MUSEO DE PONTEVEDRA
Internacional
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Por: Pablo Vázquez Pita
Julio-Agosto, 2015 |
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A a veces es mejor caminar sin saber adónde. Y después de haber entrado tímidamente en la iglesia barroca que se apareció a un lado, seguir por un estrecho callejón, bajo los contrafuertes del templo, hasta desembocar en una sorpresa construida.
Luego uno se entera de que la iglesia es la de San Bartolomé; y de que la sorpresa es el Sexto Edificio del Museo de Pontevedra. Una ciudad del Noroeste de España que contiene un magnífico casco histórico, y dentro de él, un museo que guarda una gran variedad de objetos arqueológicos, artísticos, históricos y etnográficos de esta parte del país.
En realidad la institución estaba repartida en cinco construcciones diseminadas por el centro de la ciudad. En 2001 el Museo decidió rehabilitar el edificio Sarmiento, construido a finales del siglo XVII como sede del Colegio de los Jesuitas, y planteó además una importante ampliación del mismo sobre el solar de su antigua huerta: el Sexto Edificio. Se trató de conseguir más espacio para exhibir la extensa colección custodiada, alrededor de 10.000 m2 construidos.
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IDEAS
En 2002 se convocó a un concurso de proyectos que tuvo como resultado la elección de la propuesta de Eduardo Pesquera y Jesús Ulargui, dúo de arquitectos que abrieron su estudio en 1989, y que habían ido compaginando su trabajo de proyectistas con la docencia en la Escuela de Arquitectura de Madrid. Las obras, que comenzaron dos años después del concurso, no se dieron por concluidas hasta hace apenas unos meses, en marzo de 2015. Fue un largo y complejo proceso creativo desde los orígenes de la propuesta.
La tarea de partida fue analizar la relación entre el antiguo edificio de piedra y la nueva pieza a construir, que generó una reflexión de los arquitectos acerca del propio concepto de la intervención: “Ampliar o construir un edificio nuevo. ¿Cuál es la masa crítica que lo convierte en lo primero o lo segundo? Desde un principio entendimos que la edificación a rehabilitar debía completarse con una construcción que la convirtiese en una unidad, en una nueva manzana de la ciudad. Pero es tal la relevancia del programa requerido que fue realmente difícil equilibrar dicha construcción con lo existente”. |
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La respuesta consistió en intervenir en el lugar a través de la construcción de un nuevo y contundente volumen de piedra situado en el extremo opuesto al edificio preexistente, generándose entre ambas piezas un espacio intermedio de tensión y respeto, donde se concentrarían las decisiones más importantes de los autores: “Proponemos un paréntesis, un pabellón dentro del nuevo jardín que pertenece al volumen antiguo y al nuevo, y que se convierte por su segregación del resto en un espacio para las nuevas oportunidades (restauración, actos sociales, presentaciones, actos culturales) que todo museo necesita en la actualidad. Frente a la libertad del pabellón central, los otros dos volúmenes (antiguo y nuevo) se transforman en cofres de bienes culturales”. |
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Uno de los episodios más sugerentes del proyecto se desarrolla a lo largo del callejón, limitado por el volumen central de vidrio y por el antiguo edificio Sarmiento. Se genera un espacio público con vegetación, atravesado en altura por pasarelas que unen ambos volúmenes, y que aumenta su atractivo con la percepción del movimiento de los visitantes a través del vidrio. Los arquitectos comentan al respecto que “la conservación del espacio arbolado y su prolongación hacia la trama urbana constituye una nueva puerta del museo, un nuevo espacio de acceso que establece una comunicación peatonal a través del interior de la manzana, y se une a un itinerario más amplio a través de estrechas calles que se dilatan con áreas ajardinadas en la densa trama del casco histórico”. |
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PIEDRA JOVEN
El nuevo edificio de granito se configura exteriormente como un volumen hermético formado por franjas con distintas cualidades materiales. El encuentro con el suelo se resuelve a través de piezas de acabado rugoso que absorben el desnivel con las calles colindantes. Sobre ellas se dispone una serie regular de losas, también de granito, pero con una textura más pulida. Y entre planta y planta una franja continua de vidrio para dar un contrapunto de ligereza, conseguida especialmente por la noche, cuando las bandas de luz artificial procedentes del interior del edificio producen un cierto efecto de desmaterialización, desdibujando la apariencia de pesadez.
Dentro del esquema más o menos rígido de estas fachadas destaca el alzado norte, que se desarrolla con más libertad a pesar de las restricciones provocadas por el hallazgo de restos arqueológicos de la muralla antigua de la ciudad. Además, en este alzado se abre una mayor cantidad de huecos mediante la supresión de algunas de las losas que forman la retícula del cerramiento. Esta fachada se sitúa casi frente al río Lérez, que recorre la ciudad. Por momentos parece resultar molesta la presencia de un bloque de viviendas que impide la relación directa con el río, como si el nuevo volumen quisiera saltar y colocarse en primera línea. |
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VIDRIO
Pero quizás el protagonista del proyecto sea el pabellón situado entre los dos edificios principales, que, según explican los autores, contiene todos los usos de la zona pública sin bienes culturales: “Su uso es complementario, de comunicación y difusión de los contenidos del museo cuando las salas están abiertas, o de un centro de transmisión cultural cuando se encuentran cerradas. Las distintas plantas son salas de pasos perdidos, salas divulgativas abiertas en su perímetro al jardín, donde el público se informa de los contenidos del museo”.
Sin embargo, el acceso principal al conjunto no se sitúa en este pabellón de vidrio. El recorrido de la visita se inicia en una pequeña plaza exterior donde está ubicado el ingreso a la recepción del museo, atravesando los muros del nuevo edificio de piedra, para a continuación girar 180 grados e internarse en la pieza central. En este volumen transparente destaca la presencia de las escaleras y del bloque central de servicios. Por su parte, las pasarelas acristaladas cruzan en altura tanto el patio interior como el callejón exterior, conectando este cuerpo intermedio con los edificios laterales que contienen los espacios de exhibición. |
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Un acontecimiento a destacar es la sensación producida por las vistas cruzadas desde el volumen de circulaciones a través del patio interior, hacia la planta sótano del nuevo edificio de piedra, donde los especialistas trabajan en la recuperación de obras de arte. Es difícil evitar fijar la mirada en la manera con la que los restauradores tratan, casi acarician, a esculturas e imágenes. Sin embargo, en los niveles superiores se ha optado por no generar relaciones visuales directas con los espacios del edificio vecino, de manera que los muros del volumen de piedra, el cofre que guarda las obras de arte, se pliegan de forma hermética formando las distintas salas de exposición.
El recorrido por las diferentes plantas va acompañado de distintas vistas sobre las calles vecinas, hasta llegar al nivel más alto donde se plantea un espacio destinado a una acogedora cafetería, mientras que desde la terraza se puede disfrutar de una panorámica sobre los tejados del casco histórico. |
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PIEDRA VIEJA
El desarrollo del pabellón de vidrio se realiza en paralelo al antiguo edificio Sarmiento. Cruzar de uno a otro por alguna de las pasarelas que los unen es uno de los acontecimientos más esperados de la visita. En realidad se espera llegar allí desde el mismo momento en el que se vio por primera vez las pasarelas, al pasar por debajo de ellas mientras se aproximaba al museo. Una vez dentro del edificio viejo, el recorrido expositivo está marcado por la presencia del claustro de los Jesuitas, alrededor del cual se van disponiendo las distintas salas. En la esquina aparece una nueva sorpresa: la magnífica escalera de piedra del antiguo Colegio. La planta inferior del edificio se ha destinado a restaurante, mientras que el resto de la construcción se completa con la mencionada iglesia de San Bartolomé, al oeste, y con el Archivo Provincial, que ya había sido objeto de rehabilitación en una actuación anterior.
TIEMPO
Más de tres siglos separan la fundación del Colegio de los Jesuitas del proyecto del Sexto Edificio del Museo de Pontevedra. Algunas de las piezas de su colección tienen varios milenios de antigüedad. Y, a otra escala temporal, han pasado casi catorce años desde que Ulargui y Pesquera comenzaran a pensar cómo iba a ser el museo del concurso al que se habían presentado en Pontevedra. Entre tanto han ido sucediendo muchas cosas. Ellos han crecido como arquitectos, en medio de la tremenda crisis del sector de la construcción en España. Y en paralelo a la lenta construcción del museo, se iban levantando también otros proyectos suyos, principalmente de rehabilitación, por buena parte de España: la Casa del Obispo en Málaga, la muralla de Logroño, el Seminario Mayor de Comillas o el Palacio de Congresos de Ibiza. Han tenido tiempo para trabajar juntos y últimamente también por separado, incluso en otros continentes: Eduardo Pesquera tiene actualmente despacho profesional en México. Un período de tiempo que es en realidad un pedazo de vida para ellos, tanto profesional como personal.
Este es un artículo que ustedes habrán leído en apenas unos minutos sobre un edificio creado durante varios años, que custodia un legado cultural generado a lo largo de los siglos… C! |
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