Por: Paola Vallejo
Mayo – Junio, 2012 |
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En lo alto de una loma, en la ruta entre Sangolquí y Amaguaña, rodeada de verde naturaleza, se ve una casa de paredes color ocre o beige con una vista privilegiada del Valle de los Chillos. La casa de Juan Carlos Romero y Juanita Córdova.
Su orientación y diseño capturan el paisaje andino desde distintos puntos, gozando en los días despejados del Cotopaxi, Sincholagua, Pasochoa e Iliniza Sur, como pinturas costumbristas. La casa se ha vuelto parte de este paisaje y es difícil decidir cuál es más bonito, si la vista desde la casa hacia los nevados, o la vista llegando a la casa con esta como parte que lo integra.
Para Juanita es un paisaje familiar. Ella creció en San Rafael, y cada día de camino a su colegio pasó frente a estos potreros de la antigua hacienda Poncho Verde. Siempre le encantó el lugar, y cuando con su marido decidieron construir su casa propia, los terrenos de la hacienda se habían subdividido. No dudaron ni un momento en comprar un lote de media hectárea.
Este era un lugar aún remoto y totalmente campestre. Juanita recuerda que el camino de acceso era casi incipiente. Sin embargo, la falta de infraestructura no fue obstáculo para establecerse ahí. Ambos querían dar a sus hijos la oportunidad de vivir en el campo, y que el convivir con vacas que caminan diariamente hacia el ordeño, perros ladrando a los pájaros y jugar por los verdes pastos sean parte de su cotidianidad.
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Apenas adquirieron el terreno empezó la ilusión de construir una casa nueva. El encanto por el lugar era tan grande que se volvió su espacio de paz para los fines de semana hasta tener su casa lista. En ese entonces vivían en Quito, y viajaban los fines de semana a Los Chillos, tanto así que su papá en broma les decía que iban a verificar si el lote se había movido de sitio.
Se compraron un pequeño tractor para podar césped, y ellos mismos empezaron a crear los jardines y sembrar los primeros árboles. Ahora, el jardín se despliega entre los prados con hileras de azulinas, helechos, sauces, jacarandás, acacias y frutales. “Es un lugar de clima húmedo y tierra fértil,” cuenta Juanita, quien asegura que las tardes caen unos grandes aguaceros con granizo. “En mi huerta se han dado zanahorias, papas, maíz y otros productos para consumir de la mata a la olla, como en las haciendas antiguas”.
El lote es parte de una loma con una gradiente amable, y la casa se ubicó en la parte más alta donde crearon una serie de terrazas como plataforma para emplazarla. El primer árbol que sembraron marcó los límites de donde la construirían.
La decisión sobre el estilo arquitectónico se orientó hacia lo tradicional y lo encargaron al Arquitecto Fausto Acosta. Un profesional experimentado en la arquitectura andina, en la que se utilizan las técnicas tradicionales empleando tapial y adobe. El principal material para la casa salió del propio terreno, ya que la tierra de este lugar resultó de las mejores para la construcción de tapial. La estructura autoportante carece de columnas. Los muros de gran espesor se construyeron empleando moldes de madera, como cajas, donde la tierra mezclada con paja se fue consolidando.
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La casa principal tiene unos 500m2 de construcción, y hay una casa contigua de dos plantas junto al parqueadero, que se levantó posteriormente como una unidad independiente. La construcción está orientada según el sol ya que una de las premisas del diseño era darle luz a la casa. A través de diversos recursos como claraboyas y ventanales, las horas de sol dejan entrar un caudal de luz a su interior y el calor se conserva gracias a los profundos muros. A pesar de las noches templadas, en la casa se respira un ambiente permanentemente abrigado.
La distribución es fluida y orgánica. Las distintas áreas guardan independencia, conectadas a través de túneles o patios internos. En el trayecto entre la sala y el comedor está un túnel que se abre a un pequeño patio interno de doble altura. En el área íntima, el mismo recurso se repite con mayor despliegue logrando un jardín interior que funciona como epicentro entre las habitaciones de los niños, el estudio, y el dormitorio principal ubicado en el segundo piso. La enredadera de este jardín tiene unos diez años y crece muy rápido hacia el techo. Podarle es toda una aventura para Juanita quien recuerda que una vez encontraron hasta una serpiente entre la vegetación.
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El empedrado en la usanza tradicional de piedra y hueso está presente en los patios, con algunas figuras creadas por Juanita. Los pisos son de cerámica traída de Cuenca, para los que escogieron un motivo en tono ladrillo con una flor clásica. Este material, con los años, ha adquirido un tono más oscuro, es de fácil mantenimiento y da gran calidez a una casa de decoración rústica provenzal.
En el tejado emplearon tejas que encargaron a un artesano de la zona de Pintag. Su formato es tradicional, más pequeño que las que se encuentran comúnmente. Juanita dice que este tipo de elementos artesanales son cada vez más difíciles de encontrar.
A ella le encanta experimentar con los colores de su casa. En algunas partes los muros tienen tonos vivos que pinta personalmente, en la cocina por ejemplo, acaba de pintar las paredes de rosado. Actualmente la casa tiene una tonalidad “capuccino”, que no le gusta tanto como el color sandía anterior.
La decoración de la casa ha sido un proceso muy natural, creado con el tiempo. El sistema constructivo con sus muros de 60cm de espesor favorece la creación de elementos como hornacinas y cavidades de iluminación. Los muebles los cambia de lugar siempre, le encanta jugar con los espacios. Hay elementos decorativos muy característicos de Juanita como las conchas, que se encuentran sobre la chimenea y en el comedor. |
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Los elementos de decoración importantes han sido regalos de familia. Uno de los muebles más antiguos de la casa, una consola, perteneció a la abuela de su esposo, Juan Carlos. Los cuadros que adornan las paredes son de artistas como Catasse, y otros de autores poco conocidos que los compraron en la exhibición del parque El Ejido en Quito. También tienen obras de su tío Stephan De Gennot de motivos geométricos, pero sin duda, las propias ventanas que cuidadosamente enmarcan el paisaje son el principal elemento estético de esta casa.
Entre los toques de Juanita están los cortineros que ella diseñó y encargó a un maestro experto en forja de hierro. Explica que en la época que construyó su casa había menor oferta de acabados listos, pero además los elementos artesanales son parte esencial de su concepto decorativo. La mayoría de acabados fueron hechos especialmente con un propósito, son pocos los elementos estandarizados del mercado que en esta residencia se encuentran.
Aquí ha transcurrido la mayor parte de la vida familiar de Juan Carlos y Juanita. Manuela, su primera hija, llegó cuando empezaban la construcción. Para los siguientes hijos, Carlos Joaquín y José Antonio, este ha sido el único lugar en el que han vivido. Los niños han gozado de esta casa desde pequeños, con espacio amplio para realizar muchas actividades al aire libre.
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Además de ser un lugar acogedor con una decoración de estilo muy específico, hay un espacio para cada actividad, lo que la hace además muy práctica. Los fines de semana la familia aprovecha la mesa del patio exterior para comer afuera y disfrutar del buen clima.
Ella vivió siempre en San Rafael y estaba acostumbrada a estar lejos de la ciudad, en una época en la que los que vivían en los valles eran relativamente pocos. La ubicación de la casa no limitó la opción que sus hijos estudien en un colegio del norte de Quito. El viaje a la escuela ha sido parte importante de su vida escolar.
Juanita reconoce una serie de cambios importantes en los últimos años. La vía que conduce a su casa ha incrementado en tráfico, y por tanto los trayectos de desplazamiento son más largos.
Al momento, los tres hijos de la familia entraron en la vida adolescente e incrementaron las actividades fuera de casa, gran parte de ellas en el otro valle. Este factor es quizá el único que moviliza a Juanita fuera de los Chillos, donde ha logrado resolver casi todo sin requerir viajar a Quito. Sin embargo, asegura que no se cambiaría a Cumbayá. “No ves un árbol, ni un espacio verde. Aquí seguimos teniendo vida de campo”.
Con el actual desarrollo inmobiliario de Los Chillos no necesita subir a Quito, todos los servicios básicos los encuentra en el valle, donde además se mantiene la esencia de la tiendita de barrio, los detalles artesanales y otros elementos que Juanita gusta. Ella realmente ama este lugar, y en él ha encontrado el espacio donde se han desarrollado capítulos de su vida.
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