Por: María Cárdenas R.
mayo – junio 2011 |
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Su casa es de arquitectura moderna, sencilla y cálida, cercada por un lindo jardín con todo tipo de plantas, donde junto a su familia lleva a cabo su vida social los fines de semana.
¿Cuánto tiempo viviendo aquí?
Desde que nos casamos, hace diez años. Era la típica casa de soltero despreocupado que trabaja todo el día. Su casa era el sillón cómodo para ver la tele, poner los pies y el mueble verde al lado de uno rojo.
¿Hiciste cambios?
Le hemos hecho todo tipo de remodelaciones y, siempre de acuerdo con Jorge, he ido cambiando cosas…
¿Hubo guerra?
En algunas cosas sí. Pero poco a poco lo logré.
¿Cómo qué cosas?
Por ejemplo, tenía esos carritos de bar, en madera pintada verde, donde acomodaba todas las botellas. Me horrorizaba. Discretamente le sacaba las botellas y lo movía de lugar e intentaba taparlo con unas flores o algo así para disimularlo. Pero cuando Jorge se daba cuenta, volvía a su sitio y lo volvía a llenar de botellas -risas- pero finalmente gané yo! Lo desaparecí, es más, no sabría decirte dónde está, lo debo haber regalado.
¿Cómo era el lugar cuando llegaste?
Totalmente diferente. Estaba contando… hoy debemos ser unas 50 personas viviendo en esta urbanización. Son ocho casas, pero entre familias y trabajadores, esa es la cifra. Cuando llegué éramos nosotros, un chico que vivía solo y un matrimonio al que no conocíamos.
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¿Eso querías?
¡No! ¡Qué va! siempre fui rata citadina, bicho de ciudad, necesitaba tráfico, smog. Cuando llegué, me aterraba el silencio, me parecía abrumador. Venía de ciudades grandes, Madrid, Quito, en plena González Suárez. Extrañaba la contaminación, cosas buenas de la vida… Acá me encontré con un pastor que traía sus vacas a la urbanización para que pastaran. Me encantaba ver las vacas, porque antes sólo las veía en películas, nada más. Inicialmente fue un cambio duro.
¿Volverías a la ciudad?
¡Por nada del mundo! ahora me acostumbré tanto, que me he vuelto absolutamente campesina. Me aterra el tráfico, el ruido, ya no sé cruzar una calle, me dan miedo los buses.
¿Un cambio positivo?
Totalmente. No creo que el stress sea menor, sino que lo que obtienes, es una diferente calidad de vida. En la ciudad te acostumbras a que el ritmo que llevas en el trabajo lo mantienes dentro de tu casa. Tienes vida social, sales más, es fácil hacerlo. Si estás aburrido vas a un centro comercial, buscas algo para hacer, para estar con la gente. Aquí el estilo de vida es diferente. Me paso pintando, puedo estar seis horas en silencio, leer, tocar la armónica. Cosas que por lo general no haces en la ciudad. Aquí el ritmo se te frena.
¿Pero sigues trabajando?
Como siempre en la tele. Lamentablemente salí de Radio Platinum y estoy en unos proyectillos que aún
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no puedo compartir. Los domingos en Teleamazonas, en Día a Día, desde hace 6 años.
¿Vas a Quito a diario?
No, justo este mes he tomado un mes sabático. Pero cuando organizo mi agenda lo hago de tal manera que no necesite subir más de 2 o 3 veces por semana. A diario de ninguna manera, me volvería loca, recuerda que ya soy totalmente campesina.
¿Compensaciones de vivir tan lejos?
El viaje a Quito estresa muchísimo, pero no cambiaría mi residencia de ninguna manera. Vale la pena con tal de vivir de la manera que lo hago. No sé si es el contacto con la naturaleza, porque estamos dentro de una urbanización y está construida, pero no volvería a Quito. Ahora necesito hacer la parrillada los fines de semana con amigos y quedarme hasta las diez de la noche en el jardín, el clima es estupendo. Esta vida no la lograría en un departamento en Quito.
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¿Cómo te va con el tráfico?
Pobre alcalde, lo podría acabar. Las vías están abarrotadas, no hay planificación. En Quito, el pico y placa funcionó la primera semana. Es complicado salir del valle en horas pico y ahora que vamos a tener 2 nuevos centros comerciales y sin vías de desfogue, en Navidad no voy a poder llegar a mi casa.
¿Qué tiempo toma llegar a Quito?
Antes calculaba 25 minutos hasta mi oficina, hoy, ese es el tiempo que hago hasta el peaje. De ahí, me toma más de 25 minutos llegar a cualquier otro punto. Entiendo que se está haciendo una colecta de firmas para que se haga una tercera vía alternativa al valle. Como dije al alcalde en un programa de radio: ¿veré las obras o las tendrán que ver mis bisnietos? me llamó mujer de poca fe, pero la verdad es que aún no veo las obras.
¿Cómo percibes el futuro de los valles?
Muchas personas están migrando sus trabajos a sus casas o buscan oficinas en el valle para viajar a Quito lo estrictamente necesario. Pero si no se dan soluciones, en 2 o 3 años tendremos los mismos problemas que se viven hoy en Quito.
¿Y los servicios públicos?
Ahora están funcionando bien o, al menos en mi casa. Antes se cortaba el agua, inclusive durante varios días, el teléfono no funcionaba. Hemos logrado mejorarlos. Tuvimos que cambiar los cables del teléfono y de luz para tener acceso a servicios decentes, dignos, pero obviamente costeados por nosotros, por la urbanización.
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¿Y la seguridad?
Eso sí es complicadísimo. Nos hemos reunido cien veces para encontrar la solución y no la hemos logrado. Hasta ahora, gracias a Dios, ha habido sólo robos menores dentro de la urbanización. Hemos inventado todo tipo de seguridades. Se está implementando un sistema de tarjetas, ya no de llaves, para que no se hagan copias. El alambrado… la cerca eléctrica… Esta casa jamás la hemos dejado sola, sabes el riesgo, te vuelves un poco esclavo de tu casa. Si la dejas sola, sabes que ese día te la van a vaciar. Esta zona, como todas ahora, es peligrosa. Se ha vuelto difícil dormir en paz. Nada hay que los amedrente, es infame y más con las leyes que hay.
¿Dónde haces las compras? estás alejada de los centros de comercio…
Las distancias en Quito son parecidas pero allá se complica por el tráfico. Hasta Tumbaco me demoro unos 5 o 6 minutos. Y como es tradicional, lo que sí tenemos es la tienda de barrio. Es lo máximo, allí se consigue todo.
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¿Cambios en la vida social?
Radicales, te conviertes en un auca. A pesar de mi profesión soy muy casera, no salgo mucho. Jorge es el de los cocteles y las reuniones. Mi plan es quedarme en casa con mi hija haciendo tortas y galletas, me encanta que no suene el teléfono. Al principio no me acostumbraba porque era muy de salir a fiestas y eventos. Te vas limitando… quizá es la parte negativa, lograr que tus amigos vengan de Quito es más difícil. En definitiva la vida social se limita a la parrillada de fin de semana, punto.
Tu hija, Diana, ¿vive feliz aquí?
Además de que está feliz, va al colegio a 100 metros de la casa, podría irse caminando, pero toma el bus, es la última que recogen y la primera que dejan. Tiene su jardín y por ella tenemos dos perros que son su adoración.
¿La experiencia de vivir en casa?
El mantenimiento es carísimo. En un edificio compartes con los condóminos los problemas y los gastos, entre todos lo resuelves. Acá se rompe la puerta de afuera, la tubería, el árbol que se cae encima de la casa y va directo de tu bolsillo. La inversión es mayor y más costosa.
¿Vivirías en departamento en Cumbayá?
No. Si tuviera un departamento tendría que tener una terraza de cien metros y sería demasiado caro. Parte de lo agradable de la casa es la independencia que te da. Te acostumbras a tener espacio, a ver el sol, en un
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departamento no lo haces nunca.
¿Cambios personales?
En mi caso sí, porque ahora soy de espíritu ermitaño, no soy muy de fiestas ni de estar todo el día en la calle. Me gusta quedarme en casa, pintar, estar sola, trabajar sola. Paso horas en la computadora. No necesito estar con gente, me siento bien, en armonía. Me encantan las amigas, pero la vida ha cambiado. No te imaginas la cantidad de invitaciones que recibo, pero hay épocas para todo y he cambiado. La vida es un conjunto de etapas.La sonrisa de Marissa y la armonía que transmite queda en la memoria cuando nos alejamos para volver a Quito. Se siente feliz y mucho tiene que ver con el estilo de vida que ha escogido: De la ciudad al Campo.
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