Por Gabriela Paz y Miño
Corresponsal Barcelona
Los parques públicos deberían ser el primer eje que se trace cuando se diseña una ciudad. Estos pulmones verdes no solo representan el hilo conector entre el ser humano, que permanece inmerso en una selva de cemento, con la naturaleza; también son el lugar que realza y mejora el estilo de vida de cientos de miles de personas. Representan un descanso, un espacio cultural, un lugar al aire libre lleno de historia, donde tanto árboles como edificaciones son icónicos testigos del paso del tiempo.
Sus usuarios otorgan a los parques públicos la índole de su preferencia. Para unos es el lugar ideal para hacer almuerzos campestres, otros celebran a sus hijos con fiestas infantiles; los deportistas los usan como una pista al aire libre ya sea para correr, montar bici o patinar; mientras que para los lectores es el espacio ideal para relajarse y sumergirse en la narrativa de su preferencia. Nunca faltan los escenarios improvisados, espacios tomados por músicos, malabaristas, pintores o talentosa gente que practica su pasión del momento frente a un inesperado público. Un sin fin de experiencias suceden en un mismo espacio colectivo que todos valoran como propio.
Fotos: Shutterstock
La identidad de las ciudades radica en sus parques públicos. No hay urbanismo sin espacios verdes, ya no es un requisito más por cumplir, es un espacio incuestionablemente imprescindible.
Y como en todo, hay ejemplos que destacan sobre los demás, que redefinen el concepto ya sea por su tamaño, estética, funcionalidad o historia. Éstos deben ser cuna de inspiración para ciudades nuevas, deben ser la referencia tangible del impacto que genera en la vida de sus habitantes. Uno de estos ejemplos es Parc de la Ciutadella, en Barcelona, España.
La Ciutadella
Segundo fin de semana de primavera. El pronóstico del tiempo anuncia lluvias para la tarde, pero la mañana saluda con un sol tímido a los habitantes de Barcelona. Es un domingo particular: el cambio de horario de primavera-verano le ha robado a la gente una hora de sueño y marca el inicio de días cada vez más luminosos. Después de un largo invierno, ese guiño del clima es suficiente para que miles de ciudadanos salgan a las calles, listos para aprovecharlo.
Son las once de la mañana para quienes ya han ajustado sus relojes. El entorno del Parc de la Ciutadella –el segundo más grande de Barcelona, después de Montjuic- es un hormiguero no demasiado ruidoso, pero sí muy activo. Decenas de ciclistas circulan por su carril exclusivo. Padres y madres animan a sus pequeños hijos, que avanzan a ritmo accidentado sobre sus patinetes; hombres y mujeres disfrutan de un café en los bares cercanos; algunos trotadores terminan su recorrido, el tranvía se desliza por la calle Wellington. Es un día sereno, con banda sonora propia de la estación: merlas, palomas, gorriones y las escandalosas cotorras, que por ser un ave invasora y sobre todo por su número (el año pasado se hablaba de 5000 en Barcelona), empiezan a ser consideradas una plaga en la ciudad.
Una historia convulsa que no muchos recuerdan
Ubicado en el distrito de Ciutat Vella, en el antiguo barrio de La Ribera, y flanqueado por hitos urbanos como la Estación de Francia, el Arco del Triunfo y la Villa Olímpica, el Parc de la Ciutadella es también conocido por albergar al Zoológico de Barcelona y el Parlament de Catalunya. Se trata de un enclave de gran valor histórico: fue una antigua fortaleza militar, que data los años posteriores a la Guerra de Secesión española (1701-1714). Su construcción como conjunto amurallado, con una fosa de protección y diseño pentagonal, inició en 1716 y terminó en 1751.
El antiguo conjunto militar fue edificado por orden de Felipe V para controlar Barcelona. Una historia convulsa, salpicada de derribos, desalojos, enfrentamientos, torturas y ejecuciones políticas, late detrás de la vida del actual parque urbano. En 1869, la fortaleza fue cedida a la ciudad, y en 1872 se encargó el proyecto a José Fontseré, un maestro de obras (curiosamente, no un arquitecto), quien también diseñó el famoso mercado del Born.
En esta obra colaboró un joven Antoni Gaudí, aún estudiante. El famoso arquitecto catalán trabajó bajo la dirección de Fontseré. Diseñó las verjas y farolas, así como de las escalinatas y la fuente-cascada de la Ciutadella.
Es, precisamente, frente a esta cascada donde este domingo primaveral un grupo de niñas ríen y gritan frente a la laguna en la que nada una pata con su prole. Gemma Domingo, su instructora, aclara: “Venimos de Lleida. Somos un grupo de baile de sardanas” (danza tradicional catalana). Tienen previsto pasar un par de horas en el parque y visitar el zoológico. “Pero no hay quien arranque a las niñas de la zona de los patos”, bromea su instructora.
Justo enfrente, en una glorieta techada, cinco mujeres practican zumba. Quizás no lo saben (o quizás sí), pero el escenario en el que ellas derrochan energía y alegría tiene una historia triste. En el otoño de 1991, un grupo de neonazis golpeó a dos mujeres transgénero y a varios mendigos, que se habían refugiado del viento helado en el interior de la glorieta y bajo los árboles del parque. Las patadas con botas metálicas acabaron con la vida de una de las dos mujeres que dormían dentro de la glorieta. Con su nombre –Sònia Rescalvo Zafra- y como rechazo a este crimen de odio, la “Plaza de los Músicos” fue rebautizada. La vida sigue en este lugar en donde la muerte acechó una madrugada.
Juan Pascual, un técnico de 35 años, que acompaña a una de las chicas, valora al Parc de la Ciutadella como un espacio para relajarse y descansar del tráfico que lo estresa entre semana. “Es el parque más importante de Barcelona y el único céntrico”, señala, aunque reconoce que no sabe mucho sobre su historia. Sus referencias son personales: de niño, sus padres lo llevaban a visitar el Zoológico, que este domingo, como todos los fines de semana, tiene gran afluencia de gente.
La Ciutadella fue también el primer parque científico de Barcelona. La instalación de una reproducción de cemento a escala natural de un mamut, fue un hito. Se trataba –según un proyecto concebido por el geólogo y naturalista barcelonés, Norbert Font-, de la primera figura de una serie que se instalaría en el parque, y que incluía una docena de animales prehistóricos. La muerte de Font truncó ese objetivo, pero el mamut gigante, instalado en 1907, se convirtió en una de las atracciones.
Exposición universal de 1888
La Ciutadella también es famosa por haber sido el escenario de la Exposición Universal de 1888, que recibió unos 400.000 visitantes y que significó la primera gran operación urbanística de Barcelona. Para este evento itinerante se construyeron, en tiempo récord, estructuras tan importantes como el Arco del Triunfo y el paseo Colón con su estatua icónica. Además el Hotel Internacional, obra del arquitecto catalán, Lluìs Domèmech i Montaner; edificación que luego fue derrocada.
También se dio forma e iluminaron las Ramblas, se inauguró el Mercado del Born, se reformó el muelle y se inició el servicio turístico de las barcas conocidas como Golondrinas (aún en uso y muy populares). Igualmente, se levantaron edificaciones en el interior del parque, obras que estuvieron a cargo de conocidos arquitectos de la época. Una de ellas fue el Palacio de la Industria, construido en forma de abanico y dividido en 13 naves utilizadas como salas de la exposición (zona actual del zoo). Otras fueron el Palacio de Bellas Artes (también derrocado), el museo de Historia y Geología, el Castillo de los Tres Dragones (antiguo museo de Ciencias Naturales), el invernadero y el umbráculo, hogar de numerosas especies botánicas que necesitan sombra.
Un superviviente que vende ilusiones
Ibrahima Barry, 25 años, oriundo de Guinea, sueña con traer de su país natal a su esposa y su hija, Hadya, de cinco años de edad. Frente a la cascada concebida por Gaudí, Barry aguanta un domingo más con la esperanza de que sea una buena jornada. Con su mano derecha, en la cima de su brazo siempre levantado, sostiene una nube de globos grandes que atraen la atención de niños y niñas, algunos de la edad de su hija, que llenan de risas la ludoteca del parque mientras preparan tortitas de tierra, recorren el pequeño huerto o viajan felices a bordo de cajas de madera. A su alrededor, el segundo domingo de la primavera bulle. Ibrahima está en un lugar lleno de Historia, con mayúscula, pero su historia personal lo desborda. Él y muchos otros, con globos, marionetas o un instrumento musical, se buscan la vida en el icónico parque, que constituye, en gran parte, la identidad de Barcelona.