Fotos y textos por Rosanna Mancino, Vía Mía Blog
Visitar el centro de Quito es hacer un viaje al pasado de nuestra historia. En esta ocasión los llevaré a conocer los rincones, puertas y balcones que marcaron los corazones de heroínas y próceres ecuatorianos. Para esta travesía en el tiempo, entrevisté a Héctor López Molina, historiador y fundador del blog Los Ladrillos de Quito.
Cada una de estas historias es real y sucedió entre geranios y risas, lágrimas y batallas, terciopelo y política.
El héroe y la mujer en traje de fraile
En la Plaza de Santo Domingo empieza la historia de amor de uno de los grandes héroes latinoamericanos y de nuestra independencia. En la tarde del 24 de mayo de 1822, Antonio José de Sucre encuentra la gloria y el amor en un mismo día. Por esta razón, -enfatiza López Molina,- para el Gran Mariscal, la ciudad de Quito y aquella fecha marcarían por siempre su corazón y su vida.
“Luego de que sus tropas tomaron el fortín del Panecillo, Sucre entró a Quito por lo que hoy es la avenida Maldonado. Esa misma tarde, ingresó a uno de los puntos más importantes de la ciudad: la Plaza de Santo Domingo, en donde fue recibido por quienes apoyaban la gesta independentista”, relata el historiador. De pie, en el centro de la plaza, estaba el mariscal emocionado sintiendo al fin la victoria, pero su mirada se detuvo en una de las ventanas del segundo piso del convento. La figura de una joven mujer, vestida de fraile con un hermoso rostro y larga cabellera, capturó su atención.
Uno de sus soldados, le informa a Sucre que aquella misteriosa y bella joven vestida de fraile, era la hija del Marqués de Solanda, Felipe Carcelén de Guevara y Sánchez de Orellana, quien junto a sus hermanas y madre, se había ocultado en el convento de Santo Domingo para protegerse de los españoles. Sucre no tarda en identificar al noble hombre quien, en ese momento, se encontraba prisionero precisamente por haberlo apoyado económicamente en su campaña por la libertad.
Sucre solicita reunirse con las hijas y la Marquesa de Solanda, para darles las gracias. Esta cita tiene lugar en la vivienda ubicada frente al convento; en la casa “Santa Elena”; conocida así, porque en su portal se distingue una imagen tallada en piedra de Santa Elena de Constantinopla. Si caminan hoy por aquí, aún pueden encontrarla.
Es en esta casa en donde, el Gran Mariscal conoce por primera vez a Mariana Carcelén.
Durante algunas fiestas que se realizaron en la ciudad para celebrar la victoria, Sucre baila, ríe y conquista a la bella Mariana. En 1823 se comprometen en matrimonio y cinco años más tarde, se casaron por poder desde Bolivia ya que el general Antonio José de Sucre se encontraba ahí y había asumido la presidencia de ese país. Quien representa al mariscal, es uno de sus mejores amigos, el general Vicente Aguirre, esposo de Rosa Montúfar, prócer de la independencia e hija del Marqués de Selva Alegre. Una vez que Sucre renuncia a la presidencia de Bolivia se instala en Quito para hacer su vida junto a Mariana”, concluye el investigador.
Si hasta aquí ha suspirado, deténgase.
Sucre y Mariana tuvieron una hija, que la llamaron como su abuela, Teresa. A los pocos días del nacimiento, el mariscal parte hacia el Congreso Admirable en Bogotá, en un intento por salvar a la Gran Colombia. La mañana del 4 de junio de 1830, en la montaña de Berruecos, a 30 Km de Pasto, Antonio José de Sucre, héroe de Pichincha es asesinado.
Luego del período estricto de luto, Mariana Carcelén, se casa con Isidoro Barriga, uno de los hombres de confianza y compañero de batallas del mariscal. “Con Sucre me casaron, con Barriga me casé,” afirmó Mariana, enterrando así su idílico amor con el mariscal.
Simón y Manuela
El flechazo llegó desde el balcón
En una de las esquinas de lo que hoy es la Plaza de la Independencia se encuentran por primera vez dos corazones libertarios envueltos de gloria y pasión: Simón Bolívar y Manuela Sáenz.
Héctor comienza el relato ubicando la escena en el tiempo. Sucedió el 16 de junio de 1822 apenas unas semanas después de la Batalla de Pichincha, cuando Bolívar entra triunfante a la ciudad de Quito, precisa.
¿Pueden imaginar a cientos de quiteños saludando al héroe, recibiéndolo con flores y guirnaldas? Bueno, entre esa alegre multitud, pero en un balcón privilegiado de la casa de la familia Peña, estaba Manuela Sáenz Aizpuru.
La puntería de Manuela
Mientras Simón Bolívar pasaba montando sobre su noble caballo, la emocionada Manuela lanza la corona de laureles y rosas desde el balcón; y entonces, algo insólito y mágico sucede: la hermosa corona de la bella Manuela, que era grande y pesada, toca el pecho del militar, y al caer al piso espanta al caballo del Libertador. El animal, asustado, levanta sus patas y relinchando, por poco hace caer al suelo el valiente héroe.
Simón Bolívar, cuenta Héctor, al buscar con su mirada al culpable de semejante aguinaldo y estruendo, se encuentra con la mirada intensa, coqueta y sonrojada de la dulce Manuela. Éste, literalmente, fue su primer flechazo.
Más tarde, en el «Baile de la Victoria», una de las tantas celebraciones en honor al Libertador y sus tropas, se daría el primer cruce de palabras. Según cuenta Manuela en uno de sus diarios, durante aquel baile de bienvenida, el galante libertador le susurró: “Señora: si mis soldados tuvieran su puntería, ya habríamos ganado la guerra a España». Manuela y Simón bailaron al compás de la música, lo harían por el resto de sus días, con sus corazones latiendo al mismo ritmo que sus ideales. Esa noche el destino de la América libre quedaría sellado.
¿Y qué queda de aquel romántico balcón?
En la esquina de las calles Chile y Venezuela se encuentra el predio que perteneció a la casa de la familia de la Peña, relacionados con la Independencia, en la que Bolívar vio por primera vez a Manuela Sáenz.
Según la investigación realizada por López Molina, la casa original se mantuvo en pie hasta la década de 1930, en que los dueños del predio construyen este edifico en el que funcionaría el Hotel Metropolitano.
Esta edificación guarda el balcón esquinero como un recuerdo del escenario del primer encuentro de este apasionado amor. Actualmente, esta casa pertenece al Municipio.
Un balcón y dos miradas bastaron para sellar el destino de la América libertaria. Juntos, Manuela y Simón, lucharían por la misma causa hasta el final de sus días.