Por Caridad Vela
El tiempo parece ir hacia atrás. La veo en la puerta de su casa con una belleza que supera la de su juventud, que es decir bastante. No es ella la que sonríe, es su alma. No son sus brazos los que me reciben, es su corazón. Margarita Dávalos es otra. Brilla con una luz distinta, diáfana, propia de quienes están en paz con la vida. Enriquece mirarla.
Siempre ha sido un referente para las mujeres y un reto para los hombres. Intrépida como nadie, antes de graduarse del colegio tomó a su primer toro por los cuernos y aceptó la propuesta de locutar noticias en Ecuavisa. Muchos años después la vida la colocó ante otro toro, uno negro de verdad. Cáncer. Aceptó la embestida con todo el valor que lleva dentro, lo está superando, y gracias a eso hoy disfruto de su compañía y puedo compartir con ustedes el relato de su vida.
Empecemos en tus 18 años…
Me llevas a la ingenua decisión que tomé al aceptar ser presentadora de noticias en Ecuavisa, cuando literalmente lo que sabía era leer, porque la verdad es que entendía poco de lo que decía, pero esa decisión marcó el rumbo de una vida dedicada a la televisión.
¿El siguiente paso?
Fui productora y conductora de Peques, programa infantil que fue un éxito total. Siguieron Baje una Estrella, Caras y Gestos, Familia vs Familia, Laberinto… Fui actriz en dos telenovelas y lo disfruté mucho. Culminó mi etapa de diez años en Ecuavisa cuando emprendí con Tercer Ojo, una productora independiente que tuve durante dos años, pero extrañaba la televisión y fui como Gerente de Producción y Operaciones a Gamavisión.
Ecuavisa, Gamavisión… ¿Luego fue Teleamazonas?
Así es. En mi primera etapa fui Gerente de Producción. Estuve ahí doce años en los que lideramos los ratings con todas las novelas e hicimos maravillosos programas taurinos durante la mejor época de la Feria de Quito. En esa época pertenecía a Eduardo Granda, y gracias a su confianza hice de intermediaria para la venta del canal. Salí en 1999 y volví a Gamavisión con Betty la Fea de mi mano, y logré que el canal suba del quinto lugar a ser el número uno. Canal Uno, de Marcel Rivas fue mi siguiente reto. Permanecí durante tres años y en 2006 volví a Teleamazonas donde estoy feliz hasta hoy.
¿Cuál fue el reto más grande?
La transición entre ser Gerente de Producción y Programación para ser Gerente de Ventas. Se dio en 1997 fundamentalmente porque nadie vendía los programas que yo producía, y decidí venderlos yo. Eduardo Granda pensó que si podía vender los míos, podía también vender el resto. Y tuvo razón. En retrospectiva puedo decir que mi escuela fue Ecuavisa, pero he entregado mi vida a Teleamazonas.
¿Tu mayor satisfacción?
En el campo laboral han sido tantas que no alcanzaría a nombrarlas, pero en el plano personal nada supera el nacimiento de mis nietos. Tengo dos, José Tomás de cuatro años y Felipe que está por cumplir dos. Son un premio en la vida, el más hermoso que puedes recibir. Nunca soy más feliz que cuando están cerca.
¿Por ellos vives en una casa tan grande?
Cuando me casé vivía en un departamento en Quito, ahí nació mi única hija, tenía 10 años cuando nos mudamos. Desde hace 24 años vivo en Cumbayá, en esta casa que tiene cuatro dormitorios. En algún momento me debe haber parecido una buena idea, porque era demasiado para mi familia, pero ahora que llegaron los nietos tengo los espacios necesarios para recibirlos cómodamente.
¿Cómo era la urbanización hace 24 años?
Esta fue la quinta casa en construirse en la urbanización, y solo hubieron cinco durante unos seis años. Era campo abierto, no había guardias, la seguridad era un palo que cada uno levantaba para entrar. Era como vivir en una hacienda, no había teléfono y llegabas fácilmente porque no había tráfico. Durante los primeros años venía a casa a almorzar y regresaba en la tarde a trabajar.
¿Cómo comparas tu vida en Quito con la de Cumbayá?
No son susceptibles de comparación. Esto es un paraíso mientras que Quito es bulla y ajetreo. La Ruta Viva ha sido de gran ayuda, pero es impensable venir al medio día. Hago jornada única hasta las 17h30 y regreso a esta paz, al silencio y a la naturaleza. Hasta los temblores se sienten menos acá. Los fines de semana no me saca nadie, nunca volvería a vivir en Quito, menos ahora que mis nietos viven a cinco minutos de distancia.
Todo en la decoración cuenta una historia…
Son piezas cargadas de recuerdos. El lugar donde transcurrió mi infancia fue un maravilloso hogar, y cuando me casé vivíamos en un departamento donde no cabía todo. Cuando terminamos de construir esta casa con las paredes de piedra, techos tan altos y la luz que entra por los ventanales, encontré el espacio idóneo para dar vida nuevamente a esos recuerdos que me hablan de la vida con mis padres. Afortunadamente mi mami pudo ver sus objetos más queridos en esta casa.
Cuéntame…
Ella estaba muy mal de salud, ya prácticamente no hablaba cuando entró por primera vez, y fue tanta su alegría al ver sus lámparas, cuadros, la vitrina y el baúl en un nuevo hogar, que se sintió en casa. Para mí fue como sentir un deber cumplido, después de ver la felicidad en su rostro no necesité nada más. Eran sus últimos días y había logrado rodearla de todo lo que para ella representaba el resumen de su vida. Fue dichosa en esta casa.
¿Alguna pieza que sea especial para ti?
Todas, pero siento una atadura mayor con el baúl que tengo sobre la mesa en la sala principal. Era de mi mamá y es de aquellas cosas de las que nunca quisiera desprenderme, pero he aprendido que la vida es un constante desprendimiento, que mantener apegos es un error muy grande porque el destino te separa de todo, incluso de tus seres queridos. Si bien es muy duro asimilarlo y en principio te rompe, entiendes que lo verdaderamente valioso es lo que llevas en el corazón. Es uno de los aprendizajes que me regaló el cáncer.
¿Te incomoda hablar de tu cáncer?
Para nada, hablar públicamente de esa etapa es ahora uno de mis objetivos. Creo que el testimonio de lo que fue, y todavía es, porque me falta un año para estar en remisión, ayudará de diversas maneras a mucha gente y ese es mi propósito. El cáncer es una enfermedad silenciosa que crece dentro de ti, sin causar síntomas hasta que puede ser muy tarde, y te desequilibra. Siempre fui juiciosa con mis chequeos médicos anuales, y ese año dejé pasar dos meses de la fecha acostumbrada.
¿Tuviste alguna señal de que algo iba mal?
No sentí nada que pueda relacionarse con cáncer. Estaba en Los Ángeles haciendo mi trabajo y tuve un mareo tan horrible que pensé que era terremoto, pero no lo fue. ¿Podía ser vértigo? Llegué a Quito, fui al médico y encontró una inflamación en mi oído. Los medicamentos casi acaban conmigo, podía ser solo alergia, pero el doctor ordenó un chequeo general.
¿Por esa coincidencia se dio el diagnóstico?
Sí, un tumor de 8cm en el ovario izquierdo y yo no sentía nada. La recomendación fue ir a Estados Unidos inmediatamente. Encontré al médico ideal y milagrosamente logré una cita enseguida. Me revisó y la operación se fijó para el día siguiente, coincidencialmente el día que mi madre hubiera cumplido años. Al despertar de la operación recibí el diagnóstico: un cáncer muy avanzado, Grado 3 A.
¿Cómo lo tomaste?
Lo primero que vino a mi mente fue la muerte, y se lo pregunté al doctor. Su respuesta fue que sí, que voy a morir, pero no de esto si ponía todo de mí en superarlo. “Te haremos un tratamiento muy fuerte, la medicina hará lo suyo, pero tu fuerza interior es lo más importante”, dijo. Afortunadamente estuve acompañada de las personas más importantes en mi vida: mi marido, mi hija y mi hermano. Tenerlos cerca alimentó mi amor por la vida.
¿Qué tan fuerte fue el tratamiento?
En cuatro meses recibí 18 sesiones de quimioterapia, Una por el peritoneo y otra para atacar directamente al tumor. La primera sesión fue terrible, afortunadamente recibí medicamentos para palear los efectos, sin embargo, hay algunos inevitables. Perdí mucho peso, mis defensas estaban en el suelo, lucía pálida y con enormes ojeras, pronto perdí todo el pelo que tenía en el cuerpo, todo, pero continué con mi vida. Seguí trabajando, con mis gorros y pañuelos, muy arreglada como siempre, y con mucho ánimo. Incluso trabajé vía skype o teléfono cuando estaba en Miami recibiendo el tratamiento, salvo los dos o tres días que tardaba en recuperarme.
¿De dónde provenían las fuerzas?
Supongo que algo tenía dentro, pero tener cerca a mi familia, estar en contacto con gente y seguir con mi trabajo, me dio vida. Ocupar la mente en cosas que son importantes y van más allá de la enfermedad, ser productiva y seguir el ritmo acostumbrado, es fundamental. El tratamiento terminó el 27 de octubre de 2015, el día de mi cumpleaños. Los médicos y enfermeras del hospital me celebraron con bombos y platillos y fue una sensación maravillosa.
¿Mucho aprendizaje en ese período?
El cáncer es un gran maestro. Te enseña a botar ese lastre que no te deja ir liviana, y a ocupar ese espacio con agradecimiento y amor por todos y todo lo que te rodea. Reconoces nuevos significados para las palabras. Cada “te quiero” que dices sale del corazón y no de la boca. La vida cambia de color, las sensaciones se vuelven intensas y hermosas, percibes los olores y el viento, te detienes a apreciar lo que tienes cerca, aquello que antes era parte del paisaje.
¿Crees en Dios?
Siempre he creído en Él, pero sin ninguna razón específica había estado muy alejada. La enfermedad me acercó nuevamente. Escuché unos audios del Padre John que fueron inspiradores. Hoy recibo cada día y cada noche con enorme agradecimiento por continuar con vida, tengo la sensibilidad para apreciar cada detalle que llega a mí. Valoro la presencia de mi esposo, mi hija y mis nietos, mis amigas, y toda la gente que quiero y tengo cerca. Los valoro de verdad. Tengo amor por vivir cada día como si fuese el último, y eso es lo que significa tener a Dios dentro de mí.
¿Tienes miedo?
El miedo existe y existirá siempre. No tengo ausencia de miedo, por el contrario, tengo pánico, pero mi carácter y ese empuje que me caracteriza me permiten sobrellevarlo. Eso, más el cariño que recibo, hace más fácil superar cualquier situación.
¿Ningún reclamo ante la vida?
Mi familia creció tanto durante este proceso que no me queda ningún reproche. No pude estar en el nacimiento de mi primer nieto pero tengo la dicha de verlo crecer. Me asustaba que mi hija a sus 30 años perdiera a su madre, pero aquí estoy cuatro años después. La vida tiene marcadas fechas de inicio y final, con pruebas en el intermedio que nos enriquecen. Me gusta mi pelo corto, mis canas reflejan el camino transitado, no tengo asuntos pendientes, mi vida es buena, está en orden.