Si bien la Mitad del Mundo es uno de los lugares más visitados de Quito, es un destino que ofrece mucho más que el tradicional monumento y el hecho de pararse en los dos hemisferios al mismo tiempo. Quien visita la Mitad del Mundo no debe perderse el Museo Templo del Sol – Ortega Maila, ubicado en la línea equinoccial, perfectamente edificado para cumplir su razón de ser.
Saliendo desde Quito por la vía a Calacalí, a mano derecha se encuentra la entrada para la Reserva Geobotánica Pululahua. Al llegar al estacionamiento del mirador se observa hacia abajo una estructura parecida a un castillo, con un imponente ingreso que ostenta un marco de piedra que sostiene un sol en la mitad.
Desde lo lejos se aprecian altas y amplias gradas en forma de pirámide, con grandiosas esculturas de humanos y animales tallados en piedra a sus costados. Al acercarse, las proporciones van tomando su tamaño real, y las obras talladas en piedra comparten el protagonismo que tiene el portón que las resguarda.
El Museo Templo del Sol fusiona, en perfecta armonía, dos conceptos en uno solo. Es un Templo que hace reverencia al Sol y a la cultura ancestral recibida como legado de nuestros antepasados. Y también es un Museo, una casa de arte que guarda las pinturas de su mismo creador. La edificación y su concepto son obra del reconocido artista Cristóbal Ortega Maila, pintor quiteño que se ha destacado nacional e internacionalmente por la técnica que aplica en sus obras: usa sus manos como herramienta principal para la elaboración de su arte.
El valor de la entrada incluye el acompañamiento de un guía que espera en la parte central de la estructura principal, donde empieza el recorrido. El ingreso es por un pasadizo oscuro que no se sabe de antemano en dónde desemboca. La ausencia de luz y las paredes de piedra hacen que nos invada el frio; los sonidos que se escuchan, más lo que se lee en el trayecto, despiertan nuestra curiosidad.
Al llegar a la parte central quedan atrás el pasadizo y su angostura. Miramos hacia arriba y confirmamos que la edificación está compuesta por tres pisos. En el primero está el legado de los antepasados que expresa su forma de vivir guiándose por el Sol, que no solo determinaba el tiempo perfecto para sembrar o cosechar, sino que también determinaba momentos con cambios energéticos, como el equinoccio y el solsticio.
En el centro se encuentra una vasija desproporcionadamente grande, de la cual nace un soporte largo y fino que obliga a dirigir la mirada hacia lo alto para descubrir qué es lo que sostiene. Al otro extremo, una réplica de la Máscara del Sol invade el vacío espacio circular que une los tres pisos, buscando encontrarse con el mismo sol que ilumina desde otro círculo que se encuentra simétricamente ubicado en el techo de la estructura.
El guía explica la razón de ser del Museo, la importancia que tuvo el sol en las civilizaciones ancestrales, y el magnetismo que existe en el lugar por estar situado en la mitad del mundo.
Continuamos. Ingresamos a una sala donde la luz se vuelve más tenue, automáticamente se percibe un ambiente de relajación. Ahí están los “atrapa sueños” de todos los colores y tamaños; instrumentos musicales que recrean sonidos de animales o armonías naturales como el ruido de la lluvia o el viento; y un amplia gama de aceites naturales, cada uno con un propósito particular.
El guía pide que extendamos las manos y pone un aceite en la palma; cerramos los ojos y colocamos las manos en la nariz. Carecemos de habilidad visual y el olor nos hace entrar en un especial estado de calma, que complementado con el sonido de los instrumentos que nos rodean, nos lleva en un viaje a un lugar imaginario con pájaros, agua, viento. La experiencia se convierte en terapia.
El tour continua. El primer piso es un homenaje al Templo del Sol, y aunque la Máscara del Sol tiene su presencia en los tres pisos, al visitar el segundo y el tercero, el Templo se convierte en una casa de arte que hace reverencia al Museo. A diferencia del primero, estos pisos están cubiertos con obras de Cristóbal Ortega Maila. Caminamos admirando la belleza de sus cuadros desplegados en las paredes, esquivando las enormes esculturas cuyas expresiones parecerían tener vida propia. En el centro, el vacío que une los tres pisos es bañado por la luz que ingresa desde el techo a través del círculo, fusionando armoniosamente los conceptos de Templo y Museo.
En las afueras los espacios son amplios; las esculturas en piedra y enormes gradas nos trasladan a una época pasada. Si la suerte regala un cielo despejado a los visitantes, se podrá disfrutar de la vista del norte de Quito desde la parte posterior del Templo, que se convierte en el mirador idóneo para terminar la visita.