Sybela Eastman
QUITO

Por: Lorena Ballesteros
Marzo-Abril, 2015
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Sybela Eastman

Ante una maravillosa vista de Quito, de aquellas que se disfrutan en la zona alta del sector de Bellavista, nos reunimos con Sybela Eastman en su departamento. Nuestra mirada no tiene descanso. Cada ángulo nos llama la atención. Piezas antiguas combinan con elementos contemporáneos, y a la par, el sobrio estilo inglés convive con detalles menos formales en entretenida armonía.

La luz de los cristales en las lámparas se refleja en los techos resaltando detalles arquitectónicos del espacio. Todo está donde debe estar. El estilo ecléctico del ambiente va de la mano con la personalidad  de la anfitriona, quien cariñosamente nos atiende y se desenvuelve auténtica en este espacio tan suyo.

Su sonrisa denota la emoción que siente al estar con nosotros, y confiesa que lo que más le alegra es que no estemos aquí para hablar de ella. Desde hace algún tiempo, por circunstancias personales, Sybela se desempeña como voluntaria en la Fundación Triada, y hoy es el hilo conductor que nos permite conocer la increíble actividad que ahí se desarrolla.

Sybela conoció la Fundación por razones personales. “La ignorancia es atrevida. Acercarme a la Fundación fue como encontrar un oasis en el desierto”, afirma con seguridad. Y hasta ahí llegan sus comentarios. Sin una palabra más procede a presentarnos a Jaime Chiriboga, María Isabel Ortiz y Freddy Hernández, quienes, según ella, son los verdaderos protagonistas de este encuentro.

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En una conversación profunda conocimos el entretelón de Triada, que alberga historias que inspiran, historias de guerreros que luchan contra viento y marea para sobrellevar su especial condición de discapacidad neurológica, que afecta zonas cerebrales condicionando el aprendizaje, el habla, actividades motoras o sensoriales. Lo que escuchamos nos conmueve, pero sienta a la vez un ejemplo de decisión y trabajo cuya recompensa alcanza objetivos de calidad humana.

Jaime ha experimentado los dos extremos de una misma existencia. Hasta los 35 años no tenía discapacidad alguna, pero un accidente de moto dejó graves consecuencias. De un día para el otro, todo dio un vuelco radical y se convirtió en cuadrapléjico. La vida, como él la conocía, ya no existía. Tras varias cirugías exitosas, y un adecuado tratamiento en Argentina en una clínica de atención integral, debía volver a Ecuador. Lo hizo con temor, sabiendo que no encontraría el tratamiento que requería, pero con el firme convencimiento de que en su país tenía que concebirse algo similar para atender en cuidados intensivos, intermedios, salas de terapia y cuidados paliativos a quienes, como él, eran discapacitados neurológicos.

Por cuestiones del destino, y porque la vida junta los pares en el momento preciso, Jaime conoce a Freddy Hernández, uno de los mejores fisioterapistas en problemas neurológicos, quien había trabajado en el hospital Voz Andes, hacía docencia en la Universidad Católica, y atendía a domicilio. Con sus pacientes y sus familiares, había estrechado vínculos muy fuertes y comprendía a cabalidad la necesidad de terapias integrales.

Nos conocimos “porque así debía ser”, dice Jaime. Entablaron amistad y compartieron perspectivas sobre condiciones neurológicas. Jaime aportaba con la visión de paciente y Freddy la del terapeuta, pero faltaba un punto de vista y ese fue el de María Isabel. Su hija Sara tiene necesidades especiales y solo ella podía explicar lo que significa para una madre comprender la discapacidad, y agotar hasta el último recurso para proporcionar a su hija los cuidados que requiere.

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Los tres emprendieron Fundación Triada. María Isabel consiguió donaciones de la empresaprivada y alquilaron una casa de 100m2 en Cumbayá. Comenzaron su labor con cuatro pacientes, pero el incremento fue tan inesperado que pronto el espacio dejó de ser suficiente para atender a quienes llegaban en busca de ayuda. Hoy tienen 70 pacientes, de los cuales el 90% son niños, y realizan 1.200 atenciones mensuales entre terapia física, de lenguaje, ocupacional y cognitiva. Los profesionales son los mejores en su especialidad y todos trabajan con remuneración. “Así logramos un compromiso real y los motivamos a seguir adelante, a dar pasos grandes todos los días”, señala Freddy.

Y como la vida es como debe ser, Sybela se entera de la Fundación y decide participar activamente como voluntaria cuando todavía funcionaban en la casa de 100m2. Su energía tan positiva refresca el ánimo de todos. Es ella quien repite constantemente que Triada tendrá un centro terapéutico como aquellos del primer mundo. Y con ella nada queda en palabras. Se puso la causa al hombro y consiguió el lugar en el que operan actualmente, una casa de 700m2, adaptada para pacientes con discapacidades y con un espacio verde increíble, logrando así que quienes hacen terapia se deslinden de la hostilidad de un hospital, y se sientan libres y alegres.

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Nada de esto habría sido posible sin la donación de personas y empresas que creen firmemente en la causa, pero es el acierto y buen manejo de la administración, lo que garantiza su permanencia en el tiempo. La Fundación es autosustentable en un 40%, pues si bien las terapias son subsidiadas, hay algo de dinero que ingresa del bolsillo de los pacientes por los servicios que reciben. Las tarifas dependen de un análisis socioeconómico de cada uno y del entorno en el que viven. Así, quienes menos tienen menos pagan; los costos varían entre $2 y $20.

Otro 30% del presupuesto se financia con donaciones mensuales permanentes. Hay empresas que hacen sus aportes, y a cambio de ello, la Fundación ofrece servicios a sus trabajadores con discapacidad neurológica. El 30% restante es vulnerable, o deficitario como lo llamarían algunos, pero según María Isabel, milagrosamente aparecen ángeles que les sacan de apuros.

Para mantenerse y crecer hacia el objetivo de construir una especie de clínica de especialidad, Triada necesita muchísima ayuda externa. Sybela es optimista, sabe que sucederá. “La gente ha recibido con buenos ojos la iniciativa de la Fundación”, asegura. “Lo importante es cambiar la forma de pedir recursos. Hay que involucrar a la gente,sensibilizarlos, presentarles una realidad que existe aunque no esté en el entorno íntimo. Nadie está libre de padecer una situación de estas”.

Uno de los pasos más importantes en función de visibilizar esta situación fue el reciente Festival Gastronómico denominado “Una mesa, mil sonrisas”, organizado por Triada en el Palacio de Cristal del Centro Cultural Itchimbía. Una noche difícil de describir por el cúmulo de emociones que se materializaron. Los 1.200 asistentes incluyeron a chefs y cocineros aficionados, que prepararon una degustación de maravillosos platos para los comensales. Pero sin lugar a dudas, lo mágico de la noche fue saber que con su presencia, los asistentes posibilitaban la consecución de importantes metas para esta noble causa.

Los fondos recaudados se destinarán a dar otro primer paso de los muchos que habrán de darse en el futuro: la adquisición de un terreno donde se construirá una sede propia, con la infraestructura técnica necesaria para terapia física, de lenguaje, ocupacional y cognitiva a los pacientes con discapacidad neurológica. Aunque el camino todavía es largo, Triada ha avanzado un gran trecho. Gracias al esfuerzo de todos quienes conforman la Fundación, las personas que requieren de este tipo de terapia para mejorar su calidad de vida tienen mayor esperanza.