La filosofía del Arte
Por: María Gracia Banderas
En su mirada puede observarse la calma del sabio, la templanza alcanzada por aquel que ha recorrido un vasto camino, la tranquilidad de un trazo que aúna vivencias, múltiples sellos en el pasaporte, maestros y aprendizaje.
Algunos cuentan con la bendición de definir, a temprana edad, lo que mueve al ser más allá del alma. Y otros, más favorecidos aún, cuentan con la habilidad de dedicar su vida a la actividad que aman.
Édgar Carrasco, pintor y escultor, nació en Cuenca hace 70 años. “Desde pequeño me ponía muy contento cuando veía cosas de colores”. Relata que cuando estudiaba catecismo, el profesor entregaba a los niños hojas anaranjadas, azules, amarillas, rojas… y lo que más le emocionaba de las jornadas era descubrir qué tonalidad de papel su maestro le habría asignado. “Desde niño aprecié el color con alegría”, añade el artista mientras esboza una nostálgica sonrisa.
La constante búsqueda y el desarrollo de sus habilidades artísticas lo llevaron a afinar sus aptitudes, sobre todo cuando un tríptico, al que denominó ‘Animal número uno, animal número dos y animal número tres’, le mereció un premio que lo condujo a París cuando tenía aproximadamente 21 años. “El premio era otorgado a los pintores jóvenes, ahí me di cuenta realmente de lo que era el arte. Visitar museos aportó muchísimo a mi educación, pude admirar variados estilos y me involucré con el arte contemporáneo”.
Aquel fue el inicio de lo que enriquecería la obra y visión de Édgar: los viajes. “Empecé a viajar a casi todo el mundo, he pasado mucho tiempo visitando galerías y museos para consolidar mi manifestación”. Menciona las ciudades de Osaka y Dubai como claros ejemplos en los que observó la expresión artística que tanto le interesaba, mientras que en China descubrió su gusto por la cerámica. “Disfruté mucho admirar el arte Xi›an”.
Sin embargo, fue en Venezuela donde encontró a quien admira, un artista que impulsó su creatividad e hizo posible que desarrollara espléndidas esculturas. Jesús Soto, de Ciudad Bolívar, fue una figura muy importante del arte cinético –muy arraigado en la estética del movimiento-, y quien se convertiría en la inspiración del artista cuencano. “Su obra me impresionó. Mientras yo pintaba cuadros él estaba haciendo lluvias de plástico, alambres y magnífica obra penetrable. Así llegó a mí con mayor fuerza el arte contemporáneo”.
La inmersión de Édgar Carrasco en la expresión estética de la época implicó un proceso. “Observando cuadros que no decían nada, o lienzos vacíos con una única línea en la parte inferior, trataba de introducirme a ese espacio tan utilizado por los pintores contemporáneos, por fin me sentía parte de ese gran lenguaje”. No utiliza el término “gran lenguaje” en el sentido especulativo, “si voy a pintar lo hago sin pensar, sin elaborar teorías. Yo no hago bosquejos ni boceteo. Se debe sentir el arte en el alma”.
Todo artista atraviesa por un proceso creativo mientras concibe y elabora una obra. Para Édgar, el espacio como tal juega un rol fundamental en dicho proceso, “no solamente de puertas y ventanas es la casa, sino lo que hay dentro y fuera; y eso me inspiró. El filósofo también se refiere a la arcilla y señala que no es únicamente el cuenco lo que sirve para beber agua… con esto asimilé la importancia del espacio. En el alma tenemos espacio para crear, lo hacemos rápidamente, sin necesidad de teorizar. La cabeza está llena de colores y de espacios”, dice refiriéndose a las palabras de Lao Tse, uno de los filósofos más relevantes de la civilización China, y agrega que el concepto solamente tiene que ser aplicado a la obra.
Lo estético es parte de su día a día. Mientras profundizamos en la conversación noto que para Édgar la belleza parte de lo natural, y de situaciones que a veces damos por sentadas, como la luz del sol, una noche estrellada o lo esplendoroso de los múltiples tonos presentes en una flor. “No soy de la idea sublunar de pintar al diablo, o anécdotas que giran en torno al miedo, a la amargura, o a la muerte. Soy absolutamente supralunar, y en el sentido filosófico soy abstracto. Nuestra alma es luz y participa de ese gran ballet de claridad. Yo la pinto y procuro interpretarla con los metales”.
Su trabajo es reconocido a nivel mundial por el magnífico manejo de metales a los que añade color y brinda formas espléndidas. “Me atrajo el metal porque no me embarraba, mientras que para dibujar en óleo se necesitaba de una preparación académica y ese nunca fue mi fuerte. Me dediqué a investigar el metal, lo que me llevó a trabajar con láminas de cobre, bronce, acero, y distintas reacciones químicas que me llevan a crear nuevas cosas”.
Relata que cuando estudiaba el significado del cobre, descubrió que se decía que este es el hijo legítimo del sol. Este material se adapta y se amalgama a todos los metales, “puedo colocar a la obra una epidermis de plata, de oro, etc., y tiene esta hermosa característica de que puede volverse turquesa o azulado. Conseguí todos los colores del arco iris, pero me faltaba el amarillo. Se lo puede lograr con agua de dorar, muy conocida en el campo de la química, pero en un libro de alquimia leí que se necesitaba de un carbón, así que conseguí dicho carbón, que era el cobre, y mercurio filosofal. En efecto, un día logré una plancha de color oro, se trataba de un oro alquímico. Me pareció fantástico”. Édgar trabaja constantemente con ácidos y cianuro, poniendo en evidencia la destreza que ha desarrollado en su técnica.
“Realizo mi trabajo directamente con el sol, no lo hago en un cuarto cerrado. No es lo mismo trabajar en sombra o en lluvia; de hecho, suelo silbar al astro rey para que salga, y a veces lo hace”. En su obra priman el blanco, ocre, siena, los colores del arcoíris y la iridiscencia. “Mi obra forma parte de un sentimiento artístico pictórico”, manifiesta; mientras confiesa que su próximo viaje será a Chuquicamata, una mina de cobre y oro a cielo abierto en Chile, “para sentarme en la mina y rendir mi sentimiento, pues el cobre me ha dado mucho”.
Sin duda sus habilidades continuaron abriéndole puertas, así que se hizo acreedor a una beca que le llevó a su siguiente destino: Madrid. Aquella parada tuvo un significado especial, pues fue la capital de España la que recibió a su hijo, Rafael Carrasco. “Mi ilusión se hizo realidad, mis tres hijos son artistas”, manifiesta con orgullo. Rafael, caricaturista, se especializa en dibujos animados; Catalina realiza pintura figurativa, mientras que Pablo es cineasta.
La creatividad y compromiso con su obra le han merecido varios primeros lugares en concursos nacionales. “A veces el comentario es ‘esas hojalatas ganaron’ pero no me ofenden”, dice entre risas. “Concursé solo hasta cierta edad, ahora dejo que participen los jóvenes”. El reconocimiento de su obra es también internacional, por lo que ha sido invitado a las bienales de Cuba, España y México; mientras que en la segunda Bienal de Cuenca fue galardonado con el Salón de Honor. Su obra ha sido expuesta en Rusia, Italia, España, Singapur, Japón…
También ha hecho murales, y ejemplo de aquello es el que realizó en el hotel de diez pisos, Cosmos 100, en Bogotá, que hace referencia al concepto del hotel. “Están la luna, los planetas y las estrellas. Bañé de plata a todo el mural, con un cepillo esparcí a las estrellas, luego vino la laca y los ácidos que les dan ese brillo”, tan característico de estos astros.
Al hablar sobre su obra más representativa señala que es la que realizará en el presente. “Uno llega a una edad en la que da miedo caer en decadencia”, la obra de un pintor puede llegar a ser repetitiva, dice, y él trabaja cada día por cultivar su creatividad y técnica. Tiene especial cariño por sus obras penetrables, que nacieron a partir de la influencia de Jesús Soto.
El legado de Édgar es muy grande y es admirado por jóvenes artistas. Su mensaje a quienes empiezan en el arte es “que sean libres, creativos, que den rienda suelta a su sensibilidad; que busquen nuevas ideas y no hagan caso a los críticos, pues hay buenos pintores que, por escuchar comentarios de curadores o críticos, no han continuado con su arte”. Para Édgar, el arte es una manera de “tartamudear” mientras se procura lograr una expresión.