Por Adelaida Jaramillo
La activista ambiental Andrea Fiallos realiza una labor titánica en Guayaquil, que poco a poco ha comenzado a ser reproducida en otras ciudades de Ecuador como Samborondón, Durán, Manta, Playas, Salinas, Cuenca y también en Galápagos. Como directora de la Fundación La Iguana, valiéndose tanto de la acción como de la educación, desde hace seis años se dedica a proteger árboles nativos, promoviendo la recuperación de nuestra flora patrimonial y la reforestación como una solución inmediata a los efectos del cambio climático.
Su fascinación por el tema no es una novedad. Cuando Andrea cumplió 23 años comenzó a revisar sus pasiones, y encontró que todas la llevaban a aquella que fue creciendo desde su infancia, cuando viajaba en el asiento trasero del automóvil de sus padres, y miraba el cielo a través de las ramas y hojas de los samanes que poblaban la avenida Los Ceibos.
Su incursión en el activismo medioambiental no es improvisada. Hay que escucharla hablar de manera distendida sobre bioarquitectura, patrimonio forestal, permacultura, sobre el tiempo que le tomó levantar su fundación, o de la investigación conjunta que lleva con su equipo de expertos para armar un libro sobre los árboles de Guayaquil que invite al turismo verde.
Nuestra conversación comenzó con su acercamiento al tema ambiental de manera formal, mismo que inició hace nueve años cuando viajó a la eco-aldea Tibá en Brasil. “Una de mis pasiones más grandes era construir, pero no quería ser arquitecta, quería crear y dirigir una nueva posibilidad de construcción hacia lo que pensé que era la conservación de la tierra. Comencé a buscar en las eco-aldeas para conocer a fondo las técnicas que se podían aplicar en bioconstrucción y bioarquitectura y, ya motivada, en 2009 comencé a leer y a instruirme. Así llegué a Tibá. Estaba montando una pequeña firma de bioarquitectura y pretendía desarrollar esas técnicas”.
Ese viaje le dio el empujón que necesitaba para trasladar esos proyectos a nuestro contexto: “En Tibá me entregaron la posta para replicar en otros lugares lo que ellos hacían. En ese momento decidí que debía retomar el tema de la fundación, inspirada por la creatividad que esa gente tuvo para crear un lugar tan hermoso. Es fundamental dar a conocer técnicas ancestrales que están a la mano, pero que ignoramos porque priorizamos el equivocado concepto de progreso, que nos hace creer que el desarrollo está en el cemento”.
El proceso de dar personería a la fundación le tomó dos años y le hizo comprender la magnitud de la responsabilidad que estaba asumiendo. “Una fundación no es una empresa, no vendemos nada que nos genere ingresos. Ideamos una forma de llamar la atención y contagiar a la gente con lo que es mi pasión y mi compromiso, pero ese sueño no podía ser solo mío, debía ser de todos”.
Entre los proyectos más destacados de la fundación está el lanzamiento de un libro que recoge la flora nativa de Guayaquil. Un texto que tomó mucho tiempo realizar debido a que se debía esperar las distintas etapas de floración de cada una de las especies que se incluirían. Además de la fotografía, Andrea contactó a George Pilz, director de Botánica de la Universidad Zamorano, para manejar un lenguaje accesible. “Quería que el libro tuviera un texto con fondo científico importante, pero que fuera fácil de comprender y leer, que no fuera pesado ni aburrido. Debía tener íconos y dibujos y, sobre todo, mostrar los árboles en contraste con la ciudad, con cables eléctricos, postes y cemento, lo que nos permitirá ver lo importante de tener vegetación urbana para embellecer los entornos urbanos. Las ciudades más importantes del mundo conservan sus árboles patrimoniales de 500 y 600 años, nosotros tenemos árboles que no alcanzan a llegar a los 40 años. Tenemos que preguntarnos por qué”.
A partir del trabajo de campo realizado para armar el libro nació otro proyecto de la fundación: ‘Sembrando una ciudad’, que invita a la población a sembrar árboles nativos en áreas urbanas. “El mensaje no es que la flora introducida sea un enemigo, pero cada ciudad debe impulsar la conservación de lo que es suyo. Con la conciencia de lo nuestro dejaremos de envidiar la floración de los jacarandás en Buenos Aires, porque en nuestra ciudad veremos los rojos del Fernán Sánchez, los amarillos de los guayacanes, el palo verde y el aromo. Hemos comenzado a sembrarlos, y la ciudad recuperará esos colores que no se han visto en muchos años”. Hasta la fecha son alrededor de 10.000 árboles sembrados, con una planificación que garantiza la supervivencia en los primeros años correspondientes a su etapa crítica.
Sin un liderazgo como el de Andrea, pocos llegarían a la reflexión de proteger los árboles nativos de nuestras regiones e incluso muchos seguirían pensando “que el árbol destruye, ensucia, que es un peligro junto a los cables; cuando en realidad solo nos trae beneficios. Hacer una siembra correcta nos toma un tiempo de investigación para encontrar la forma de evitar que, en efecto, el árbol rompa veredas o crezca abruptamente en un espacio reducido”.
Para ella lo más natural sería alinearnos a nuestro paisajismo nativo, adoptando nuestro ecosistema natural, pero piensa que lo estético está primando sobre lo funcional. “Las ciudades necesitan árboles, paisajismos mucho más naturales que utilicen técnicas de permacultura, que no es más que fomentar la cultura por los cultivos permanentes; y no ese paisajismo que nos da la planta de floración continua, que hace que desperdiciemos recursos a cambio de gastar capitales de mantenimiento que podrían ser mejor asignados para crear corredores verdes que tanta falta hacen a nuestras ciudades”.
Uno de los logros de los que Andrea se siente más orgullosa es de su equipo humano. “La clave son las personas que te rodean. Reunir un grupo de gente que adopta tus ideas, es fiel y comprometida, y que en poco tiempo hace de tu sueño el suyo, es una de las experiencias más increíbles. Si bien hemos sido los primeros en acercar a la ciudadanía a los temas relativos al medioambiente, como grupo humano hemos logrado motivar a otras personas a emprender proyectos similares y que tengan más claro el camino. A la ciudadanía le hace falta dejar de opinar y criticar en redes sociales, y salir a involucrarse y trabajar en algo que le haga bien a los demás”.
En un futuro próximo se hará cargo de un jardín en el barrio Las Peñas, en el que habrá un café y un centro de interpretación que servirá de casa para dictar talleres para cuidar orquídeas, bonsáis, huertos urbanos, flora nativa. “También habrá un pequeño muelle para rescatar hábitos fluviales y conectarnos con la Isla Santay o el Parque Histórico. Además, tendremos guías de Fundación La Iguana para hacer recorridos por los jardines de Malecón 2000 y los parques del centro de nuestra ciudad. Estos recorridos no están pensados exclusivamente para turistas, sino para que todos recorramos la urbe y disfrutemos de avistamiento de aves, reptiles e insectos en un plan familiar, como también turístico o escolar”.
Los que pensamos en la utopía de la ciudad verde, esa que según la activista es aquella “que siembra árboles en la ciudad, porque comprende que es la vía más económica para combatir problemas como captación de lluvias en la época de invierno, contaminación de aire, rayos ultra violetas, islas de calor, deforestación, erosión y desertificación de los suelos”, nos preguntamos, ¿qué hacer para dirigirnos hacia esa ciudad ideal?
La respuesta está en nuestras costumbres. “Cambiemos un vaso de plástico por un vaso de vidrio, llevemos fundas reusables para hacer nuestras compras; pensemos cuando usamos cloro o legía; leamos sobre lo que está pasando en el mundo en términos de cambio ambiental para tomar mejores decisiones, más conscientes y que impacten positivamente en los demás”.
Andrea concluye haciendo un recordatorio a urbanistas, constructores, arquitectos, ingenieros, diseñadores, y todas las partes involucradas en el proceso de urbanización, para que tengan presente que los proyectos se deben pensar y ejecutar en torno a la naturaleza, para estar en armonía con lo existente, y no viceversa.