Dios está en los detalles
y en el Ron
Por María Fernanda Ampuero,
Corresponsal en México
No es nada fácil visitar la planta mexicana de ron Bacardí. Primero porque queda lejos de la ciudad, en el área industrial del municipio de Tultitlán, Estado de México. Y, segundo, porque estudiantes de arquitectura y arquitectos del mundo entero solicitan constantemente permiso para conocerla y, al ser una fábrica en funcionamiento con estrictas normas de seguridad y salubridad, no se conceden de forma libertina. La lista de espera es más que larga. ¿Por qué los profesionales de la arquitectura están tan obsesionados con Bacardí? ¿Qué es lo que hace tan especial el edificio de una fábrica de ron en México? Sería lógico, digamos, hablar de una destilería de tequila o de mezcal, pero ¿ron? ¿Por qué?
Una serie de desastres políticos y naturales dan la respuesta a esa pregunta. En 1957 la planta de Cuba ya le quedaba pequeña al emporio Bacardí, la destilería de ron más grande del mundo, fundada en 1862 por Facundo Bacardí Massón, un inmigrante catalán a la isla. Decididos a conquistar al mundo entero con sus bebidas espirituosas, los responsables de la empresa decidieron encargar a alguno de los mejores arquitectos de la época la nueva fábrica para Santiago de Cuba.
Foto: miessociety.org
Por entonces nadie quería construir industria: la arquitectura se consideraba exclusivamente un arte y, por lo tanto, que el edificio tuviera una función económica y empresarial repelía a la mayoría de los grandes. Lo consideraban venderse. Hasta que el proyecto cayó en manos del ya entonces famosísimo arquitecto germano-estadounidense Mies van der Rohe (Aquisgrán, Reino de Prusia, 1886 – Chicago, Estados Unidos, 1969) y la posibilidad de realizar un edificio práctico, diáfano, útil y con sentido interesó al pionero de la arquitectura moderna.
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Para la época en la que fue contactado por Bacardí, Van der Rohe ya había creado una influyente arquitectura y su aporte al Bauhaus, que justamente está celebrando su primer centenario, fue enorme al punto que su nombre es indiferenciable del movimiento.
Para él la claridad y la sencillez eran innegociables, las consideraba la metáfora más clara de los tiempos que se estaban viviendo. Su estilo definió el Estados Unidos del siglo XX con proyectos llenos de materiales modernos como acero industrial, y grandes láminas de vidrio, para definir espacios interiores. Van der Rohe siempre persiguió una arquitectura con estructuras mínimas, destinada a crear espacios abiertos que fluyeran sin obstáculos. Se refería a sus obras como arquitectura de «piel y huesos». Dejó como legado unos nuevos cánones arquitectónicos que expresan el espíritu de la era moderna y a menudo se lo asocia con dos aforismos: «menos es más» y «Dios está en los detalles».
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Dicho y hecho: Van der Rohe proyectó para Bacardí una fábrica que rompería con la idea que se tenía de edificio con fines industriales. Iba a ser la primera gran obra del artista en Sudamérica, se brindaría, obviamente, con mojitos. Pero entonces llegó la Revolución Cubana a romper los planes de todo el mundo, y la familia Bacardí levantó barriles y botellas y emprendió la retirada, primero a Puerto Rico, luego a Estados Unidos y a México.
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En 1957, la fábrica de Bacardí en México se cayó con un famoso terremoto bautizado Temblor del Ángel porque tumbó a la famosa estatua de la capital mexicana, así que entre pérdidas y duelos políticos y tectónicos, la ronera decidió que aquellas naves industriales que Van der Rohe había ideado para Cuba se levantaran en México, en esas treinta hectáreas de Tultitlán que, además, tenían pozos de agua natural, ideales para fabricar el famoso ron.
Para acompañar el diseño de Van der Rohe, Bacardí contrató al extraordinario arquitecto hispano-mexicano Félix Candela, quien dio idea de conjunto al añadir a las oficinas de Van der Rohe sus naves industriales firmadas con su sello personal: el paraboloide hiperbólico o, dicho de otro modo, el paraguas invertido.
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Bacardí México se posa sobre un largo jardín verde lleno de árboles y, quizás, esto es lo más significativo: parece un parque donde, quién sabe cómo, diseminaron edificios semi-escondidos, que nunca pelean con la naturaleza sino que, todo lo contrario, la abrazan. Todo cuadra, se armoniza, rima.
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Van der Rohe decidió utilizar la estructura para generar el concepto de planta libre, donde utilizó un módulo cuadrado como base. El volumen de dos pisos resultó ser rectangular en planta (52x27m), con una altura de ocho metros, con un vacío en el centro donde se genera una doble altura.
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La planta baja se trata de un gran espacio abierto, donde sólo se encuentran dos escaleras simétricas hacia el segundo nivel, bordeando el vacío central de doble altura, y creando un límite entre este espacio central y la galería perimetral semi-cubierta, del primer piso.
Esta galería rodea totalmente al gran vacío central, envuelto en vidrio. La flexibilidad de distribución interior que entrega la estructura de exoesqueleto, permite que las oficinas del segundo nivel estén separadas por paneles móviles, pensando en futuros cambios y organización de la administración.
En cuanto a las cargas que actúan en el edificio, hay dos tipos de estructuras que las transmiten. La principal, que responde a todas las cargas, se diseñó utilizando una trama de módulo cuadrado y pilares de acero con perfiles “doble T”, dispuestos en la planta cada nueve metros aproximadamente, tangentes al espacio central de doble altura, generando ritmo desde cualquier punto de vista.
La segunda estructura se trata de las fachadas del edificio sede de Barcadí. Usando también perfiles “doble T”, el arquitecto dividió cada módulo en cinco paneles, dando a notar la modulación que originó el proyecto. Estos paneles de vidrio oscuro le entregan al edificio cierta transparencia, pero a la vez generan el reflejo de los árboles que lo rodean, integrando la naturaleza. El piso es de mármol travertino y los paneles móviles son de madera, lo que aporta una gran calidez al interior del edificio.
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La simplicidad y composición rígida de esta obra, sin elementos ornamentales, es una fiel representación del gran postulado de Mies van der Rohe: menos es más.
La obra fue declarada Patrimonio Mundial por la Unesco en el año 2001.