Por Caridad Vela
El denominador común de los problemas en las ciudades es la carencia de estrategias para anticipar su crecimiento. Al no haber planificación urbana no hay orden, impera el caos. Presupuestos que pudieron ser controlados y eficientemente invertidos se desperdician en atender lo urgente y no lo importante.
A través de los años, por afanes ideológicos u otros motivos, las administraciones públicas en Quito no han logrado concatenar políticas que trasciendan sus propios períodos administrativos. Y así, de un alcalde a otro, de una tendencia política a otra, hay descontento en la opinión pública.
Con la intención de provocar una reflexión sobre la situación actual de Quito, conversamos con Fernando Carrión, uno de los más reconocidos arquitectos capitalinos, experto en desarrollo de ciudades, que destaca por su visión globalizada de los problemas que nos aquejan. No critica, no juzga; analiza y se limita a opinar sobre situaciones fácticas.
¿Cómo describe la situación actual de la ciudad?
En estos últimos diez años hemos tenido tres administraciones distintas, y básicamente se han hecho dos proyectos: el Metro que cuesta $2.500 millones, y el aeropuerto que costó alrededor de $2.000 millones incluyendo las obras colaterales. Esto suma $4.500 millones; y en esta década el presupuesto del Municipio no llega a $10.000 millones, es decir que redondeando cifras, el 45% se ha destinado exclusivamente a dos proyectos. Si a eso sumamos el gasto corriente que está cerca al 40% del presupuesto, concluimos en que el sobrante para invertir en otras áreas llega con las justas al 15%. Esa es la gran crisis que hoy tiene la ciudad de Quito.
¿Cuáles son las principales fuentes de fondeo del presupuesto?
El presupuesto para 2018 es de $1.539 millones. Alrededor de $60 millones se obtienen de impuestos prediales, el resto proviene de dos fuentes. Una es crédito, que nos convierte en un municipio “metro dependiente”; la otra son las transferencias del gobierno nacional, que implican pérdida de autonomía en cuanto a decisiones sobre las obras que deben hacerse.
¿A qué se refiere con pérdida de autonomía?
A los proyectos nacionales que se municipalizan en Quito, y son evidencia de lo que sucede cuando las políticas nacionales no congenian con las políticas locales. Me refiero al Buen Vivir, una propuesta de gestión que se aplicó en la ciudad a imagen y semejanza de lo que quiso el Gobierno anterior, que dentro del Municipio lo ejecutó Pabel Muñoz, quien fue secretario de Senplades. En el Centro Histórico se hizo lo que planteó el Gobierno Nacional, y tenemos las plataformas gubernamentales que se construyeron en Quito. Afortunadamente se han hecho solamente dos, porque están creando problemas gravísimos. No se han sustituido las actividades que ciertos edificios tenían y ahora están abandonados; las actividades económicas que se daban en los alrededores se han trasladado a otras zonas dejando deprimidos a esos sectores. Es realmente preocupante.
¿Esa situación no se da en Guayaquil?
La comparación es interesante. Durante 25 años Guayaquil ha tenido dos alcaldes de un solo partido político, tiene más habitantes que Quito y funciona con 4.500 empleados. Guayaquil tiene un proyecto de ciudad, y lo ha mantenido a pesar de la fuerte embestida que tuvo del gobierno anterior, cuando el ex presidente actuaba como alcalde inaugurando parques, vivienda, programas de salud, etc. Ahora veamos Quito. En 18 años ha tenido cuatro alcaldes de cuatro partidos políticos distintos, tiene menos habitantes que Guayaquil pero cuenta con 17.000 empleados. Quito no tiene proyecto de ciudad y perdió totalmente su autonomía porque lo que hizo es replicar lo nacional en lo local.
Y el próximo año tenemos elecciones…
Y probablemente en Quito tengamos un quinto alcalde de otro partido político, pero el problema no es ese, el problema es que cada nuevo alcalde es una especie de Sebastián de Benalcázar que viene a fundar la ciudad por primera vez. Habiendo sido concejal, sé que la mayor parte de la iniciativa legislativa proviene del ejecutivo, es decir, del alcalde, y no vemos esas iniciativas. El Municipio sufre de gran inestabilidad de sus funcionarios y enfrenta un Concejo que nació con tres bloques, Alianza País, Suma Vive y Creo; pero que este rato tiene veintiún bloques porque cada concejal empuja su propia iniciativa sin agenda legislativa.
¿Es por esto que las ordenanzas no se aprueban?
O no se aprueban, o se aprueban en contextos que carecen de visión y planificación. Un ejemplo. Para la zona alrededor del antiguo aeropuerto se aprobó una ordenanza que, entre otras cosas, planteaba la posibilidad de construir treinta pisos en altura, siempre y cuando el terreno fuese de una hectárea. Han transcurrido más de cinco años y lo único que ha sucedido con esta posibilidad de expansión urbana vertical es que se ha incrementado sustancialmente el precio de esa tierra. Es imposible lograr la concentración de espacios requeridos para los 30 pisos, y por eso la economía urbana no ha generado nada en esa zona.
¿Su diagnóstico?
Esta situación pone en evidencia que los precios de la tierra no suben solo por la inversión pública o privada, sino por las decisiones municipales. Tenemos un actor inmobiliario del sector público, que plantea lo público como lo fundamental, y lo que hace finalmente es impulsar el mercado bajo una lógica especulativa. Eso es lo peor que puede ocurrir en una ciudad. Y si eso ocurre en el antiguo aeropuerto, lo que sucede alrededor del nuevo también es una cosa impresionante. No hubo planificación desde el momento en que se diseñó el proyecto; nos demoramos dos años en construir las vías para conectarlo con la ciudad, y han transcurrido más de diez años para definir qué es lo que se debería hacer en los alrededores.
Y eso nos lleva a un crecimiento desordenado…
Se ha generado un tipo de urbanismo sin ciudad, que no es otra cosa que una constelación de espacios discontinuos, una cantidad de urbanizaciones chiquitas desconectadas entre sí, que están generando injustificados y altísimos incrementos en el proceso de producción de esos espacios, y eso, en términos de costos, es terrible.
¿Qué cambios se podrían aplicar?
Creo que hay que revisar la estructura administrativa y racionalizar muchísimo la realidad actual. Tenemos falta de representatividad, necesitamos gestionar pactos territoriales, y a eso se añade el tema de los modelos de gestión actuales que deben cambiar. Además hay que revisar el número de gente que trabaja en el municipio, y también la estructura que se ha creado para administrar la ciudad. Para el manejo de basura hay dos empresas, el tema de transporte tiene como siete áreas, hay seis áreas de planificación… Imposible ser eficiente así.
¿Qué opinión tiene sobre la estructura administrativa zonal?
Debe funcionar sin perder la unicidad de territorio, que es fundamental. Quito es hoy una ciudad de ciudades con realidades totalmente distintas y una reproducción de diferencias. Esta multiplicidad de ciudades requiere de pactos territoriales a través de los cuales se podría reconstruir una propuesta colectiva que nos permita vivir en armonía.
Elaboremos…
Tenemos cinco anillos en la periferia: la zona hasta Guamaní, Los Chillos, Cumbayá y Tumbaco, la Mitad del Mundo hasta Guayllabamba, y en el centro el corazón de la ciudad. Si lo vemos desde la lógica de la racionalidad ese podría ser un esquema de división, pero, repito, sin perder la unicidad de territorio. Al analizar estos cinco anillos encontramos que hay una reproducción de diferencias: Los Chillos termina siendo una réplica del Sur de Quito, y Cumbayá y Tumbaco una réplica de la parte norte; y esto nos obliga a establecer pactos colectivos, porque de lo contrario difícilmente vamos a tener un proyecto global.
Para terminar, su nombre es uno de los que se menciona entre los posibles candidatos a Alcalde del DMQ. ¿Lo ha pensado?
Soy arquitecto y urbanista, reconozco que tengo el perfil adecuado para una coyuntura como esta, pero tengo dos problemas y quiero ser absolutamente sincero con esto. Uno es el tema de financiamiento para una eventual campaña. Temo que aparezcan los “oderbrecht” de este mundo a entregar dinero a cambio de algo, y ceder a eso no está en el ámbito de mi vida. Lo segundo es el problema político que implica comprometer espacios en la lista de concejales, o entregar direcciones de empresas y secretarías a ciertas personas. Yo sé lo que se puede hacer en Quito, y tengo el interés de hacerlo. Para eso trabajo en un proyecto colectivo que encarne tres acuerdos programáticos: un pacto territorial entre las distintas ciudades que la componen; un acuerdo ciudadano con mujeres, jóvenes, ambientalistas, constructores; y un pacto con el gobierno nacional que permita construir una nueva matriz productiva para el Distrito Metropolitano de Quito.
Si no es candidato, ¿por quién votaría?
En este momento hay 36 nombres que se mencionan para la alcaldía de Quito. Es inaudito y preocupante. Quisiera que la persona que maneje el Municipio sepa lo que hay que hacer en la ciudad y tenga experiencia, que esté abierto al diálogo, que tenga decisión, que represente a Quito y sea capaz de tener autonomía con respecto del Gobierno Nacional. Que sea una persona absolutamente reconocida y visible, ética y honorable para acabar con la corrupción que existe, que tenga trayectoria importante y la capacidad para construir un proyecto colectivo de ciudad. Entre los nombres que he escuchado no veo nadie que presente una propuesta para la ciudad.