Por Caridad Vela
Empiezo por el final, por la despedida, porque fue, en realidad, el principio del descubrimiento de una nueva forma de entender. Ante un hermoso atardecer quiteño en un hogar que exuda amor, ella, su madre y yo, con una copa que sabía a cielo y eternidad, brindamos a viva voz por la vida. Yo, en silencio lo hacía por el misterio de la mente humana. Al calor del último abrazo sentí que esto es crecer.
La conozco desde niña y nunca leí en su mirada el secreto que hoy se develó ante mí con la más pura e inocente claridad de la que un ser humano es capaz de expresar. Ella es Carla Álvarez Aguirre, un ejemplo de mujer que a sus 29 años acumula la sabiduría de quien vive en introspección.
Es artista. Pinta lo que siente, y a pesar de que eso dicen hacer todos los artistas, en ella es distinto. Nada exógeno contamina su trazo. Verdaderamente mira dentro de sí porque se siente mejor allí, más segura, protegida. No niega sus deseos ni huye del amor. No busca su realidad en el exterior, los estereotipos no la moldean. Su consciencia no está fuera de sí, todo lo lleva dentro, encerrado hasta que se sitúa frente a un lienzo vacío y vuela sobre él en libertad. Su espíritu es su más grande tesoro.
El agradecimiento que expresa ante las bondades de la vida es el toque mágico que atrae la abundancia creativa y da paso abierto a su alegría. La expresa en distintas formas, siendo una de ellas el uso de varias tonalidades de azul, su color preferido porque es el color que se funde en el horizonte y expresa la profundidad de las puras aguas del mar.
Agradece por el derecho a intentar, a errar y acertar, a conocer, a sentir, y hasta por su dificultad para verbalizar sus sentimientos, porque de esa impotencia, surge su arte. Sus ojos ven colores donde nadie más los encuentra, los ruidos son melodías en su introspección, todo en su vida es una caricia. Cuando se entrega a su arte, ella es invencible.
Carla eligió ser virtud. Nació con Síndrome de Asperger.
Para quienes no lo saben, Asperger es un tipo de autismo que la ha convertido en una de las personas maravillosas que he encontrado en mi camino. También el reto más grande, y una lección de humildad para lanzarme a la aventura de escribir estas líneas, asumiendo el riesgo de no alcanzar su altura.
Pinta desde los cinco años. Lo hace ocho horas diarias. Es su obsesión y su pasión. Unas las dedica a enseñar a niños a explotar su potencial creativo, a descubrir en sus sueños los viajes que pueden emprender. Guía sus manos con el desparpajo de quien nada teme. Motiva la expresión de sus sentimientos y provoca en ellos la sensación de paz que entregarse al arte envuelve. Los motiva a llenar de colores cada unicornio, cada campo y cada flor, mientras siembra en ellos la dicha de sentir la libertad de la expresión artística.
La fortuna del amor familiar la puso en el camino de talleres de pintura con maestros ecuatorianos, chilenos y del planeta entero, aunque intuyo que, en esencia, el verdadero maestro de su arte es el Síndrome de Asperger. Miami, Boston, varios viajes alrededor del mundo la colocaron en el ángulo preciso para extraer de maravillosas expresiones de arte un entendimiento que pocos logramos.
Cada museo y cada muro grafiteado son una visión que ella capta en otra dimensión. Admira a Picasso, a Dalí por el surrealismo de su obra, y a Frida Kahlo por su rebeldía ante el destino que le adjudicó la vida, por ser drástica, y por su valentía para plasmar su estado anímico en el lienzo, y así transmitirlo a toda la humanidad.
“Hago lo que pienso”, me dice. Perros, animales salvajes, personas, colores que al ritmo de su hábil mano zurda toman forma con acrílicos preferiblemente, o con acuarelas, pasteles grasos y óleo. Pentasiete, la galería de arte en La Tejedora, Cumbayá, es su segundo hogar. Ahí deja volar su inspiración para pintar, y da rienda suelta a su habilidad para enseñar a niños este indescriptible mundo de la creación. “Me encanta que no se sientan juzgados. No importa si sale lindo o feo, ellos terminan felices y aprenden”.
En su mundo los parámetros estéticos no existen. En el mundo real es el observador el que impone esos parámetros, pero a Carla la tienen sin cuidado. “Si lo aprecian me encanta, si no, me quedo con lo que sentí cuando lo pinté”, me dice con una humildad que atrapa el alma. “Me encanta el arte abstracto, es donde mejores formas me salen, donde más juego, mezclo colores y me siento libre”.
Carla es una artista consumada. No ocupa estas páginas por el cariño que sentimos hacia ella, ni por la admiración que la entrega de sus padres nos inspira, sino porque sus logros merecen esto y más. Hace pocas semanas materializó lo que muchos artistas sueñan: exponer su obra fuera de las fronteras de su país. Lo hizo en Miami, en Cevor Gallery. Ahí, en esa ciudad cosmopolita está mucha de su obra, y entre ellas, su favorita. “Es una rocola con gente bailando a su alrededor. Tiene movimiento, amigos y alegría, por eso me encanta”, comenta al evocarla en su mente.
Pensando en el sueño por cumplir que tenemos todos, le pregunto por ese cuadro que aun ronda en su pensamiento y aun no lo ha pintado. “Nada específico”, me responde. “Todo lo voy haciendo”. Y me deja sin palabras ni pregunta de seguimiento, sorprendida ante quien tiene todo lo que quiere en la vida y en su agenda no caben pendientes. Carla va liviana. La vida no le debe nada. Todo lo que siente hacer lo hace, lo que quiere tener lo tiene, lo que percibe lo expresa para que lo aprecie quien tenga la sensibilidad suprema que se requiere para hacerlo.
Entre los pintores ecuatorianos admira a Carlos Posac. Le pregunto la razón y contesta ingenuamente, “es mi amigo”. Vaya enseñanza para todos los que leen estas líneas. Al hombre no se lo admira por sus destrezas, ni su dinero, ni su éxito o rasgos físicos. Se lo admira porque ha desarrollado el arte de ser amigo. Añade que Marcelo Aguirre es un gran pintor. “Es pariente de mi mami”, me dice, y nuevamente distorsiona mi proceso mental al enseñarme que más vale la nobleza que expresa la sangre del artista, que el de la conveniencia o el juicio intelectual.
Mis facultades de entrevistadora nuevamente se ven traicionadas, y ante la ausencia de ideas más profundas, caigo en el error de preguntar algo tan mundano como ¿qué piensa sobre el arte como elemento decorativo? Sin dudar me comenta que “la cromática tiene mucho que ver en si combina o no, pero en el desorden de las cosas está escondido un orden que hay que descubrir”. Nota mi desconcierto y mi falta de herramientas para escupir otra pregunta, y me ayuda. Llena el silencio anotando que eso no es fácil de entender, que ella tuvo que tomar una clase para aprender a diferenciar los colores. Me siento menos torpe ante su impoluta sabiduría que dio paso a continuar el diálogo.
Sus líneas pueden ser rectas o curvas, concéntricas o excéntricas, horizontales o verticales, nada importa. Su arte está en la carencia de anticipación, en la libertad, en el amor y la alegría, en la ingenuidad y en la seguridad de que ella es ella, y en su inspiración nadie manda, solo ella.
Prefiere ambientes abiertos para pintar, espacios sin límites donde el frío y el calor, el día y la noche, tristezas y alegrías transitan libremente con la anarquía de las ideas que revolotean en su mente. Su inspiración es sedienta, está alerta a lo nuevo sin por ello ceder ante lo que nace en su alma. Crea desde su interior, y eso la hace tan especial. Cuando menos lo esperé, con Carla la vida me sorprendió.
Para terminar, sintiéndome muy pequeña ante un ser que está por sobre la normalidad común, no puedo evitar preguntarle si siente que su condición con Asperger la limita. “A veces, en la forma de socializar, pero lo voy superando” contesta. “Lo que busco con mi arte es que la gente descubra mi otro talento”, es la frase con la que cierra esta conversación, y la acompaña con una sonrisa que abriga el alma.
Mis palabras quedan cortas ante el tributo que quisiera rendir ante esta gran mujer. Hoy, de la mano de Carla y su mente libre, crecí.