QUITO

Los pintorescos rincones del Centro Histórico resguardan imponentes construcciones que constituyen el testimonio del arte colonial quiteño, tales como la Iglesia El Sagrario: una capilla sacramental anexada a la Catedral Primada. Sus innumerables detalles la convirtieron, en la época colonial, en una de las más imponentes y lujosas de la capital, y solo hace falta visitarla para darse cuenta por qué.

Está ubicada en la calle García Moreno. A mano izquierda, con dirección al sur, avanzando por la llamada “Calle de las Siete Cruces”.

El Sagrario - CLAVE Turismo

Su construcción inició a mediados del siglo XVII y terminó en el año de 1706, el encargado de la obra fue el afamado arquitecto de origen español, José Jaime Ortiz, contratado por la Cofradía del Santísimo Sacramento, considerada la primera hermandad de la ciudad, que se estableció solo nueve años después de la fundación de la ciudad de Quito, en 1543.

La Cofradía, de la que se dice se convirtió en una hermandad compuesta por miembros selectos y adinerados, había aspirado a construir su propia iglesia, por lo que una vez conseguidos los fondos con el aporte de sus integrantes, encargó el diseño y construcción a Ortiz, en 1694. La colocación de la primera piedra se hizo oficialmente el 1 de enero de 1695 sobre el terreno proporcionado por el Deán y Cabildo en el que existía una profunda quebrada que exigió una verdadera hazaña de ingeniería. Solamente la construcción de los cimientos tomó tres años.

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Lo primero que se aprecia es la impresionante fachada construida en piedra con estilo barroco. Es evidente que nada de su construcción fue dejado al azar.

En la parte superior destacan las esculturas de San Pedro y San Pablo, y a los costados del frontón interrumpido que alguna vez albergó en su nicho central una custodia de bronce, como reflejo de la principal devoción de la hermandad de la Cofradía del Santísimo Sacramento, mecenas de El Sagrario. La presencia de estas figuras vincula a la iglesia con la autoridad episcopal.

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Más abajo y delante de San Pedro se aprecia la presencia de una escultura que personifica la Fe, mientras que delante de San Pablo se encuentra la figura que representa la Esperanza, ambas virtudes teologales que forman parte de los hábitos inculcados para una correcta vida cristiana. Junto a las esculturas de estas virtudes se encuentra la tercera virtud teologal, la Caridad, representada por una madre cuidando a tres niños, para reflejar la naturaleza compasiva y dadivosa de la Cofradía del Santísimo Sacramento.

Todas las superficies planas de la fachada están esculpidas con adornos. A los costados de la estructura de piedra se aprecian dos puertas laterales con arcos de piedra y talladas en madera. En ellas también se encuentran elementos emblemáticos de la Cofradía.

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El interior de El Sagrario, al igual que una gran parte de los templos quiteños, fue decorado casi en su totalidad por mano de obra de artistas anónimos indígenas, quienes no plasmaron su sello autóctono en elementos mayores, sino que lo hicieron en sutiles detalles de la decoración, burlando la rigurosa inspección de los españoles.

Una vez que se ha recorrido el templo, la mirada queda absorta ante una de las piezas escultóricas más hermosas y ricas de la escuela quiteña. De la mano y el genio de Bernardo de Legarda, El Sagrario heredó una mampara confeccionada, esculpida y dorada por el maestro y su taller en 1747.

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Se trata de una pieza de madera con una puerta en arco rodeada de columnas inundadas por formas vegetales que culminan en capiteles y cornisas. Los espacios están poblados por mascarones y figuras de ángeles extraordinariamente modelados y remata en la parte superior con pretil dividido en paneles separados por estatuas de mujeres (cariátides). Hace falta una cantidad considerable de tiempo para descubrir uno a uno los detalles que Legarda plasmó en esta que es, sin duda, una de sus obras maestras.

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Mientras se avanza, el piso tablado cruje bajo los pies de los fieles y otros visitantes que hacen sus reverencias al Santísimo Sacramento, expuesto doce horas diarias en el altar mayor del templo para acoger a los devotos que continúan dando vida a la adoración que hace más de 400 años se ha mantenido en este santuario.