Por Ana María Buitrón
Manabí es una provincia delineada por una geografía generosa, bordada con un sinfín de verdores y un clima cálido que abriga como la energía de su gente.
La arquitectura de esta provincia, localizada en el emplazamiento centro-noroeste de Ecuador continental, la define como del viento, porque se construye en base de madera, caña guadua, cade y materiales propios de la bio región que evita el sofocante calor tropical.
Manabí se ha construido de manera amigable con el ambiente, como tejida con armonía. Su arquitectura la podemos describir desde dos enfoques: el primero, relacionado con la historia y la tradición donde prevalecen las construcciones con materiales y técnicas de la zona; y el segundo, enfocado desde la modernidad, con influencia contemporánea.
En ambos existe el “arte de construir” y determinadas premisas ambientales, económicas y sociales. El primero basa su accionar en lo empírico, en el conocimiento que se transmite de generación a generación: al cultivar la caña guadua, al recoger las hojas de cade, al sembrar diferentes especies maderables, y se transmite cuando se utiliza la tierra para crear tabiques, cuando se construyen paredes con enquinche, etc. El segundo está ligado a la academia, a las ideas arquitectónicas y de diseño, junto a las influencias culturales externas, por tanto, su edificación va de la mano con el hormigón, el hierro, el ladrillo, el cristal, el aluminio; todos materiales del sector industrial, algunos combinados con piedra, madera y otros de origen vegetal, según nos cuenta Adolfo Cevallos, especialista en Proyectos de Arquitectura y Urbanismo, habitante de esta región.
La arquitectura tradicional montubia consiste en casas de madera y guadua, tanto en paredes como en pisos y techos, complementados a veces por ladrillo, cade o zinc. Un rasgo de sus construcciones, que llama la atención, es que son elevadas permitiendo que el hogar se establezca en la planta alta y el espacio para almacenar cosechas e insumos se ubique en la planta baja. En algunos casos estas casas elevadas también permiten soportar inundaciones provocadas por el desbordamiento de ríos.
Es importante cómo todo el potencial de esta tierra y la calidad de su gente se conjugaron de tal forma que motivan a grandes inversores y acogen a turistas de todos los estilos. Manabí interpretó de forma exitosa el vivir en comunidad, integrar la naturaleza con la gente y apuntar al turismo familiar y comunitario.
Los habitantes de Manabí son gregarios y les gusta compartir cerca de la naturaleza; son tan carismáticos y generosos que su compañía se convierte en una experiencia inolvidable. Recibieron al equipo de CLAVE! con atenciones especiales, y con el regalo de poder recorrer sus costas e impresionante infraestructura hotelera.
Sus hoteles sorprendieron nuestra estadía y nos concedieron espectaculares espacios donde sentimos mimetizarnos con el mar y la vegetación.
En una superficie de 11.000m2 y adaptado a una geografía de cuento, se encuentra Punta Prieta Guest House, hotel dueño de una de las mejores vistas de toda la costa ecuatoriana. Presenta una punta natural, de roca volcánica, elevada sobre 25m, donde se ubican las habitaciones que están diseñadas con ventanales que permiten al visitante sentir que vuela sobre la playa.
Al dueño y constructor, Alonso Ordóñez, le tomó 22 años culminar toda la infraestructura de Punta Prieta. Está moldeada con materiales mixtos como madera de la montaña y hormigón; fue un proceso paulatino y siempre amigo del ambiente. Se enorgullece al preservar árboles de más de 200 años y haber construido el hotel al ritmo de la topografía. Ahora pueden recibir a 30 personas en este espacio diseñado en armonía con la naturaleza y con toques rústicos; “simple pero cálido”, así lo describe.
Punta Prieta, ubicado a 36km de Pedernales, recibe un 60% de visitantes extranjeros y muchos de sus huéspedes procuran un ambiente romántico, solitario y pacífico. Todos buscan un lugar donde se pueda experimentar un contacto especial con la naturaleza, por lo que también varios de ellos han sido estudiosos de la misma, nos cuenta María de Lourdes Carrillo, actual administradora.
Son increíbles los paisajes que rodean el hotel, la visión panorámica sobre la marea alta, el paso de las aves marinas por el balcón; un entorno natural que se confunde con el mar.
En Palmazul Artisan Designed Hotel and Spa, es sorprendente la armonía que encontramos en cada rincón. Cada detalle y cada atención especial del personal convierten a nuestra estancia en la mejor opción para el descanso y encuentro con la naturaleza.
Palmazul está ubicado en la playa de San Clemente, abrazado por árboles milenarios como el Ulcuanco (derivado del Mangle), Ceibos, Almendras, Grosellas, Mangos, Limones, Ovos, Tamarindos y el distintivo arbusto Palmazul. Es un ecosistema cercano a los manglares, con un mar generoso de peces y crustáceos.
San Clemente es un pueblo de pescadores donde el mayor atractivo es ver las faenas de pesca temprano en la mañana y participar de ellas, tener largas caminatas en la playa y disfrutar del mar.
El hotel fue construido y dirigido, en el 2007, por el Ing. Civil Julio Meza. Está erigido con una estructura de hormigón armado y mampostería de ladrillo, tiene un enlucido manual con acabado mediterráneo que provoca aislamiento anti-ruidos en las paredes. Plantea un sistema ecológico de manejo de aguas, así como de desechos sólidos. La construcción presenta materiales tradicionales y la decoración exhibe obras de artesanos netamente ecuatorianos y de la región, con muebles fabricados en Montecristi, Charapotó y San Clemente.
Tratamos de crear una estructura que no choque con el paisaje natural de San Clemente, adaptándonos a las formas del espacio, las paredes del hotel son empastadas al estilo griego con textura para que se pierdan en el paisaje y no se consideren contaminación visual en el entorno, nos cuenta Jéssica Meza, propietaria del hotel.
Es muy valioso cómo este hotel respeta las bondades físico-ambientales como la brisa marina, los vientos, la vista del paisaje natural y el uso del suelo. Construir con materiales amigables evita formar bóvedas que obliguen a consumir más energía por efectos de climatización, explica Pedro Muñoz, arquitecto ambiental.