Por: María Fernanda Ampuero Corresponsal España
Fotos cortesía © Norman Foster Foundation ©
“El entorno en el que vivimos tiene un impacto directo en nuestra vida. Es lo que podríamos llamar la dimensión social de la arquitectura”
Norman Foster
Nacido en un barrio pobre de Mánchester, hijo único de un trabajador (peón, vigilante, pintor), y una camarera, la historia de Norman Foster (Inglaterra, 1935) podría considerarse como un interminable abrirse camino hacia la fama. Es como si el término ‘contra todo pronóstico’ se hubiese creado para él. Es, también, como un cuento infantil: de pequeño lo bañaban en la cocina, en un balde de zinc, porque no había otra forma, y no había un solo libro en su casa.
Foster, ratoncito de biblioteca, era de clase baja, así que, como todos los chicos de su zona, a los dieciséis años tuvo que dejar los estudios para trabajar. De hecho, llegar a la educación secundaria ya había sido una proeza para alguien como él. Ya grande, a los veintiuno, motivado por un arquitecto del estudio donde trabajaba como administrativo, decidió inscribirse en la universidad local.
Para pagar sus estudios se dedicó a todo tipo de trabajos (jornalero, guardián, mecánico), pero sus notas impecables y su talento le permitieron acceder a una beca para estudiar en Yale, la prestigiosa universidad estadounidense, donde todo el mundo quería ser mejor que los demás, donde no se respiraba aire, sino genialidad.
Allí, inspirado por enormes profesionales como Frank Lloyd Wright, el joven británico becado se empezó a convertir en quien es hoy: uno de los arquitectos vivos más importantes del mundo, líder del estudio Foster + Partners, donde trabajan más de mil doscientas personas de cincuenta países, quizás el mayor estudio de diseño del mundo. Probablemente no necesite presentación ninguna. A la mención de Norman Foster a todos les viene uno de sus edificios, puro arte y tecnología, a la cabeza.
Luego vino la nobleza: en 1990 fue nombrado caballero, en el 97 llegó la Orden del Mérito, en el 99 la Reina le dio el título nobiliario vitalicio de Barón Foster. El pequeño que se bañaba en la cocina y no tenía un solo libro, ahora es Sir Norman Foster. También recibió varios premios importantes de arquitectura, como la Medalla de Oro del Instituto Americano de Arquitectura, el prestigioso premio Pritzker en 1999 y el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2009. Pero no es sólo eso: hoy, la arquitectura contemporánea no se entiende sin su influencia.
Haciendo un poco de historia, en los años ochenta arranca la conquista del panorama internacional al ganar el concurso del Hong Kong and Shanghái Bank, HSBC, su primer edificio de gran altura y, a pesar de su coste elevadísimo, un éxito entre el público y los especialistas. Le siguieron el aeropuerto de Stansted, la mediateca de Nimes, y ya en los noventa, sus primeros proyectos en España: el aclamado metro de Bilbao y la Torre Collserola de Barcelona.
Nombrar todos los proyectos que han estado a su cargo en cuatro décadas de trabajo incansable implicaría páginas y páginas con nombres de hoteles, zoológicos, plazas, museos, campus universitarios, aeropuertos, hospitales, sedes de gobierno y edificios de oficinas en los cinco continentes. No sólo su influencia es enorme, sino también su capacidad de trabajo y su implicación en la formación de nuevos urbanistas y arquitectos que sean capaces de enfrentar los retos que las ciudades plantean para un futuro que ya está aquí, que es hoy.
Norman Foster Foundation
El pasado 1 de junio se organizó en la flamantísima sede de la Fundación Norman Foster en Madrid el fórum Future is Now, donde se reunieron personalidades destacadas de arquitectura, urbanismo, infraestructura, tecnología y arte, a discutir los retos sociales, económicos y de diseño a los que se enfrentan –desde ya– las ciudades del futuro, y cómo afectan a nuestra interacción con el entorno construido. Se discutieron desde nuevas soluciones de diseño y el uso de nuevas tecnologías, hasta los desafíos sociales y económicos más urgentes. Los ponentes y participantes analizaron los últimos modelos de innovación que buscan mejorar la forma en que vivimos en las grandes ciudades.
Este encuentro fue el primero de los muchos que se planean organizar en Madrid, ciudad que el arquitecto eligió para albergar su Fundación, un sueño largamente acariciado y llevado a la práctica ahora que ya tiene ochenta y dos años. La decisión de crear la Fundación como una entidad independiente del estudio de arquitectura Foster + Partners partió́ de la necesidad de disponer de un espacio físico permanente que pudiera albergar el Archivo y centro de estudios, recibir a alumnos e investigadores, y realizar programas y eventos.
La Fundación tiene su sede en un antiguo palacete histórico de la calle Monte Esquinza donde se encuentra el Archivo, la Biblioteca, y una serie de salas de estudio y trabajo. En el patio del palacete se halla el Pabellón, un nuevo espacio diseñado por el estudio de arquitectura integrado por el equipo de la Norman Foster Foundation. En contraste con el palacete histórico, el Pabellón utiliza grandes paneles autoportantes de vidrio laminado sobre los que flota una cubierta de fibra de vidrio sin medios visibles de soporte. La artista Cristina Iglesias diseñó una pieza que cubre parte del patio de entrada y que proporciona un espacio de sombra sobre la fachada del Pabellón. Este espacio se utilizará para programas y actos de la Fundación, y también albergará una selección de objetos y materiales que han inspirado la obra de Norman Foster a lo largo de su carrera.
La Fundación Norman Foster de Madrid alberga el valiosísimo Archivo del prestigioso arquitecto. Creado en 2015, el archivo tiene como objetivo conservar y divulgar su obra arquitectónica. El contenido del Archivo abarca cronológicamente desde la década de 1950 hasta la actualidad. Desde 2015 se han incorporado más de 74 mil documentos, al que se le añade obra de forma continua, incluyendo dibujos y planos, material fotográfico, maquetas, correspondencia, cuadernos de bocetos y objetos personales. Así, estudiantes, investigadores y el público en general pueden acceder por primera vez al Archivo a través de una base de datos abierta disponible en la página web de la Fundación.
Además, la Fundación estará dedicada a la investigación interdisciplinar, la educación y la elaboración de proyectos en los ámbitos de la arquitectura, diseño y urbanismo. Fomentará, también, según explica Santiago Riveiro, responsable de comunicación de la Norman Foster Foundation, “el pensamiento y la investigación interdisciplinar para ayudar a nuevas generaciones de arquitectos, diseñadores y urbanistas a anticiparse al futuro. La Fundación cree en la importancia de vincular arquitectura, diseño, tecnología y arte para prestar un mejor servicio a la sociedad, y en el valor de una educación holística que fomente la experimentación a través de la investigación y proyectos construidos”.
El primer proyecto desarrollado por la Fundación es el Droneport, el primer prototipo construido de puerto para drones. El Droneport fue presentado durante la Bienal de Arquitectura de Venecia 2016, y desde marzo de 2017 se expone de forma permanente en el Arsenale de la ciudad. El Droneport es un nuevo tipo de edificio que puede ser construido por comunidades locales en África, y surge de la idea de crear una red de puertos para drones, a fin de repartir suministros médicos y otros bienes de primera necesidad en zonas de difícil acceso por falta de infraestructuras de transporte.
Desde ahora y coincidiendo con la inauguración en Madrid, la Fundación anunciará una serie de iniciativas, proyectos y publicaciones en colaboración con instituciones y centros de investigación. Hasta la fecha, la Fundación ha colaborado con varias, entre ellas, el Massachusetts Institute of Technology de Cambridge (MIT), el Instituto Federal Suizo de Tecnología de Zúrich (ETH), la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL), la Universidad Politécnica de Madrid y las universidades de Cambridge y Bournemouth de Reino Unido.
En la inauguración, Norman Foster explicó que “la Fundación nace de la aspiración de ayudar a las nuevas generaciones a estar más preparadas para anticiparse al futuro, especialmente en una época de profunda incertidumbre global; y sobre todo, del deseo de colaborar con aquellos profesionales preocupados por el medio ambiente y el futuro del entorno urbano. Bajo todo ello subyace nuestra fe en el valor de la arquitectura, la infraestructura y el urbanismo, para servir a la sociedad y propiciar cambios positivos para el bien colectivo. Tal vez suene un tanto utópico, pero lo cierto es que todo lo que nos rodea es fruto de un acto consciente de diseño. La calidad del diseño determina la calidad de nuestra vida”.