MARIELLA CAICEDO
Espacios iluminados, combinación de texturas y materiales con un balance perfecto, una “conversación permanente” entre ambientes y objetos, pero en especial, las piezas artísticas en las paredes y rincones de la casa, marcan el estilo de Mariella Caicedo, quien basa su trabajo en una profunda conexión con los sentimientos y las emociones.
Sus inicios los recuerda a los 20 años, pintando paredes en habitaciones de niños. Su conexión con las madres, que hacían los encargos, era especial y aún la mantiene, ahora desde la decoración de habitaciones, sobre todo de futuras mamás. “Cuando termino un cuarto y me lo agradecen, es divino. Me encantan los cuartos de los niños”, comenta.
Ya no pinta paredes, pero su vena artística permanece en sus propuestas como diseñadora de interiores. A sus 34 años, decora desde habitaciones de niños a proyectos inmobiliarios en “etapa gris”, que los prefiere a la remodelación porque limita, mientras que la creación desde cero, no, afirma.
Su casa es un claro ejemplo de esto. Trabajada con su hermana, Paola Caicedo, logró ensamblar desde lo gris, un proyecto que ahora se articula a través de una paleta de color armónica, conectando espacios que, aunque diferentes, convergen en puntos de encuentro. “Me gusta que las cosas conversen… que haya una relación… una coherencia…Mis decoraciones tienen sentido”, explica.
Sentimiento y emoción
En sus propuestas, los sentimientos y lo que despierte cada ambiente es esencial. “Decoro desde la emoción…. Si voy a un lugar y no siento nada, esa decoración ha fallado”, indica. Por eso, sus diseños buscan la armonía con un estilo personal muy marcado: limpieza, sencillez, mucha iluminación y combinación de materiales.
“Me gusta muchísimo mezclar”, afirma. Mariella puede combinar concreto, mármol, piedra, granito, madera; proponiendo una integración casi intuitiva de los elementos, que se conectan a través de un diálogo silencioso, intrínseco y teniendo como premisa que “menos es más”.
Su casa es la mejor versión de sus diseños y también de las emociones y sentimientos. No solo su hermana se involucró; su padre, ingeniero de la construcción, se encargó de levantarla. Ese era su más grande anhelo “el mayor regalo físico que yo tengo aquí, es que mi papá haya construido la casa”, comenta emocionada. En este encuentro padre-hija en medio de una construcción, aprendió una lección importante, que ahora la entiende y deja que guíe sus proyectos.
Las casas hablan
“Mi papi siempre me decía, desde que soy chiquita: la casa habla sola”, nos cuenta como anécdota. Lo descubrió cuando diseñó para ella misma. “Cada bloque me hacía tomar una decisión distinta” lo dice reafirmando la enseñanza de su padre. “Tenía esa pared a la entrada, que solamente era una pared. Un día la miré y llamé a mi papá para decirle que la casa me acababa de hablar”. Dejó ese espacio abierto con unos perfiles que tienen como punto central un espejo de gran tamaño, con un poema escrito en francés.
“Tanto en construcción como en decoración, no es definitiva la idea planteada en un papel porque hay decisiones que se tienen que tomar al andar, cuando ya estás viendo físicamente el espacio”, apunta. “Es cuestión de que la casa te guíe, te hable.”
Hay cosas que Mariella sabía que quería, como las texturas en las paredes, pero el resto ha ido cambiando, y como ella dice, nunca va a dejar de transformarla. “Es un poco prueba y error”. Comenta que es importante “ir pieza por pieza porque vas sintiendo lo que la casa va pidiendo”.
En su casa cada espacio hace un “link” con los otros ambientes de forma completamente natural. ¿Cómo lo logra? “Tienes que escoger un material para que lo demás pueda salir”, señala. En su sala, por ejemplo, escogió el piso y luego, surgió el resto de la casa.
Lo que comunica, enamora
En esta casa hay sentido, diálogo, conversaciones y comunicación. Eso es lo que cautiva. Nada está impuesto, todo fluye y se encuentra de manera orgánica. Incluso cuando se contrapone, como ocurre con su sala y el espacio contiguo.
En un juego de ying-yang (con la misma escala de colores), su sala explota con colores blancos y una iluminación generosa gracias a las grandes ventanas, complementándose sin ruido con la sala de música que contrasta con marcados tonos oscuros y un cuadro central del argentino Arturo Aguiar, trabajado bajo la técnica de light painting. “Hay coherencia en la paleta de colores. Esta habitación, a pesar de ser negra, no la siento como un sótano”, nos dice. En su búsqueda por lograr conectar con esa emoción que imprime a cada habitación, logró espacios “integrados, pero no tan integrados”. Hay independencia de los ambientes y aún así, sigues sintiéndote parte de la misma casa.
Está convencida que los espacios deben comunicar, porque “es importante lo que sientes en tu casa, finalmente ese lugar es tu santuario”, comenta.
Al preguntarle por sus elementos favoritos de cada habitación, su respuesta fue sencilla: “El arte me hace feliz”.
Que se respire arte
Lo artístico es importante en sus proyectos. Tal vez porque siempre ha pintado, valora cada fase de la creación. “No solo es el producto final, es el proceso y la persona que está detrás de eso”, lo dice mientras nos muestra las obras que son piezas centrales en su casa: un Xavier Coronel, punto de luz de la sala; un Dennys Navia, que conversa coquetamente con su jardín interno, o el collage de Fernando Falconí que descansa en su comedor.
Le apuesta con fervor a artistas nacionales. Empezó a conocerlos gracias a Eliana Hidalgo, quien le vendió su primer cuadro. “Ella me ha dado el conocimiento de lo que es el arte en general, y me enseñó a valorar el arte ecuatoriano”, señala.
“No es el valor monetario de la pieza, sino lo que representa, el proceso, de dónde viene. El arte no es comercial, es la representación del estado de ánimo o de la etapa que está viviendo un artista”. Profundiza en esto porque le gusta que sus espacios manifiesten arte en general. Pinturas, objetos artísticos, esculturas, fotografías invaden las paredes, los muebles, en fin, todos sus espacios. Prefiere los lienzos sin enmarcar, incluso, deshilachados y con la pintura en los bordes. “Así me gusta… yo lo veo y respiro el arte”, dice enfáticamente.
Siempre bajo su lente
Desde hace más de una década se ha vinculado con sus clientes. Primero cuando pintaba habitaciones de niños y luego con el diseño de mobiliario que fue una experiencia nueva, y que ahora es otra de sus facetas que disfruta. El 90% de los muebles de su casa son de su autoría.
Recuerda que una clienta le preguntó si podía hacerle una propuesta para los muebles, “y dije que sí”, comenta. Sin experiencia, pero con muchas ideas, realizó sus primeros diseños. Alternaba sus estudios atendiendo a clientes y cultivó el don de escucharlos.
“Me gusta escuchar al cliente, observarlo, incluso me fijo en cómo se viste”. Lo hace para conocer más sobre ellos y entender mejor lo que necesitan. “Hago lo que mis clientes me piden, pero siempre a través de mi lente”, afirma. Busca una conexión sincera con ellos y se adapta a sus deseos, pero con una propuesta inicial de su creación. “No soy de colores, pero si a mi cliente le gusta, me transformo y los aplico”. En el proceso, sus clientes se convierten en sus amigos.
Para esta diseñadora, graduada con honores de la Universidad de Especialidades Espíritu Santo, lo que transmiten las casas y sus espacios es fundamental. Estudia e investiga porque le gusta hacer cosas diferentes, valora el proceso del diseño porque le permite conocer a profundidad para quien hace sus propuestas. Destaca a los artistas ecuatorianos porque ama el arte. Así, Mariella Caicedo logra con los diseños de sus casas, lo mismo que hacen los verdaderos artistas: establecer conexión bajo un concepto o pensamiento muy profundo, para plasmar sentimientos que, en este caso, se cuelan en las paredes y terminan generando una emoción.