Por: Lorena Ballesteros
En Tumbaco, por el camino de la Viña, se encuentra la urbanización Chambalá. Allí la naturaleza se percibe en su estado puro. Hermosas especies de jacarandás, ceibos, ficus… se enredan para protagonizar un paisaje que coexiste armónicamente con cada residencia.
Sus calles son estrechas, empedradas, condescendientes con el entorno. Parece extraño que a pocos metros se encuentre la vía Interocéanica con su pesado tránsito vehicular. Y es que esta urbanización permite desconectar de la vorágine de la capital y de la dinámica común de los habitantes de Cumbayá y sus alrededores. Estas características fueron decisorias para que María José Freile construyera la casa de sus sueños en Chambalá.
El concepto de ‘dream house’ puede sonar cliché. Pero quien pone un pie en esta residencia y quien conoce a María José y su familia, sabe que esta joven pero experimentada arquitecta, ha puesto alma, vida y corazón en cada rincón de su casa. Porque plasmar un sueño es eso: combinar fantasía y funcionalidad; volar pero aterrizar en el lugar correcto; atreverse, salirse de las líneas, pero jamás desbordarse.
Buscando este equilibrio entre racionalidad y emociones es que se dio a la tarea de plasmar su esencia. Ella estudió en la Universidad San Francisco de Quito, fue mamá a sus veinte años y desde entonces, junto a su esposo han formado una hermosa familia que ahora ya es de cinco miembros: un hijo de 14, una nena de 6 y el menor de 5 años. Se declara una mujer familiar pero sumamente profesional. Alguien que ha luchado por alcanzar sus objetivos. Prueba de ello es la tenacidad con que estudió y egresó aun cuando su primer hijo era bebé y demandaba mucho de ella.
María José como arquitecta busca que cada una de sus obras refleje la personalidad y estilo de vida de las personas que habitan en ella. En ese sentido no parecía complejo crear un diseño que contemplara sus necesidades, las de su marido y las de sus tres hijos. Hasta allí el camino pintaba fácil. Pero su mayor reto fue ponerle freno a sus propias exigencias. En el proceso de construir su casa se volvió más perfeccionista. “Cuando trabajas para alguien más, el cliente te va delimitando. Te adaptas a sus exigencias, a sus posibilidades y eres una especie de guía. Cuando construyes para ti mismo te permites hacer ejercicios de prueba y error. Varias veces derrumbé y volví a levantar hasta estar cien por ciento satisfecha con el resultado. Por eso nos tomó dos años terminar la casa”.
Esos dos años valieron la pena porque resultaron en un hermoso retrato de su vida familiar. Desde el exterior, la casa de María José ya muestra una personalidad extrovertida, dinámica y alegre como su propietaria. La fachada predice una construcción moderna en sus líneas rectas; pero cálida en sus materiales: piedra, madera y metal; y fresca por los árboles que se cuelan en el paisaje. Una hermosa palmera da la bienvenida, y desde atrás, sembrado dentro de la casa, un enorme ficus saluda con sus frondosas ramas.
En ese terreno previamente existía una casa que tuvo que derrumbar y comenzar prácticamente de cero. María José reconoce que compró esa casa por el terreno y no viceversa. Se dio ese lujo porque además de su carrera profesional, también cuenta con la experiencia de su esposo, quien es constructor. Un equipo preciso para darse a la tarea de erigir la casa soñada.
Uno de los principios fue cuidar los árboles del terreno. Por ejemplo, en su diseño respetó el espacio de ese maravilloso ficus que ahora refresca el ambiente de un patio interno de la casa. En el jardín trasero se vive toda una experiencia al aire libre. No hay un diseño paisajístico estructurado, es la naturaleza en estado puro, como cuando se jugaba libremente en la casa de los abuelos. La piscina tiene un toque campestre y la privacidad está determinada por la altura y sombra de los árboles.
Si hay algo que define a esta casa es el volumen. María José se declara ecléctica. Es flexible al momento de alternar lo rústico con lo contemporáneo, lo moderno con lo clásico, pero es fiel al volumen grande y los espacios abiertos. “Soy simple y sencilla. Mi afinidad con el aire libre y la vida al exterior se traduce en espacios amplios, luminosos e integrados”.
La primera planta de su casa es precisamente eso: interacción de espacios. Desde el hall de entrada se puede ver la sala, la biblioteca y a través de ellos el jardín. No hay columnas ni paredes que obstruyan la luz natural. Y una de las particularidades es que no hay puertas. Ni siquiera la cocina es un espacio cerrado, todo está interconectado por un largo corredor. Las paredes de piedra, en tonalidad rosa, acompañan con calidez y hasta con cierto misterio el recorrido por esta deslumbrante residencia.
María José y su esposo son fervientes lectores y quizá por eso uno de los espacios más aclamados es la biblioteca. Aquí sí hay una puerta, pero es una puerta de siete metros de altura, elaborada con madera y vidrio, lo cual permite una dualidad pertinente entre espacio público y privado. Lo mágico de la biblioteca es que es una a carta cabal. Quien ha visto la película animada de Disney La Bella y la Bestia, puede sentir el mismo clamor que cuando Bella ingresa en la biblioteca del castillo. Las paredes están forradas de libros. Las estanterías están hechas con madera casi sin tratar. Así la rusticidad de esos anaqueles se desenvuelve en perfecta armonía con el espacio.
La casa de María José también refleja semejanza con el estilo del aclamado mexicano Luis Barragán. Entre las características distintivas de este arquitecto, Premio Pritzker de Arquitectura, está el respeto absoluto por el paisaje y la magnífica combinación de lo natural con lo producido por el hombre. En esta línea, María José, quien admira y se identifica con Barragán, además de respetar el paisaje, ha procurado que la luz natural invada su casa y que los materiales se comuniquen con el entorno. Por ejemplo, la piedra que utilizó es muy particular, no es una que pueda conseguirse fácilmente. El piso es de mármol travertino, una roca sedimentaria formada por depósitos de carbonato y calcio, que es utilizada en las construcciones como piedra ornamental. De esta forma, con materiales básicos, María José ha creado un entorno en el que fluyen abiertamente diseño arquitectónico, diseño y decoración.
En cuanto a diseño interior los tonos neutros prevalecen. Hay detalles que no pueden dejar de mencionarse, como los imponentes faroles del comedor que fueron elaborados por artesanos locales, o el Cristo crucificado que pertenecía a la familia de su esposo. Los muebles son de un estilo más bien clásico, como el sillón Chester de la sala o las mesas rústicas del comedor, la sala y el jardín. El arte también tiene su espacio, por ejemplo con un cuadro de madera tallado a mano con el kamasutra y sumamente artesanal; o una obra del emblemático Guayasamín.
En el amplio salón de juegos se puede descubrir un poco más de la cotidianidad de su entorno. María José se desenvuelve en una dinámica familiar, sin muchas reglas, más allá de que todo debe utilizarse; que sus hijos puedan moverse libremente por la casa y disfrutar de cada uno de los espacios. También está la flexibilidad. Si bien ahora en el salón hay juguetes por doquier, en unos años, cuando sus hijos más chicos crezcan, ese mismo lugar podrá ser una sala de cine o un área de juego con futbolín, billar y ping pong.
Después de dos años de mucha exigencia consigo misma, María José puede darse el gusto de abrir las puertas de su casa como una especie de tarjeta de presentación de su trabajo. A sus 33 años y como arquitecta independiente ha diseñado, ha construido, ha viajado y se ha puesto a prueba como mujer y madre. Sin embargo, reconoce que la aventura de haber combinado todas sus aptitudes, se traduce en haber creado la casa de sus sueños, que más allá de ser una joya arquitectónica, es el resultado de lo que más valora: la vida familiar y el calor del hogar.