Por María Gracia Banderas, corresponsal Europa
Referencia histórica, imponencia, y sobre todo, magia, han sido reflejadas en las distintas expresiones de arte que con el paso del tiempo se transmiten a modo de pinceladas, letras o corcheas; pero sentir y vivir la delicadeza de los elementos que componen a esta preciosa ciudad llamada París, es una experiencia superlativa.
Situado a la orilla del Río Sena se despliega el noveno distrito parisino, que acoge a uno de los monumentos arquitectónicos más bellos de la ciudad: el Palais Garnier también conocido como la Ópera de Garnier. Su construcción se llevó a cabo en medio de un contexto interesante, la guerra Franco-Prusiana, y la posterior caída del gobierno imperial de Napoleón III.
En 1860 el emperador Napoleón III, convocó a un concurso para la realización de la Academia Imperial de Música y Danza. 171 profesionales mostraron sus destrezas, pero fue un desconocido hasta ese entonces, arquitecto de 32 años, quien se hizo acreedor al privilegio de inmortalizar su nombre con una obra de tal envergadura.
Charles Garnier contaba con un gran reto: expresar en su obra la grandeza imperial de Napoleón III, y definitivamente lo logró. Desde lejos se avista la pomposa cúpula verde que pone en manifiesto las esculturas doradas que hacen juego con la cornisa. Diseños curvos, arcadas de medio punto y columnas jónicas, así como variada ornamentación, esculturas y bustos en mármol son los detalles más visibles de la fachada.
Está compuesta por dos planos, y en uno de ellos sobresale una organizada secuencia de columnas. El diseño exhibe dos pabellones laterales adosados que permitieron el ingreso privado de la élite social y los abonados, y otro con una rampa para carruajes, que correspondía al exclusivo ingreso del Emperador.
La entrada al edificio no produce el impacto que el visitante espera, la ‘rotonda de los abonados’ es el primer contacto con el interior de la edificación, pero que pone de manifiesto la gran astucia de quien fuere su arquitecto. En dicha época no se permitía firmar ningún tipo de obra, y en una pequeña cúpula, escrito entre distintos caracteres, se descifra el nombre de Charles Garnier.
Al avanzar, el ‘Bassin de la Pythie’ da la bienvenida a las escaleras que conducirán a ese innegable efecto sorpresa. Mientras tanto, podrá observar junto a la escalera una salamandra superpuesta sobre los que en ese tiempo fueran los ductos de gas y que ahora cubren los cables eléctricos. Dicho animal protege al Palacio del fuego. Al culminar con ese primer graderío, la magnificencia toma vida y expone lujo convertido en creatividad. La cantidad de elementos utilizados, variedad de estilos y elegancia, continúan impactando después de cientos de años.
Al ver el eclecticismo que suponía la arquitectura y sobre todo la decoración del lugar, el Emperador exigió una respuesta al arquitecto, a lo que Garnier respondió que se trataba del estilo ‘Napoleón III’; palabras que, sin duda alguna, complacieron de sobremanera al gobernante, acuñando a partir de dicho momento, el nombre de un estilo decorativo.
Una gran nave de más de 30 metros de altura y una escalera en forma de Y construida con mármol de distintos orígenes y colores, exhiben todo tipo de ostentación; el dorado de las columnas, las balaustradas, los espejos y las esculturas que sostienen imponentes lámparas laterales reciben a visitantes en este singular lugar.
La Ópera era un lugar en el que los burgueses y gente de la época iba para “dejarse ver” y mirar a los miembros de su esfera social. Parte de la construcción refleja la cultura de aquel entonces, pues en medio del hall en el que convergían los asistentes, se levantan pequeños balcones en los que se facilitaba la observación desde la siguiente planta: qué personas asistieron, quiénes interactuaban, e incluso se hablaba sobre la compañía de determinados caballeros. Un día de la semana estaba destinado para que asistieran las esposas, y otro, desfilaban por los amplios pasillos con las parejas extraoficiales.
Una de las salas aledañas al teatro o auditorio, en la que los asistentes charlaban durante los entreactos, es sin duda, el espacio preferido de los visitantes. Las pinturas del techo, su temática, las lámparas. Utilizó metal amarillo en las columnas y paredes, y luego aplicó hojas de oro solo en los espacios en los que impacta la luz, para que pareciese que todo el lugar habría sido decorado con oro. Otro espacio en el que Garnier puso su firma es el rostro de una de las figuras que evoca a una deidad griega, que está remplazado por su propia cara. El arquitecto se aseguró de que su identidad quedase plasmada e inmortalizada en más de un lugar.
Los pasillos conducen a la sala de espectáculos en forma de herradura cuyo aforo es de 1,979 personas. En esta sala prima el color rojo burdeos de los tapices de terciopelo en butacas y paredes, mientras que el dorado de las columnas juega una vez más un papel contrastante. La cortina original del escenario fue también realizada por el arquitecto.
El corazón de esta edificación tiene veinte metros de altura, cinco niveles y una galería superior. Coronado por un chandelier central que pesa más de seis toneladas y exhibe una belleza única, no quita protagonismo a la pintura del techo de autoría de Marc Chagall. Esta obra no es la original, en 1964 fue colocada por decisión del ministro francés de Asuntos Culturales, André Malraux, quien encargara a Chagall la realización de tan grande reto y quien lo llevó a cabo de manera gratuita, mientras que la restauración de la pintura original habría implicado la inversión de una alta suma de dinero.
La pintura consta de un gran panel circular central y doce que le rodean. Chagall se inspiraría en el legado musical de compositores como Verdi, Bizet, Beethoven, Gluck, Moussorgski, Wagner, Rameau, Debussy o Mozart.
Una reconocida leyenda también forma parte de la identidad de la Ópera Garnier. ‘El fantasma de la ópera’ escrita por Leroux, relata la historia de un ser misterioso que atemoriza a los asistentes para llamar la atención de una joven vocalista de la que está enamorado. El fantasma, además, chantajea a los gerentes para que le reservasen un palco, el número cinco, y lleva su inscripción en la puerta.
Dentro de los datos interesantes que comprenden la construcción de la Ópera de Garnier, es que el terreno de 12 mil m2 de construcción está asentado sobre un lago subterráneo, por lo que implicó, además del contexto histórico, un reto técnico su construcción. Ganier intentó que se modificase el lugar de emplazamiento, pues la ubicación no permitiría admirar en todo su esplendor a la que sería su obra estrella, ya que la corta perspectiva que se tendría desde la avenida disminuiría el impacto.
Actualmente la Ópera de Garnier expone espectáculos de ballet o danza, dado que su acústica no es la mejor. Años más tarde fue construida la Ópera de la Bastilla que exhibe actos musicales y que cuenta con la acústica necesaria para disfrutar de este tipo de eventos. Se dice que “Garnier es para ver y la Bastilla para oír”.
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