amigos moradores realizan caminatas nocturnas, salen con familias y perros. El colectivo se denomina ‘Pata caliente’, y en ocasiones, quienes viven lejos del centro, también se suman. En esas convocatorias procuran visitar iglesias, subir a cúpulas o bajar a las catacumbas.
Su compromiso con el centro es firme. Está armando un proyecto que se llama ‘Pegando centro’ en el cual, todos las personas y negocios involucrados buscan posicionar el centro histórico como sector cultural y gastronómico de la ciudad. Sin duda, después de charlar con Pablo, se despierta esa necesidad de reconocer y aprovechar lo que tenemos. Quito es Patrimonio Cultural de la Humanidad, está ante nuestros ojos, pero muchos quiteños lo viven de lejos, o lo observan desde una pantalla móvil.