Centro Histórico de Quito
Legado religioso, artístico y cultural
Por: Alegría Guarderas
Revista CLAVE! tuvo el privilegio de realizar un extenso recorrido por el convento, iglesia, y museo de Santo Domingo en compañía del fraile Osvaldo Cazorla, quien con amabilidad y cortesía nos contó hasta el último detalle.
La historia de este convento se remonta al año 1541 con la llegada de los primeros dominicos a Quito, quienes arribaron con la misión de evangelizar. Fueron ellos los que comenzaron con el largo proceso de cimentación de la estructura de lo que ahora conocemos como Santo Domingo. Posteriormente, los frailes contrataron al arquitecto español, Francisco Becerra, quien realizó las primeras adecuaciones. A lo largo del tiempo se sucedieron varios arquitectos que contribuyeron con la construcción, para finalmente concluirla.
Nuestro recorrido comenzó por el patio interno, de típico diseño español, con una pileta de agua rodeada por altas palmeras y frondosos jardines. Fue aquí que, en 1688, se fundó el establecimiento educativo “San Fernando”, reconocido colegio quiteño que encaminó a importantes eminencias como Eugenio Espejo, José Joaquín de Olmedo, Vicente Rocafuerte y Gabriel García Moreno, entre otros. “El convento de Santo Domingo fue un gran emporio de estudio”, asegura el padre Osvaldo.
A través de los pasillos internos del convento llegamos a la biblioteca. Este magnífico lugar posee tesoros y reliquias invaluables, pues contiene aproximadamente 60.000 volúmenes que están cuidadosamente organizados en largas repisas de madera. La mayoría están escritos en latín y griego, y fueron traídos de Europa. Algunos de ellos, según nos cuenta el sacerdote Cazorla, son del siglo de la imprenta. Este es un representativo vestigio que evidencia dos de las características más destacables de los frailes dominicos: la intelectualidad y la predicación.
Continuó el paseo hasta la antesala del comedor, donde antaño eran más de 100 los frailes que se reunían a rezar y bendecir los alimentos antes de comer. Impacta el cuadro de Nuestra Señora del Rosario, colgado en la pared.
El padre Osvaldo abrió las puertas para ingresar al refectorio, inmediatamente captó toda nuestra atención. El artesonado del techo está compuesto por detalladas figuras labradas en oro e imágenes que representan la vida de Santa Catalina de Siena. En la pared a un costado están las pinturas que muestran los martirios que recibieron algunos de los predicadores del orden dominico.
Al fondo de este inmenso salón se distinguen sendas bancas de madera con alto relieves policromados en el espaldar, que representan a varios santos, en las que los frailes se sentaban a almorzar. En una de las paredes se aprecia un cuadro de la Virgen de las Flores, cuya autoría se atribuye a Miguel de Santiago, importante pintor de la escuela quiteña. Hoy en día este salón es principalmente usado para eventos y recepciones.
Dentro del convento está la Capilla de Pompeya, decorada y nombrada en honor a la Virgen de Pompeya. Su importancia radica en que es ahí donde se llevan a cabo las ordenaciones de sacerdotes y diáconos, y se realizan misas solemnes. Además está abierta al público para bautizos y matrimonios.
Recorrer cada pasillo es regresar a siglos pasados, donde cada fraile implantó una huella y dejó un legado de innumerables enseñanzas. Un ejemplo de ello fue Fray Pedro Bedón, uno de los iniciadores de la Escuela Quiteña de Artes, defensor de los derechos sociales, y profesor de quichua. De hecho, el museo que está en el convento lleva su nombre.
La variedad artística que se encuentra en el interior del museo es vasta. Contiene obras del siglo XVII, XVIII, XIX y XX que reflejan la identidad de los frailes dominicos y manifiestan la devoción popular. Pinturas, libros corales, ornamentos, vestidos litúrgicos, esculturas religiosas provenientes de Quito, Italia y España son algunos de los tesoros históricos que guarda este museo. Entre sus principales obras está la escultura del Niño Viajero, los cuadros de la Virgen de la Leche, y la Virgen de las Escaleras.
Finalmente nos dirigimos hacia la iglesia. Plegarias y cantos de alabanza nos envolvieron en un ambiente de contemplación y fervor. A este templo acude muchísima gente de distintas ciudades por la devoción que tienen a San Judas Tadeo, patrón de las causas desesperadas e imposibles, y a San Martín de Porres, patrón de la justicia social y protector de los pobres. Estas esculturas están exhibidas en altares laterales.
A un costado de la nave central está la imponente Capilla del Rosario que sobresale por su arte barroco y, sobre todo, por la figura de la Virgen del Rosario, que fue un obsequio del Rey Carlos V de España. Esta capilla es una de las joyas arquitectónicas más importantes del Centro Histórico de Quito.
La iglesia impacta por los coloridos y llamativos vitrales traídos de Francia, que datan del siglo XIX, y alumbran claramente la parte posterior, logrando una armónica combinación con el artesonado de madera y pan de oro del techo de estilo mudéjar.
El padre Osvaldo hizo que esta fuera una visita ilustrativa e inolvidable. Este emblemático lugar amerita ser descubierto, ya que sus sorprendentes tesoros representan el legado religioso, artístico y cultural que dejaron los frailes dominicos a nuestra ciudad.
Para sellar con broche de oro, salimos a la Plaza de Santo Domingo y decidimos sentarnos a admirar la sobria, pero extraordinaria fachada de la iglesia, mientras las luces del convento y de la ciudad se encendían creando un ambiente deslumbrante.