Por Pamela Cevallos H.
Fotos obra: Christoph Hirtz
Cuadros al pie de la cama, pinturas por todas partes, paredes llenas de color. El arte se acomoda en la casa de Cristóbal González, un pintor quiteño cuya inspiración no cabe en las paredes de su apartamento en la Av. González Suárez.
Elementos modernos y antiguos están acoplados íntimamente en cada rincón. Un gusto exquisito se denota en el “no” orden de su sala. Y es que Cristóbal está acostumbrado a aquello: a romper las reglas para obtener originalidad. El color para este pintor es esencial porque le impide marcar fronteras, le hace romper esquemas, y le permite transmitir alegría en lugar de tristeza, algo que para él tal vez sea una careta que lo protege de la inmersión en las profundidades de su ser.
Su obra se basa en el dibujo distorsionado, aquel que busca ser rechazado en el mundo de lo normal, pero que, sin embargo, mediante el uso del color llega a otros niveles. “El color es como el olor, te invade, te llega a los sentidos, hace que recibas de una manera más ligera al arte. Siempre he tenido intención de crear un imaginario propio y me ha gustado distorsionar. El arte de hoy nos permite crear un mundo en donde las cosas no son perfectas. El color es peligroso, por eso hay una teoría del color, y jugar con ella es arriesgarse, es una confrontación con lo establecido”, dice el pintor.
Y es verdad. Lo contemporáneo abre caminos al arte, y permite la aparición de nuevos estilos y fusiones que dan como resultado obras tan valiosas para el alma como las de Cristóbal, quien ya ha expuesto en varios países de Europa y Latinoamérica dejando una nueva percepción sobre la pintura de la región. Al principio, romper con las reglas fue un asunto espontáneo, dice, pero después descubrió a Matisse, a quien ama intensamente. Desde allí, y desde el movimiento de los fauves, asumió su arte con esta influencia pero con la tonalidad propia latinoamericana, eligiendo al color como parte de su identidad.
“Con Matisse tengo un romance de años. Me encanta su sutileza, liviandad, intimidad, los paisajes internos, su relación con los fauvistas porque son radicales con el color. Me ha dado temor dejarme influenciar mucho por alguien. Admiro a Matisse pero no he sido seguidor de nadie. De hecho, mi último romance -que tal vez venía dándose pero yo no lo había aceptado-, es con Picasso, a quien considero un genio. Mi pintura tiene algo de picassiana, ver sus retratos en una visita al museo Reina Sofía, en España, fue como encontrar a mi alma gemela, me dio un poco de susto. Sé que es una audacia mía decir que soy picassiano, no ha sido mi intención seguirlo”.
Cristóbal es profesor de Artes Visuales en el Colegio Americano, tiene una maestría en Pedagogía y otra en Relaciones Internacionales, y ha buscado enriquecer su obra con la visión de ambas profesiones. Habla con pasión de su relación con los jóvenes, la misma que le ayuda a entender el mundo actual, la tecnología y la importancia que tiene en la vida de las personas, aunque también le ubica en la temática artística que puede presentar a los amantes del arte y sus seguidores.
“Vivimos en un mundo tan globalizado, sobre todo en lo visual, que ya es difícil encontrar un estilo que caracterice e individualice a un artista, eso ya es imposible. Pero todos tenemos un toque que nos hace especiales, hay elementos en la historia de vida de los artistas que hace que su pintura sea especial. Soy de una generación de aristas que se formó en el siglo anterior, y que hoy día vive en un mundo muy distinto al que crecimos, en el que la comunicación y la tecnología no eran una posibilidad. Hoy tenemos que hacer un esfuerzo muy grande para incorporarla a nuestra cotidianidad”.
Para Cristóbal un artista es extremadamente sensible, y su pintura debe reflejar el momento que vive. También considera importante tener una posición pública que puede enriquecer una situación desde ese otro punto de vista. “Hay una pérdida de humanidad en el mundo actual, el artista tiene que lidiar también con ese tipo de cosas y decir lo que piensa”. De hecho, la exposición que realizará en Madrid se llama Las Mestizas Blancas debido a que hoy, según su punto de vista artístico, se vive un tipo de mestizaje que no se había visto antes en la historia, y que tiene que ver con la máquina, por eso Cristóbal se pregunta si llegará ese momento en el cual la parte tecnológica sea más humana que los mismos humanos…
“Trabajo con jóvenes y les pido que dibujen un árbol y lo primero que hacen es sacar el teléfono, para buscar la imagen… ¡eso me aterra! Eso es castigar la imaginación, la inspiración. Hay ciertas cosas que el teléfono no puede darte, y la sensibilidad artística puede apoyarse en la tecnología como herramienta, pero no ir más allá”.
Las Mestizas Blancas es una exposición muy interesante, representa al mestizaje étnico, al mestizaje en el idioma, la religión, la forma de vestir, la manera de hablar, etc. La exposición está compuesta por 22 cuadros con el mismo formato y permanecerá abierta desde el 26 de abril hasta el 10 de mayo en el Centro Cultural Ecuatoriano de Madrid. “Es la primera vez que expongo en España, lo hice en Europa hace algunos años. Veamos cómo recibe este continente a Las Mestizas Blancas que tomaron clases de baile y protocolo para portarse bien en esta gran fiesta”, comenta con una sonrisa.
En su vida no ha escapado a ningún reto, ha sido siempre muy “lanzado”, dice, y para evadir las profundidades del alma siempre busca proyectos en los cuales trabajar y crear. Es muy activo en su profesión, esta exposición es resultado de aquello: “La Embajada de España mostró interés en mi trabajo y me pareció necesario hacer esta muestra con este tema. La pinté expresamente para esta exposición. Son mujeres todas expuestas, blancas, mestizas en sangre, pero también son mestizas en la manera que visten, en su manera de hablar, de actuar. Siempre pinto mujeres, hago rostros masculinos también, pero la personalidad de la mujer va más acorde con mi expresión”.
Para él, Latinoamérica es tierra fértil para la creación artística. Su referente en el arte de la región es Botero, más su escultura que su pintura. En cuanto a sus pintores ecuatorianos favoritos nombra a Kingman, Enrique Tábara, -porque crea una expresión muy propia-, a Marcelo Aguirre, Eduardo Arroyo y a su amigo y maestro Luigi Stornaiolo.
“Hoy fue un día intenso, y el martes en la noche viví algo maravilloso que me hizo ver que la vida es un juego continuo, que puede haber siempre una segunda o tercera experiencia que superará lo que has vivido anteriormente. Soy optimista, arriesgado, he tenido momentos muy difíciles en la vida, pero siempre pienso que lo vivido ha sido necesario, y que estoy aquí gracias a que pasé por ese lugar”.