Por María Cárdenas R.
Marzo – abril, 2013
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La vía que conecta a Quito con Guápulo es una corta transición que nos lleva de la gran ciudad al pueblo místico, conjugando y entremezclando lo bohemio con lo religioso. Un aire distinto envuelve el empinado descenso por estrechas calles, el Camino de los Incas se deja sentir con toda la carga histórica que posee.
A la usanza del urbanismo antiguo, las puertas que custodian casas y locales comerciales están colocadas al filo mismo de las aceras. Parecería que estamos a gran distancia de la ciudad, cuando la verdad es que son pocos los metros que separan a Guápulo de Quito.
En el centro de la población se levanta, pura y majestuosa, la Iglesia y el Convento de la Virgen de Guápulo, rodeada por una hermosa plaza de piedra desde la que se divisa un horizonte poderoso, digno de la grandeza de varias generaciones de antepasados que dejaron ahí su presencia.
El trayecto descubre sorpresas arquitectónicas, colores y ambientes mágicos en cada curva. Esta pequeña zona de la ciudad es el lugar en el que se implantan importantes embajadas de varios países del mundo, asentadas en casas señoriales de épocas pasadas. Recuperaciones recientes, realizadas en casas menos ostentosas, se distinguen entre aquellas que aún están disponibles para nuevos dueños. El común denominador son los balcones decorados con geranios, desde los cuales se aprovecha el clima y los espectaculares paisajes. |
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Guápulo reúne a un interesante componente humano. Diplomáticos extranjeros, adultos locales, jóvenes citadinos, músicos, pintores, espíritus bohemios y gente de toda condición económica. Sus calles se llenan de música en las tardes, la gente pasea a sus mascotas o se reúne en la plaza central en un ambiente suspendido en el tiempo.
Cristina Müller, joven mujer de ciudad, adoptó las ventajas que el estilo de vida místico en Guápulo ofrece. Su casa se encuentra en el corazón del sector, con arquitectura y diseño únicos. El proceso de recuperación de la vivienda mantuvo la fachada y el esplendor de una casa antigua, pero por motivos prácticos requirió de reformas arquitectónicas interiores que la convertirían en la casa de sus sueños. Cristina respira paz en un pequeño barrio, a cinco minutos del ruido de la ciudad. |
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¿Por qué escogiste Guápulo para tu hogar?
Es un lugar muy especial para mí porque es aquí donde crecí y viví mi infancia. Esta casa fue propiedad de mi abuelo, Kurt Müller, y cuando mis padres viajaban yo me quedaba con mis abuelos aquí. Pasaba días enteros jugando con ellos entre estas paredes, había algo especial en este lugar que me encantó desde niña. La casa la teníamos arrendada pero mi ilusión era vivir en ella. Lo consulté con mis hijos y compartieron mi emoción, así que nos pusimos manos a la obra.
¿Se adaptaron con facilidad a este nuevo estilo de vida?
Sin ningún problema. Más bien diría que la idea vino de mis hijos y están fascinados. Viven en un lugar con un jardín de fantasía, al que he mantenido exactamente como cuando yo era niña, y están muy cerca de la ciudad. Eso, en sí, ya es un lujo. La casa es única, grande y cómoda, es lo que todos queríamos. Aquí comparto con mis hijos historias de mi infancia y los veo crecer rodeados de sus amigos. Esa alegría y bullicio propios de ambientes con niños no era común cuando yo era niña, pues mis abuelos, Vera y Kurt, no eran muy de ese plan.
¿Qué arquitecto construyó la casa original?
Es una obra arquitectónica muy especial que ganó un Premio Ornato. Fue diseñada por Milton Barragán en los años sesenta. |
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Increíblemente la casa es considerada dentro del estilo moderno actual, ¿te imaginas lo que representó para el entorno cuando fue construida? Tiene detalles muy especiales, como rampas en lugar de escaleras, que son parte del diseño original. Esto más tarde fue muy práctico para mi abuela, porque ella necesitó de una silla de rueda en sus últimos años, y la casa estaba prácticamente hecha para sus necesidades.
¿Hiciste muchos arreglos para vivir en ella?
¡Claro!Era una casa que tiene medio siglo de construida y vivida. Para empezar, había que hacer cambios importantes en los sistemas de servicios internos como electricidad y agua, antes de pensar en la parte estética y funcional. Quise modernizarla sin afectar su espíritu, por lo que los cambios que hicimos fueron exclusivamente los indispensables. |
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¿Cuáles fueron los más importantes?
En la época de mis abuelos el estilo de vida era muy distinto, más aún si consideras que ellos llegaron al país después de la II Guerra Mundial. En aquellos años se acostumbraba que los matrimonios durmieran en cuartos separados, pequeños, y lo que hoy son closets, eran grandes armarios de madera. Yo quería un dormitorio amplio, con walk-in closet, así que uno de los primeros cambios fue derrumbar la pared que convertiría a sus dos habitaciones en un amplio dormitorio, con walk-in closet y baño moderno.
¿El balcón es parte de la construcción original?
No, fue parte de los cambios necesarios para lograr la casa que soñaba. Fue fundamental en el sentido de que este espacio es el que más nos ha gustado y acomodado, es donde más tiempo pasamos. El balcón original era muy pequeño, y lo transformamos en una terraza con chimenea. El interior de la casa es sumamente caliente, está lleno de claraboyas que le dan una iluminación única y una temperatura extraordinaria, pero esta terraza se ha convertido en el sitio más popular para todos.
¿Se acopla más a tu estilo de vida?
Así es, en todo sentido. La cocina es moderna, los espacios son amplios, la luz natural inunda el interior, los servicios son óptimos incluso para las necesidades tecnológicas actuales. Pensar en el sistema eléctrico original es absurdo, no aguantaría los equipos electrónicos que utilizamos ahora: microondas, computadoras, televisiones, Play Stations… |
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¿Con quién trabajaste la arquitectura interior?
Con dos jóvenes arquitectas que entendieron perfectamente lo que yo quería, son Vanesa Lasasso y Lucía Crespo. El trabajo fue minucioso, y sus sugerencias, acertadas. Algunos elementos tuvieron que ser reemplazados totalmente, mientras que otros detalles fueron recuperados para aceptar propuestas innovadoras.
¿Qué se reemplazó totalmente?
El piso, porque sonaba; también los acabados y los implementos de los baños que eran demasiado viejos y presentaban problemas, instalaciones eléctricas y sanitarias, entre otras cosas. Rediseñamos espacios interiores para lograr la amplitud que buscábamos, siempre respetando el espíritu de la casa. |
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¿Qué detalles se mantuvieron?
Una pared muy grande que en la época de mi abuelo estaba llena de sus pinturas y cuadros. Yo tengo algunos que son mi decoración principal, pero no son suficientes, así que las arquitectas propusieron cubrir la pared con piedra, tendencia muy actual, y quedó espectacular. Son pequeños detalles que, sin perder la magia del transcurso de los años, la han convertido en nuestra casa.
¿La decoración es de tu autoría?
Sí, no contrataría a nadie para algo que considero tan propio. La verdad es que no soy persona de gran decoración. Las casas en las que he vivido han sido siempre muy sencillas, manteniendo al arte como protagonista. Ese es mi estilo y así se lo aprecia en esta casa.
¿Lograr estos jardines fue un gran esfuerzo?
Los jardines están como los ideó mi abuela. La casa está en la mitad del lote y ella decidió dejar la parte alta como bosque salvaje, en el que incluyó caminos internos, mientras la parte baja la quiso más clásica. Hay árboles increíbles, incluso un par de palmas que sembró Peter Mussfeld cuando llegó al Ecuador e hizo amistad con mi abuelo. El jardín es mágico, es una belleza. Tengo excelentes recuerdos, por ejemplo, la piedra gigante donde de pequeña tomaba sol. No permitiría que la toquen jamás. |
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¿La piscina?
En el jardín de la parte baja mi papá hizo una piscina que está destinada a desaparecer. El mantenimiento es costoso, y con nuestro clima es muy difícil aprovecharla al máximo.
¿Háblame de Guápulo?
No ha cambiado en nada, sigue como en mis recuerdos de infancia. Está la tiendita de siempre y varios locales de artesanos que hoy se complementan con restaurantes, pizzerías y hasta una cevichería. La magia la mantienen los personajes del barrio, con su emblemática bruja en la calle central… El entorno es encantador. En la época de las fiestas de Guápulo, mis hijos y yo salimos a la plaza a ver las bandas, las obras de teatro o grupos de baile que se presentan. Son experiencias únicas de nuestro ancestro cultural, que si viviésemos en Quito no las compartiríamos. Nos conocemos entre vecinos, algunos de ellos incluso recuerdan a mis abuelos. ¡Es simplemente fascinante!
¿Es un barrio seguro?
Sí, muy seguro. Vivimos vida de comunidad, nos conocemos y nos cuidamos mutuamente. Es una zona tranquila por donde caminan los músicos, los artistas, se escuchan pajaritos y se siente el ruido del viento. El sonar de las campanas de la Iglesia, semejante a cánticos gregorianos, rompe el silencio de una manera maravillosa.
¿Dirías que vives en el campo o en la ciudad?
Estoy a tres minutos por reloj de Quito; estoy muy cerca a los Valles de Cumbayá y Tumbaco; tengo fácil acceso a las vías principales que me llevan a cualquier extremo de la ciudad; pero la increíble paz que hay aquí hace que me sienta como si estuviese en el campo. Vivo lejos del ruido y la congestión disfrutando de una vista espectacular. La Iglesia de Guápulo, los valles, la cordillera que, en días despejados te permite ver hasta el Cayambe, nos hacen sentir como si viviésemos en un pueblito apartado de la civilización.
¿Volverías a Quito?
¡Jamás! No saldría nunca de la magia que me rodea en Guápulo. |
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