Por Narcisa Rendón
La historia de Ecuador es un compendio de luchas, tratados y manifestación de ideales, desarrollados en diversos escenarios donde se dieron los más trascendentales cambios sociales. Algunos lugares aún se conservan y están abiertos a la memoria colectiva como evidencia no solo de historia, sino también de arquitectura, de uso de recursos naturales, y de prevalencia de elementos constructivos propios de la época.
Uno de esos es Hacienda La Virginia, ubicada a 78 kilómetros de Guayaquil, en Babahoyo, la capital fluminense. Allí, el escritor y político José Joaquín de Olmedo permanecía largas temporadas durante su niñez, y posteriormente en su etapa adulta, junto a su esposa Rosa Icaza y su hija Virginia.
A este paraje hoy llegan visitantes deseosos de conocer varios capítulos de la historia, entre ellos el del Tratado de la Virginia del 17 de junio de 1845, por el cual el gobierno de Juan José Flores se retiraba de sus funciones, poniendo fin al primer movimiento armado en la era republicana, que comenzó con la denominada “Revolución Marcista”.
Décadas antes, Hacienda La Virginia era parte de un extenso terreno cañaduzal que pertenecía a Agustín de Olmedo, padre de José Joaquín, quien atravesando la mitad del siglo XVIII llegó por primera vez hasta territorio babahoyense, en un largo viaje en barco desde Guayaquil.
Foto: Edu León / Ministerio de Turismo
La casa es fiel representante de la arquitectura de estilo costeño republicano. Está construida en elevación para evitar inundaciones e infestación de insectos, tiene techos a doble altura para permitir ventilación natural, patio interno para refrescar las habitaciones con circulación de aire, celosías en las ventanas para evitar el ingreso directo de los rayos del sol, etc.
Su existencia data del tiempo de la colonia, cuando la producción agrícola tomó mayor importancia para los intereses económicos del poder español. Es así que la distribución de la casa presenta, en la planta baja, decenas de toneles de aquella época en la que se almacenaba el guarapo extraído de la caña de azúcar. Y asentados unos sobre otros, también resaltan los sacos de yute en donde se distribuían las cosechas de café y cacao.
Así se construyeron las primeras casas de hacienda en el litoral, suficientemente amplias para albergar a las familias burguesas que también tenían casas en las principales ciudades. Por lo general, sus dueños eran comerciantes descendientes de españoles inmiscuidos en la vida política. El mismo Juan José Flores se apoderó de un gran terreno frutal a pocos kilómetros de la vivienda de Olmedo, vivienda que aún conserva su estilo rústico pese a que ningún descendiente de la familia Olmedo – Icaza cuidó de él.
Actualmente la Casa de la Cultura de Los Ríos la administra. Fausto González, guía y gestor cultural, comenta que la estructura ha atravesado tres importantes restauraciones, cuyos cambios y arreglos se enfocaron en la madera del piso y las tejas del techo. En la casa se conservan los inderrumbables pilares redondos de madera, la escalera, algunas puertas, y su estilo original.
Al subir resaltan los 26 arcos superiores del corredor que cerca casi toda la planta alta. El suelo, las paredes de alrededor de cuatro metros de altura, y el tejido del techo, también son de madera. Estas características permitieron que la casa obtenga mayor ventilación en un clima meramente tropical.
En el centro de una de las paredes del área donde se cree que Olmedo escribía se encuentra un cuadro con la imagen de Simón Bolívar, personaje a quien admiró al punto de producir en su honor la famosa obra “La Victoria de Junín, Canto a Bolívar”. En ese mismo salón existe un objeto de valor incuantificable: un gran escritorio de madera con 15 cajones, entre laterales, frontales y recónditos, donde José Joaquín de Olmedo guardaba sus memorias.
Los guías del lugar llaman “el secreto” a este escritorio, y cuenta la leyenda popular que ese tipo de muebles era utilizado por banqueros para salvaguardar dinero y documentos confidenciales. Confiaban su fabricación a algún miembro de la institución bancaria, de lo contrario, el carpintero que lo construía debía ser forzosamente desaparecido. Esta y otras historias surgen a partir de este elemento que fue hallado entre las pocas pertenencias de Olmedo que resistieron el paso del tiempo.
No se tiene certeza de cuáles de las famosas obras de Olmedo fueron desarrolladas en ese apartado espacio, seguramente muchas. Una hipótesis bastante sonada relata que, mirando hacia el río Babahoyo por el lado oeste, Olmedo habría dibujado el Escudo de Armas en 1845, donde figura un buque de vapor navegando sobre la ría que nace del nevado Chimborazo.
De lo que sí hay certeza es que en 1845, en los amplios salones de la casa de Olmedo, se dieron cita los miembros del Gobierno de Guayaquil con representantes del general Flores, para convenir sobre el fin definitivo del gobierno floreano e iniciar un proceso de paz. Es muy posible que los aliados de Olmedo pasaran días enteros en La Virginia, pues las largas distancias hasta Guayaquil, y la dificultad para trasladarse a través de la única ruta, la fluvial, impedían que las visitas se retiren el mismo día. Muchos pernoctarían allí, en medio de la espesa vegetación y el sonido de las cigarras, rodeados de aroma a café, alumbrados por lámparas de queroseno.
La sala mayor, donde se habría dado la reunión entre los miembros de los gobiernos, hoy alberga las figuras de José Joaquín y su esposa, doña María Rosa Icaza. Tras ellos, en la pared, se muestran dos pinturas sobre lienzo, cuyo origen se presume fue un trabajo solicitado por los propios esposos. En la cocina está ubicado un gran fogón con leña, platos de loza, de madera, un guarda-frío (mueble de madera cubierto con maya donde se almacenaban los alimentos perecibles), repisas, y un comedor.
La casa se encuentra dentro de las tres hectáreas que actualmente restan de lo que antaño fue la enorme extensión de Hacienda La Virginia. Allí, además de productos como cacao y café, existen variedades de frutas autóctonas como guayaba, pomarrosa, naranja, o los árboles de samán siempre dispuestos a ofrecer sombra.
Atrás quedó la llegada de barcos impulsados por pértigas y movidos por las corrientes. Ahora el río Babahoyo es el entorno de cortos trayectos y de pescadores, de casas flotantes cuya propia historia se deriva del mismo río que vivió, en su momento, varios capítulos de tragedias y triunfos de nuestra historia republicana.