Una recopilación de fotografías de la naturaleza ecuatoriana, que de manera muy simple, transmite toda la majestuosidad del mundo que nos rodea. Son imágenes que inspiran, que hacen respirar despacio, apreciar con detenimiento lo más simple y profundo de la vida.
Como ella dice: “Simplicidad es mi alma al desnudo, son todas estas fotografías que he venido haciendo desde mi interior, desde el silencio absoluto entre mi persona y mi fotografía. Esos momentos inmersos en mi propia intimidad, en mi momento, en mi sentir”.
Esta quiteña, de 36 años, ha publicado cinco libros de fotografía artística, realizado exposiciones de gran formato, dirigido talleres…, entre otros andares producto de su lente profesional. Lo cierto es que toma fotos desde que tiene uso de razón. Cada vez que María Emilia tiene una cámara entre sus manos, se deja llevar hasta llegar a una especie de trance. El mundo que la rodea se desvanece para compenetrarse únicamente con el objeto de su atracción. Entre broma y verdad, dice que cuando está concentrada haciendo fotos es capaz de perder hasta la cabeza.
Gracias a la fotografía ha recorrido todas las regiones del Ecuador. Se ha adentrado en lo más profundo de la selva, escalado montañas hasta sentir el frío de la nieve de los glaciares, y deleitado con la variedad de colores de los atardeceres de hermosas playas. Ha observado el reflejo del agua al caer del sol y casi hipnotizada lo ha perseguido con su lente.
Lleva la aventura en la sangre, incluso ha hecho fotografías de ganado bravo en pleno rodeo. Pero ese riesgo, esa adrenalina son sus alicientes para descubrir un mundo que no todos pueden ver.
Siente el compromiso de izar la bandera ecuatoriana. De ser unos ojos que miran profundamente y luego presentan un país que pocos se atreven a conocer.
Su camino profesional lo inició en la Universidad San Francisco de Quito, donde estudió Marketing con un Minor en Fotografía. Reconoce que el Marketing fue un pretexto. Siempre quiso ser fotógrafa, pero no existía una licenciatura como tal. Una vez terminada la carrera, viajó a Nueva York al International Center of Photography y posteriormente a México para realizar un workshop con Mary Ellen Mark, reconocida fotógrafa estadounidense, experta en fotoperiodismo, documental y retratos. Ha transcurrido más de una década desde entonces, y nunca ha dejado de actualizarse. Sigue inscribiéndose en cursos y talleres, no solo de fotografía, sino de todo lo que le pueda abrir horizontes para materializar sus proyectos profesionales.
Esta entrevista la realizamos en su casa, donde se encuentra desplegada parte de su obra. Desde que se ingresa por la puerta principal es posible percibir y apreciar su arte. Nos comenta que su hogar es fruto del esfuerzo conjunto con su esposo Fernando Mora. Les ha tomado tiempo, pero cada rincón refleja su estilo de vida: sencillo, natural y muy en conexión con la naturaleza. Prueba de ello es el gran ventanal que conecta el área social con el verde de su jardín.
Ahí en su porche nos sentamos a conversar sobre su inspiración. Es un lugar tan apacible y silencioso que evoca fielmente a la “simplicidad” en la que vamos a concentrar nuestra charla.
La fotógrafa es sentimental. Sus emociones las desborda a través del arte. En su casa procura que muebles y adornos tengan un significado para ella y su familia. Como las poltronas que heredaron de la bisabuela de su esposo o las antigüedades que han restaurado.
Lo cierto es que, aunque por la pandemia, pasa más tiempo en casa, disfruta de trabajar sus fotos desde allí. María Emilia, Fernando y sus dos hijos, son un equipo todo terreno. Los cuatro gozan de la vida al aire libre, con sabor a campo y aventura. Salir de camping, hacer trekkings, pasar los fines de semana en la hacienda o escapar varios días a la playa, son actividades cotidianas. Además, tienen la fortuna de que cada lugar que descubren queda registrado por el lente de María Emilia.
“Simplicidad” es el resultado de más de ocho años de trabajo y que debido a la pandemia adquirió un nuevo significado. Fue la oportunidad perfecta para transmitir un mensaje contundente: vivir el día a día apreciando las pequeñas cosas que nos rodean. Es su proyecto más íntimo y en un momento de madurez profesional.
¿Recuerdas cuál fue tu primera cámara fotográfica?
La primera cámara me la regaló mi abuelo Estuardo, el padre de mi mamá, cuando yo tenía seis años. Me la dio porque iba a viajar a Disney con mi familia. Era una cámara de rollo. Curiosamente mi abuelo también me regaló mi segunda cámara, una semiprofesional, después de que me gradué del colegio. Él siempre supo que la fotografía era mi pasión. Yo iba a viajar por seis meses a Italia para aprender el idioma y vio la oportunidad ideal para que iniciara mi carrera como fotógrafa.
¿Desde pequeña tomabas fotos?
Sí, literalmente era la fotógrafa oficial de la familia. Por eso, en los recuerdos familiares, hay menos fotos mías, porque yo estaba detrás de la cámara.
¿Qué recuerdas de tu infancia a través de la fotografía?
Recuerdo que tenía 10 o 12 años y hacía posar a mis abuelos. Les hice muchos retratos y ellos posaban encantados. Por eso, mi abuelo, me regaló mi primera cámara semiprofesional.
¿Cómo describes tu estilo fotográfico?
Me gusta transmitir sentimientos, descubrir nuevas culturas. Soy aventurera y mis imágenes muestran esa vida al aire libre. Ha sido una herramienta para exponer un Ecuador que pocos tenemos la fortuna de conocer.
¿Cuáles son las emociones que quieres transmitir a través de la fotografía?
En primer lugar quiero inspirar. También dar a conocer. Conseguir que se mueva algo en el corazón de las personas. Provocar suspiros. Pero sobre todo, quiero que la gente se motive a viajar y a descubrir nuestro país.
¿Eso les inculcas también a tus hijos?
Totalmente. Es algo que amo. Que mi trabajo sea compatible con la maternidad. Mi hija me acompañó a un viaje por el Azuay, relacionado con mi libro “Senderos de Toquilla”. Visitamos a todos los artesanos que contribuyeron para contar la historia de cómo se hace el sombrero de paja toquilla. Son oportunidades únicas, las de compartir estas experiencias con ellos.
Hace poco se publicó tu quinto libro de fotografía ¿En qué se diferencia de los otros?
“Simplicidad” es un proyecto que fue caminando de mi mano desde hace 9 años, incluso mientras hacía otros libros o armaba proyectos para mis clientes. En mis viajes familiares o de trabajo se me cruzaban detalles que captaba con mi lente y pensaba: “ésta es mi simplicidad”.
Entonces el título … ya estaba pensado …
Y el proyecto por decirlo, encaminado. Tenía muy claro el concepto y el nombre. Hace años creé un archivo en una carpeta que llamé “Simplicidad” y arrastraba allí, todas estas fotos que yo las sentía muy íntimas, muy profundas, pero a la vez tan simples. Incluso imprimí el 60% de las fotografías que había tomado. Quería realizar una exposición de gran formato.
¿Qué tipo de imágenes encontramos en “Simplicidad”?
Fotografías de las cuatro regiones del Ecuador. Recoge imágenes de mis viajes de trabajo, de mis paseos familiares. De momentos que me inspiraron durante esas travesías. Por decir, un cielo de colores, el reflejo del sol en una laguna, gotas de lluvia cayendo en una flor…
¿En esos viajes de placer en los que encontraste inspiración, la familia apoyó para desarrollar tu proyecto profesional?
(Sonríe) ¡Digamos que me tenían y me tienen paciencia! Mi esposo y mis hijos me conocieron así. Puedo estar hipnotizada por horas en una escena. Me pierdo … me voy … no es posible para mí fotografiar y que mis hijos estén por ahí solos a mi lado. ¡Podría perderlos! (ríe). Por eso, el apoyo de mi esposo es tan importante en este proceso creativo.
¿Qué te llevó a lanzar el libro en medio de la pandemia?
El destino tiene sus formas. Hacia finales de 2019 hice un curso con Pablo Corral Vega, un fotógrafo al que admiro muchísimo. Para la -Inscripción- tenía dos alternativas: la primera, era un curso para fotógrafos que ya tenían el material listo para lanzar un proyecto; y la segunda, era un curso para desarrollar un proyecto desde cero.
¿Por cuál te decidiste?
La segunda … desde cero! Porque si bien había comenzado “Simplicidad” en el 2011, había llegado a un punto de cuestionamiento, en el que creí que yo veía belleza donde nadie más la veía. Así que en ese momento, estaba totalmente desconectada del material que había recopilado hasta entonces. Pero una vez que arrancó el curso, volví a mi carpeta de archivo y se la presenté a Pablo. Obviamente me dijo que debía haberme inscrito en el otro curso y que lo que tenía estaba espectacular. Ese fue uno de los empujones que recibí para retomarlo. Luego llegó la pandemia y por un espacio de tiempo todo quedó paralizado.
¿Cómo y cuándo lo retomaste?
Después de unos meses de encierro y de reflexionar aún más sobre las cosas simples de la vida, hice otro curso. Esta vez enfocado a la productividad, a dejar de procrastinar y materializar los proyectos. Aproveché para ponerme la meta de terminar “Simplicidad”. Me di cuenta que era el momento perfecto para transmitir el mensaje de mi obra. La pandemia nos había hecho a todos más sensibles.
¿Cómo se materializó “Simplicidad”?
Siempre lo visualicé como una exposición fotográfica de gran formato. El libro fue una especie de añadidura porque, tras trabajar nueve años en el proyecto, sabía que era imposible imprimir y exponer todas las fotos. Fue más sencillo armar un libro con todo el material restante. Incluso muchas fotografías se quedaron fuera del libro.
¿Qué obstáculos presentó la pandemia?
Fue un reto, pero también una oportunidad. Se abrió el circuito de Cumbayá y pensé que ese sería el lugar ideal para exponer mi obra. Estaba consciente de que allí no podía ser el lanzamiento, porque no podía hacer una convocatoria. Entonces conseguí el apoyo del C.C. Scala y fue allí donde logré realizar la inauguración de la exposición.
En “Simplicidad” aparecen testimonios de cinco colaboradores … cuéntanos …
En todos los libros que he publicado están el prólogo o los textos de un escritor invitado. En este caso quería hacer lo mismo y buscar personajes que complementaran mi mensaje de simplicidad. Personas que miraran la vida desde mi perspectiva de encontrar belleza, incluso en las tormentas. De ponerle una cara positiva a la adversidad.
¿Quiénes son y por qué los elegiste?
En este contexto, contacté con Sebastián Carrasco, deportista de aventura y padre de familia; que a pesar de haber sufrido un accidente grave que condicionó su movilidad, no se ha dado por vencido y es un ejemplo de perseverancia. Está Sara Palacios, la primera ecuatoriana nadadora de aguas abiertas y la primera mujer de nuestro país en cruzar el Canal de la Mancha. Pepo Vinueza, quién sobrevivió al cáncer, perdió su brazo izquierdo y aun así es un deportista y motivador increíble. Y María Gabriela Avellán, madre de Lucas, quien nació con autismo y ella con infinito amor formó la Fundación Camina Conmigo para ayudar a otras familias que atraviesan situaciones similares.
¿Qué lección te dejó este proyecto?
Que después de tantos años de trayectoria me siento más segura. Tengo más confianza en mi trabajo. Disfruto de mostrarlo, de exponerlo. Incluso de guiar a otros fotógrafos que están comenzando su travesía. Es mi manera de compartir mi simplicidad.