Por Lorena Ballesteros
Cada tarde, a las 18:00, Martina Vera Pérez aparece en la pantalla chica para ofrecer una mirada distinta de Ecuador. Una que ve al país desde la perspectiva del ciudadano de a pie, con historias impactantes, sorprendentes, inquietantes, que son las que muchas veces pasan desapercibidas ante los medios de comunicación, ante las redes y los propios ciudadanos.
Y es que su labor como directora y presentadora de Te Veo Ecuador es la de dar una voz, una mirada fresca a las noticias que se transmiten en vivo, haciéndolo desde el lugar de los hechos. Quien la ve frente a las cámaras no duda de que nació para ser comunicadora, y es que en su genética carga esta profesión como quien lleva el color de los ojos. Es hija de Carlos Vera y María Beatriz Pérez, y algo tiene de cada uno. Es desenvuelta, elocuente y carismática.
Su programa, no cuenta noticias. Para ella las noticias van y vienen. Lo que hace Martina con su equipo de Te Veo Ecuador es contar historias que nos hablan de quienes somos como país, alejándose de contenidos políticos o macroeconómicos, para dar paso a lo social y humano. “Damos espacio a gente que nos cuenta qué hacemos, qué nos cuesta, qué nos estanca, que nos preocupa, pero también qué nos hace brillar, qué nos pone a soñar, qué nos hizo aprender y crecer”, señala la periodista de 31 años.
Los temas varían y nunca se agotan. “Contamos cómo hace un director de escuela en una Esmeraldas sofocada por la violencia para que los niños no dejen de educarse, o cómo una mujer, después de haber sufrido violencia de género en casa, decidió salir de ese círculo vicioso, dejar a su agresor y sacar a flote un emprendimiento que dé alas a otras mujeres”. Otro de los aciertos que tiene el programa es acercarse a territorios amazónicos que sufren la falta de inversión en vías y servicios básicos; así como visibilizar ciudades como Loja y Cuenca, que son generadoras de matrices culturales y gastronómicas que sorprenden al mundo entero.
Quien ve a Martina frente a las cámaras no duda de que nació para ser comunicadora. Ella recuerda que en sus años de infancia y de adolescencia fue muy introvertida. Quizás lo que le queda de esa faceta es su predisposición para encontrar tiempo para estar sola, algo que realmente disfruta. Le encanta merodear en una librería, comprar libros para luego perderse en mundos imaginarios. La lectura, el yoga y salir a trotar son actividades que le permiten desconectarse de la vorágine laboral y reconectar con su yo interior.
Admite que actualmente se encuentra en un momento de profunda reflexión. Pues sus últimos años han sido de constantes cambios: mudanzas, nuevos trabajos, desafíos profesionales, despedidas de amigos… Ahora, finalmente se ha dado el lujo de reflexionar. Como ella bien dice: “es mi momento de entender en dónde estoy parada y hacia donde quiero ir”. Y esa es la gran pregunta, ¿hacia dónde quiere ir Martina Vera?
Después de vivir seis años en Madrid y cerca de ocho en Argentina, por el momento no piensa volver a mudarse. Está instalada en Guayaquil con Juan, su pareja, a quien conoció mientras vivía en Buenos Aires. No tienen planes de matrimonio, pues ambos rechazan lo que impone o compromete dicha institución. Respetan a quienes han firmado el contrato, pero no creen que sea para ellos. Tampoco están seguros de querer traer hijos al mundo. “Admiro a las mujeres que son madres, pienso que son muy valientes, no sé si yo tenga esa valentía”, comenta.
No puedo evitar preguntarle si esa resistencia al matrimonio viene instaurada por el divorcio de sus padres. Piensa que puede haber algo de eso. Sin duda, todo lo vivido deja sus huellas, como la magnífica relación que mantiene con su madre, una mujer fuerte, trabajadora que siempre le dio la libertad de escoger su propio camino hasta convertirse en su mejor versión. “Mi mamá siempre me ha dicho: tú puedes ser quien tú quieras ser”. Un lema que le sigue causando resonancia.
Cuando sus padres se divorciaron Martina tenía tres años. Creció con su mamá. Fue ella quien le secó las lágrimas, la llevo de viaje, le hizo reír, le cuidó cuando estaba enferma. Fue quien le enseñó a caminar, literal y figurativamente.
Sus años de infancia los recuerda con esa dosis de timidez que mencioné anteriormente. También con un poco de soledad. Su mamá trabajaba de sol a sol y ella pasaba con su abuela o con sus tías. No tiene reproches al respecto, pero le hacía falta otro tipo de compañía, o de complicidad. Por eso, cuando nació Canela, su hermana menor, sintió que la ecuación se completaba.
Canela llegó cuando Martina tenía 7 años y rompió todos sus esquemas. Martina era políticamente correcta desde la cuna. Era muy modosita, bien portada, preocupada por lo que otros pudieran pensar de ella. Canela, por su parte, era inquieta, saltaba, bailaba frente a quien estuviera dispuesto a admirarla. Canela es una de sus personas favoritas.
La fuerza femenina, tanto de su madre como de su hermana, han marcado el rumbo de la joven periodista ecuatoriana. María Beatriz también fue talento de pantalla, incursionó en la radio. Fue un rostro popular y querido por varios años. Sin embargo, la influencia mediática corre aún más fuerte por el lado paterno.
No puede ser sencillo ser la hija de Carlos Vera. Cuando le pregunto cuál es el balance de tenerlo como progenitor enfoca mucho la mirada, como si estuviera tratando de visualizar el paso de sus años en pocos minutos. “Mi papá es una persona auténtica, no hay otro como él. No teme decir lo que piensa. Ahora me reconozco en esa personalidad, yo también soy así”.
Admite que su papá siempre se entregó al 100% a su profesión de periodista, con él no hay términos medios. Por eso siente que echarlo de menos ha sido una constante en su relación. Nunca tuvo demasiado tiempo para la familia, y la distancia que los separaba entre Quito y Guayaquil solo profundizó esa sensación de extrañamiento.
Ser hija de dos personalidades en Ecuador, que es un país pequeño, es una ventaja y a la vez una carga. Hay una vara alta, que puede ser invisible, pero está latente. Sus años de estudio y trabajo en España los vivió en libertad, sin ser hija de nadie, solo siendo Martina. Sin embargo, tras seis años decidió regresar a su país natal. “Soy de cerrar ciclos, sé cuándo pasar la página. Mis amigos empezaron a irse, comencé a sentir soledad”.
Regresó temporalmente a la casa de su mamá y se quedó instalada más de un año. “Era lindo llegar fundida del trabajo y tener con quién conversar, alguien que te prepare la sopita caliente, que te cuide”. Pero eso duró poco porque María Beatriz se mudó a Buenos Aires con su esposo de entonces. Le pidió que fuera con ella, pero decidió quedarse, y se quedó.
Luego volvió a sentir que ese círculo de ser reportera de televisión en Ecuador estaba por cerrarse. Sin darle muchas vueltas empacó sus cosas y viajó a Buenos Aires. “No pensé en nada. Creí que si llegaba allá y enviaba curriculms, si tocaba puertas en todos los medios, iba a conseguir trabajo. No fue así. Pasé un año y medio en la búsqueda”, pero descubrió que si estudiaba la Maestría en Periodismo en Grupo Clarín podría pasar a hacer prácticas en alguno de sus medios.
Cuando su período de pasantías concluyó pensó que volvía a punto muerto. No había vacantes. Sin embargo, un día después de su salida la llamaron. Dos semanas después estaba en nómina. Así comenzó lo que serían sus años dorados del periodismo, viviendo la adrenalina de trabajar en una redacción con 200 otras personas. Gritos, apuros, correrías, transmisiones en vivo… mucha prolijidad por desarrollar contenido sin límites.
La pregunta de cajón es, ¿por qué regresó a Ecuador si en Buenos Aires estaba tan feliz? “Porque la crisis política y económica se volvió insostenible. Si un día vivías con 100, a la semana siguiente necesitabas 200 o más. Los alquileres se renegociaban todos los meses, a veces cada semana. Dejé de ver futuro”, comenta.
No dudó en contactar a Milton Pérez, uno de sus antiguos jefes en Teleamazonas para dar la voz de aviso de que buscaba una oportunidad en Ecuador. Así se le presentó la posibilidad de hacer Te Veo Ecuador. Al principio dudó. ¿Cómo iba a dirigir un programa con transmisiones diarias en vivo y en tres o cuatro ciudades distintas? Era un desafío que no se sentía segura de asumir. Se lo pensó. Luego propuso llevar un equipo de producción desde Argentina, entre esos su pareja, pues tenía la experiencia sobre cómo desarrollar ese tipo de contenido. “Acá en Ecuador no es común que se realicen transmisiones en vivo, por lo general todo está previamente grabado”. Cuando le dieron luz verde para viajar ya no hubo marcha atrás. Así se materializó el sueño de volver a pintar sobre un lienzo en blanco.
El periodismo es la vocación y la forma que Martina ha elegido para vincularse con el mundo, de ampliarlo, de poner los pies sobre la tierra. “La máxima aspiración de un periodista es que, en el proceso de contar todo esto a las audiencias, alguien más también se sienta transformado o interpelado”, comenta Martina.
Ahora, más de un año después estar instalada en Guayaqui con su programa posicionado, aún batalla por encajar en esa ciudad. Le gusta, pero ha llegado a temer por la integridad de su equipo de trabajo, son tiempos complicados para desenvolverse sin miedo en las calles del Puerto Principal. Le encanta que sea una ciudad que vive hasta altas horas de la noche, en la que la gente sale a cenar, a pasear, a beber algo sin guardarse antes de la media noche como sí sucede en la capital.
Nada es absoluto en la vida. Y Martina lo sabe, ella es de vivir el presente, de aprovecharlo, de acoplarse, ponerse metas altas y también saber cerrar círculos. Reconoce que es difícil hablar de proyecciones exactas en su oficio. “El periodista tiene que estar en donde esté la gente, y esa ubicación no es predecible con los cambios que la tecnología, las redes sociales y la inteligencia artificial traen. Lo que sí puedo decir es que ahí estaré, con los formatos y narrativas que hagan falta, para que las historias que cuento amplíen nuestras miradas, nos conviertan en agentes de cambio y se escuchen en el mundo”.
En algún momento quizás volverá a los contenidos políticos, no los descarta. Los echa de menos. Pero ahora mismo se encuentra satisfecha, completa y en paz.