Por Lorena Ballesteros
Quito la conoce como la profesional pionera en diseño de jardines. Sí, hay un antes y un después de ella en esta materia. Cuando pensábamos que no había que ir a la universidad para que las plantas crezcan, Francisca nos mostró que hay una gran diferencia entre lo improvisado y lo ordenado, entre lo que perdura y aporta al entorno y lo que lo perjudica.
Su diseño embellece espacios públicos y privados, desde pequeños jardines en casas de amigas hasta mega urbanizaciones y grandes clubes. Su huella es incontestable. Su legado sobervivirá su existencia y la de toda una generación, porque quien siembra árboles y plantas transciende en el tiempo. Ese aporte seguirá vivo cuando ya todos estemos en otro lugar, y lo disfrutarán las generaciones venideras. Ellos la agradecerán.
En su memoria permanece como uno de los recuerdos más intensos de sus años universitarios en California, el estar colgada en un árbol, con arnés, podándolo con una moto sierra, y pidió una como regalo de graduación para empezar su vida profesional. Era su herramienta favorita, disfrutaba usándola. Han pasado algunos años desde aquella época y Francisca sigue sintiendo esa misma felicidad al treparse en los árboles y podarlos, mientras sueña y diseña espacios armónicos para sus clientes.
A los siete años se la podía ver rodeada de flores y árboles, a los doce ya había tomado la decisión de cuál sería su profesión. “Si ves fotos de mi infancia tengo flores en las manos, y si no están en mis manos están en el ojal de la blusa, en el bolsillo o en mi peinado”, comenta con mucha gracia. Aunque el paisajismo era poco común en el medio, Francisca tenía la mirada puesta en la meta, y le apostó a su instinto.
Está convencida de que esa pasión por las plantas la heredó de su abuela Francesa Lucien. Fue ella quien construyó el jardín de la hacienda, ese mágico entorno donde Francisca creció inspirada por la naturaleza. Hace muchos años, Lucien creó tres hectáreas de un parque espectacular que hasta la fecha sigue vigente. Francisca recuerda que de cada viaje a Francia, la abuela venía cargada de semillas que luego se convertían en hermosos cipreses piramidales, araucarias y glicinas.
Desde entonces conoció sobre los distitntos tipos de plantas. Junto a su hermana Paula, ahora arquitecta, pasaron los años de infancia y preadolescencia jugando a crear “haciendas”. Paula construía casitas y Francisca se encargaba de los jardines. Ahora, con más de tres décadas de experiencia profesional, ha creado un sinnúmero de jardines en residencias, urbanizaciones, clubes sociales y colegios, por mencionar algunos.
Entre tantos proyectos que ha realizado, tuvimos la oportunidad de conocer uno muy especial, de los más recientes. Se trata del edificio Anezi, fruto del trazo del arquitecto Felipe Londoño, con quien Francisca mantiene una estrecha relación profesional. De hecho, Felipe nos acompañó en nuestra charla.
Los tres tomamos asiento en las gradas del jardín que Francisca diseñó para Anezi. Allí, frente al apacible paisaje monocromático observamos cómo, además de aportar estéticamente al entorno, ella consiguió atraer la vida silvestre a un proyecto residencial urbano. Mientras conversamos vimos colibríes, gorriones y abejas. Motivada por la flora y la fauna que me rodeaba escuché atentamente la historia de Francisca.
¿Quién te contrató formalmente la primera vez?
El arquitecto aquí presente (contesta con una sonrisa mientras regresa a mirar a Felipe Londoño). Me contrató para el edificio Terranova. Fue el primer arquitecto que me dio un proyecto para mí solita. Tenía 28 años. Fue un reto extraordinario y desde entonces hemos seguido trabajando juntos.
¿Y antes de eso?
Había trabajado en el zoológico, hacia mantenimientos, jardineras pequeñas. Vengo de familia de arquitectos así que colaboraba con ellos. En Ecuador todavía no se identificaba la necesidad de un paisajista. Mis tías me preguntaban “¿qué estudiaste?” yo repetía: “diseño de jardines”. Ellas aseguraban que me iba a morir de hambre porque no era necesario que alguien les diseñara su jardín. Con el tiempo se entendió que no puede haber divorcio entre arquitectura y paisajismo.
¿Van de la mano?
Por supuesto. Si la casa es estilo rústico no puedes diseñar un jardín minimalista. Debes poner geranios, hortensias, gallos, algo así. Si la arquitectura es demasiado moderna, acepta otro tipo de plantas.
¿Hay tendencias en diseño de jardines?
Es una pregunta que me hacen constantemente mis clientes, y sinceramente creo que la naturaleza no tiene tendencias. Lo que sí es fundamental es que exista sinergia entre arquitecto y paisajista, porque son el equipo responsable de sacar provecho a cada arista del proyecto. A partir de eso hay que mirar otros factores como topografía, tipo de terreno, clima de la zona y quién va a disfrutar de ese diseño en su jardín.
¿La premisa principal?
Recrear el entorno y que no parezca que fue hecho, para lograr que se mimetice como si siempre hubiese estado ahí. Los jardines de foto aburren. El objetivo del paisajista debe ser traer vida silvestre al jardín y mitigar el impacto ambiental. Por ejemplo en Anezi hice un cerramiento con Llamaradas, una planta que es miel para los colibríes, y por eso hoy hemos disfrutado su presencia. Las Verónicas atraen abejas, que son una especie animal en peligro de extinción. Nuestro deber es propiciar hábitat para las abejas, y esta es la manera de lograrlo.
Háblame de las características del jardín de Anezi…
Estamos en una ladera empinada, en un terreno de cangagua, cascajo, relleno, nada fértil. Fue un reto recrear el entorno y hacerlo bonito. Escogí un tipo de plantas que pudieran sobrevivir a cortas sequías como la que estamos pasando ahora. Este jardín, tal y como lo ves, lleva 15 días sin regarse y está en perfectas condiciones.
¿Qué especies utilizaste?
Me distingo por utilizar nativos. En este caso, para este sector utilicé guabos, cholanes, algarrobos, pajas. Escogí gamas monocromáticas en morados, blancos y verdes. Metí bambú, siete cueros y lavanda. La idea era transmitir paz. Este jardín se pone mejor con el paso de los meses porque va madurando. Los árboles crecen, empiezan a generar sombra. Se va tupiendo el entorno. En un año más los bambús de las jardineras aterrazadas se van a conjugar con el jardín de la casa de atrás, y no habrá ninguna irrupción del entorno natural.
Veo jardineras de piedras grandes, ¿estaban aquí en el terreno?
No. Yo no quería usar cemento o concreto en esta área del jardín. Quería armonía visual completa. Así que bajé a la orilla del Río San Pedro y encontré un terreno con piedrones. Fue todo un proceso subirlas acá, pero el resultado fue magnífico.
¿Hay mucha sinergia con Felipe Londoño?
Me encanta trabajar con Felipe, es un gran profesional además de amigo excepcional. Diseña sus proyectos en función del jardín y eso da la medida de cuán comprometido está con el futuro de cada proyecto que diseña. Felipe prioriza la naturaleza, la invita a entrar en las casas, esto es importantísimo para mí. Su concepción del entorno es un aporte primordial para la definición del paisaje.
¿Anezi es el proyecto más reciente que hicieron juntos?
También hicimos Kiro, que se ubica antes de llegar a la Cervecería. Es un proyecto de 90 departamentos tan bien concebido que no irrumpe con el entorno, se conjuga con él y respeta la naturaleza. Es decir, es el otro lado de la moneda de esa arquitectura que depreda el paisaje. Una de las responsabilidades de los paisajistas es intervenir para que eso no suceda, y tenemos varias herramientas para lograrlo. Tal vez lo primero es conceptualizar las funciones del jardín, que son traer vida natural, brindar sombra y crear espacios de esparcimiento. Hay que dejar de temerle al árbol. En este clima necesitamos arborizar la ciudad.
¿Cuál es el secreto para que los jardines diseñados perduren en el tiempo?
Si te guías por el entorno lo lógico es que si pones especies de plantas que van con el tipo de terreno y el clima, el jardín crecerá y perdurará sin mayor mantenimiento. Hay que utilizar las plantas adecuadas para cada lugar para que el espacio provea momentos maravillosos y no dolores de cabeza. ¿Por qué insistir en sembrar en la sierra acacias de la costa?
¿Qué proyectos te enorgullecen?
Hay algunos. Ahora estoy trabajando en Costa Jama donde tuve una experiencia extraordinaria mientras imaginaba el diseño que haría: me encontré con un mono aullador. Nos miramos mutuamente y arrancó mi inspiración. Investigué qué come esa especie para sembrar más árboles de esas características, con la intención de atraerlo en lugar de auyentarlo con el desarrollo urbanístico. Hice Casa Blanca en Same, he hecho proyectos en Cuenca e Ibarra. En Quito y los valles he trabajado mucho, diseñé todos los jardines del Quito Tenis y Golf Club, llevo 30 años manteniéndolos.