Aquí todos somos bienvenidos
Por María Fernanda Ampuero, corresponsal en México
“Hay una tradición amplia y diversificada en donde la biblioteca es un sitio hospitalario para las personas sin hogar; para mí, hacerle honor a esa tradición me parece fundamental. Es algo que pocos espacios culturales ofrecen. Creo que es necesario repensar la hospitalidad en un momento en que, como dice Néstor García Canclini, todos los espacios nos hacen sentir extraños”.
Daniel Goldin Halfon
Director de la Biblioteca Vasconcelos
CIUDAD DE MÉXICO ES UN MONSTRUO
Más de veinte millones de personas circulan como hormigas en un gigantesco hormiguero buscando, perdiendo y encontrando lo que la vida regala, arrebata o mezquina. Ciudad de México, también, es un desafío para todos los urbanistas: ¿cómo hacer que esta masa heterogénea de personas habite en paz el espacio público? ¿Qué modelo usar? ¿Cómo se divertirán? ¿Dónde? ¿Cómo aprenderán? ¿En qué lugar cada uno de ellos encontrará su lugar?
LAS RESPUESTAS, OBVIAMENTE, NO SON NADA FÁCILES DE ENCONTRAR
Inaugurada en 2006, la Biblioteca Vasconcelos, la obra más ambiciosa, cara –$98 millones– y criticada del entonces presidente Vicente Fox, quiso ser a nivel educativo y cultural una posible solución al difícil acceso de los mexicanos al libro y a la cultura. Pretendía, digamos, dar un aire de intelectualidad a una zona, el norte de la ciudad, que era más bien marginal, olvidada, periférica.
El gigantesco edificio –casi 40.000m2 de terreno– dividido en tres niveles superiores y una planta baja, ideado por el famoso arquitecto mexicano Alberto Kalach y su equipo, quienes ganaron con su proyecto a otros seiscientos participantes en un concurso internacional de arquitectura, fue todo lo que sus creadores soñaron y más: futurístico y a la vez rodeado de naturaleza; gigantesco, pero cálido; de líneas duras y materiales metálicos, pero con iluminación natural; la Biblioteca Vasconcelos desde su inauguración fue un recinto único, increíblemente fotografiable, gracias al juego de transparencias que le daban el techo y las paredes de cristal.
ERA PERFECTA. SIN EMBARGO, ALGO FALLABA
La administración de la Biblioteca aplicaba unas normas tan estrictas para la entrada y utilización del recinto que disuadía a los ciudadanos de visitarla. Se acentuaba mucho más el valor patrimonial que el de servicio a la comunidad. Los libros estaban ahí como gemas en una joyería, como cuadros en un museo: custodiadísimos e inaccesibles.
Era, como dijeron los medios críticos al presidente Fox, “un elefante blanco”, un edificio moderno, retratadísimo en revistas de arquitectura y diseño, pero que a los mexicanos no les decía nada, callaba en su enorme hermosura como un mausoleo. Es decir, todo lo contrario al espíritu de libertad que debe existir para que los amantes de los libros se encuentren con el objeto de su afecto. Una biblioteca, ya lo saben, es mucho más que un edificio donde se guardan libros: es una cosa viva, mutante, atractiva y que se tiene que sentir como propia.
UNA BIBLIOTECA SIN CORAZÓN NO ES UNA BIBLIOTECA, SINO UNA BODEGA DE LIBROS
Además, la Vasconcelos se pensó con el afán de atraer a los ciudadanos a reunirse y habitar la Biblioteca más allá de los lectura. Una de las características particulares del proyecto, por ejemplo, fue la gran extensión de sus jardines. Los arquitectos tomaron en cuenta la inmensa conflictividad que genera en su población una gran urbe como Ciudad de México y pensaron en crear un espacio cultural y también natural que ofreciera la opción de aislarse del ruido y disfrutar de un espacio –un momento– agradable.
En palabras de Kalach y su equipo la idea fue “la creación de un arca, portadora del conocimiento humano, inmersa en un exuberante jardín botánico”. Así, se decidió que el jardín tuviera una extensión de 26.000m2 y que no fuera un accesorio, sino parte integral de las instalaciones. Para la vegetación se dio preferencia a especies vegetales originarias del Valle de México y del país. Se organizó en distintos estratos: el principal, básicamente arbóreo; el medio contendría árboles frutales, arbustos, plantas aromáticas y plantas comestibles; y, el bajo, ornamentado con epífitas y vegetación colgante sobre los muros. Además, hay dos grandes taludes de vegetación que rodean al edificio central, creando un efecto óptico en el que la Biblioteca parece hundida entre los jardines.
Pero ni toda la hermosura verde de la Biblioteca Vasconcelos pudo convencer del todo a los chilangos (habitantes de Ciudad de México), de que aquel era un espacio amable –su espacio– hasta que en 2013 Daniel Goldin Halfón, lector empedernido, editor durante más de veinticinco años y quijotesco personaje de la cultura mexicana, asumió el cargo de director de la Biblioteca y relajó absolutamente las marciales normas de ingreso y utilización de las instalaciones. Ahí, de hecho, personas sin hogar pueden pasar la noche cobijados del frío y del miedo.
“La Biblioteca está abierta para todos, no sólo para los lectores. Tenemos personas que no tienen un mejor lugar para resguardarse, o usuarios que su única identificación es la credencial de la Biblioteca. El proyecto rebasa cualquier cosa que una sola persona pueda hacer. En mi calidad de director lo que me toca es posibilitar, estimular y dejar hacer. El arte de ser anfitrión y ejercer la hospitalidad tiene que ver con la capacidad de reconocer al otro en su deseo de ser diferente, incluso diferente de él mismo”, dijo Goldin en una entrevista de 2015 y, al recorrer las instalaciones y ver que un grupo de jovencitas ensaya una coreografía de baile o que varias parejas aprenden inglés en su enorme jardín, nos damos cuenta exactamente de a qué se refiere: el espacio es de la gente y no al revés.
Su enorme vestíbulo, atestado de gente, distribuye organizada y lógicamente grupos de visitantes en sus salas de exposiciones culturales, la sala Braille (para lectores no videntes), el área de credencialización, la zona de guardarropa, las diferentes salidas hacia los jardines, la sala multimedia, la sala infantil y bebeteca, la sala de música, sala de prensa y más salas para impartir talleres y conferencias, para rematar con el auditorio. Sobre las cabezas ‘penden’ los enormes balcones metálicos donde se guardan los libros.
La zona, cuentan los vecinos, ha ganado con la democratización de la Biblioteca Vasconcelos no solamente una biblioteca de seiscientos mil ejemplares –¡seiscientos mil libros!–, sino un parque secreto, una sala de ensayos, un oasis donde sentarse a descansar, una sala de estudio y, sobre todo, un lugar del que sus dos millones de habitantes anuales puedan sentirse orgullosos.