Por Lorena Ballesteros
Ana Cristina Hidalgo nos recibe con su hija Cayetana en brazos. Ese primer encuentro describe brevemente lo que es ahora su vida: madre y empresaria a tiempo completo. Para ella, ambos roles son irrenunciables y ha encontrado la fórmula para hacerlo sin comprometer lo uno, ni lo otro. Sí, Cayetana ha revolucionado su rutina, como la de cualquier madre primeriza, pero la ha enriquecido y no solo en lo afectivo, también ha nutrido su carrera.
Ana Cristina tiene una maestría en Education Policy obtenida en Harvard. La educación es su pasión y su profesión. ¿Herencia de su madre y de su abuela? Podría ser, ambas fueron educadoras y ella creció con la escuela de su mamá. Lo cierto es que desde niña perdió el miedo a hablar en público, a dar discursos o manejar grupos. Cuando Ana Cristina habla, hay que escucharla porque lo hace con una soltura que envuelve fácilmente.
Pero antes de sentarnos a hablar sobre LABXXI, su gran emprendimiento, recorremos su casa para conocer un poco sobre su estilo de vida. Es un lugar acogedor, luminoso con mucho color. La cocina y el resto de las áreas sociales están integradas, pero cada una con personalidad propia. Lo que más llama la atención es el comedor de diario. Una mesa naranja fuerte, y en el fondo, una pared negra de pizarra en donde Ana Cristina escribe cosas de su trabajo y Cayetana dibuja sin límites.
Desde la llegada de Cayetana, Ana Cristina va a la oficina todos los días pero solo hasta las 15:00. Una vez en casa se dedica a su pequeña. Juegan, disfrutan, se conocen… por las noches vuelve a los libros y a la computadora. Reconoce que siempre ha sido un poco “workaholic”. Su proyecto es como su primer bebé, y aunque ha crecido y camina bien, no puede ni quiere soltarlo por completo.
Durante nuestra charla me confiesa que si tuviese una lámpara mágica que le concediera un deseo para el mundo educativo, sería madres presentes en la crianza de sus hijos. Está convencida que la estabilidad emocional, las habilidades sociales y el vocabulario de los niños depende de la mamá. “Como país, a nivel de gobierno, hay que pensar que si las mamás pueden estar con sus niños tendremos niños mejor formados y ciudadanos más exitosos”. Su experiencia en educación la canaliza a través de su empresa LABXXI, enfocada en preparar a jóvenes para el ámbito laboral, a iniciar a los niños en su aprendizaje formal, y en potenciar destrezas sociales en gerentes y ejecutivos.
Ana Cristina tiene una formación profesional admirable y comenzamos nuestra entrevista conociendo más de su carrera.
Fuiste la Directora de Relaciones Internacionales más joven en el Municipio, ¿cómo fue esa experiencia?
Estudié Antropología y Relaciones Internacionales en la Universidad de Virginia. Regresé al país y obtuve ese cargo. Fue la oportunidad de conocer el sector público, de readaptarme a la vida en Ecuador. Mi función era mantener las relaciones del alcalde Augusto Barrera con los organismos internacionales y el cuerpo diplomático.
¿Lo repetirías?
Fue una gran experiencia. Pasábamos en cenas, eventos y lanzamientos, pero me sentía alejada del día a día de Quito. Quería tener contacto con el ciudadano de a pie. Si bien buscaba financiamiento para grandes proyectos, no estaba ahí para su ejecución. Le pedí al alcalde proyectos que me acercaran más a la gente y fue cuando se lanzó la campaña de las Siete Maravillas de Quito.
¿Cuál fue tu participación?
En este proceso me designaron como vocera del proyecto para poblaciones, escuelas, guarderías, etc. Me armaron una agenda de Relaciones Públicas e hice actividades según el segmento al que debía dirigirme. Después de eso me quedé sorprendida de cuanto me gustó el ambiente de los colegios. Al poco tiempo renuncié al municipio, hice una pasantía en Grupo Faro y posteriormente viajé a Harvard para formarme en Educación.
¿Regresaste de Boston directo a emprender?
No fue mi primera intención. Quería buscar empleo en organismos internacionales, creí que lo mío estaba en política pública enfocada en educación. Emprender no estaba en mi radar.
¿Cómo nació LABXXI?
Arrancó como YPD Ecuador porque traje una metodología internacional desarrollada por un socio peruano en España, que es conocida como Young Potential Development. Estaba enfocada en potenciar a jóvenes con alto talento académico. La idea era dotarles con las destrezas sociales y de empleabilidad para que puedan surgir en el mundo laboral.
¿Y esa metodología la vendiste acá?
Vender es un decir. En lugar de presentar el modelo a los colegios privados y decirles que me presentaran a sus alumnos con alto potencial para trabajar con ellos, me fui por otro camino. Visité un colegio fiscal en Tumbaco e inicié mi piloto allí. En lugar de preguntar por sus alumnos destacados les pedí que me presentaran a sus tres docentes con alto potencial. Trabajamos en mejorar sus habilidades y la manera en que daban las clases.
¿Cuándo se materializó el proyecto?
Fueron seis meses de trabajar en dos colegios, el de Tumbaco y otro en El Teleférico, ver resultados y pensar: “esto puede venderse, esto puede ser un negocio”.
¿Por qué el cambio a LABXXI?
El cambio surgió hace casi dos años. En ese entonces ya éramos un equipo de ocho personas y nos dimos cuenta que habíamos creado otros procesos que ya no eran YPD. Habíamos desarrollado capacitación para empresas, habíamos creado un programa de educación financiera y de profesionalización para tenderos y pequeños comerciantes, y una metodología para niños en educación inicial. Ya no debíamos llamarnos YPD porque lo nuestro estaba enfocado en innovación educativa.
¿Se puede medir su impacto?
Hasta la fecha hemos trabajado con más de 11.000 jóvenes de más de 120 colegios de todo Ecuador, y hemos capacitado a más de 2.500 adultos, colaboradores de empresas, en el desarrollo de sus habilidades sociales y de liderazgo, porque nunca es tarde para aprender. Siempre se puede aprender más.
¿Por ejemplo en qué áreas?
Hay personas que saben hablar en público, pero quieren ser mejores. Proponemos retos que dependen del rango de edad y están diseñados específicamente para cada grupo. Les ponemos a trabajar en algo difícil pero de bajo riesgo. Estás jugando a emprender, estás jugando a diseñar una campaña publicitaria, estás jugando a subir las gradas con dos piernas. Todo depende de la edad del grupo.
¿Cómo se aprende mejor?
Jugando, explorando. Es la clave de nuestra metodología. Si no es divertido no vas a aprender. Por eso hay que cambiar el sistema escolar.
Hablaste de madres presentes en la formación de los niños. ¿Cómo deben conjugarse familia y escuela?
Antes se creía que el colegio te enseñaba a leer y escribir, a sumar y restar. Todo lo demás te lo enseñaba la vida. Las destrezas sociales, hacer amigos, tener valores. Muchas cosas se aprendían acompañando a mamá al mercado, ordeñando vacas en el campo, trabajando con papá. Eran otros tiempos. Ahora tenemos familias con padre y madre que trabajan, tienen mayores responsabilidades, y con esta idea de que el colegio debe enseñarles todo a sus hijos porque los papás ya no tienen tiempo para hacerlo.
¿Por eso los colegios tratan de involucrar más a los padres?
Sí, hay algo de eso. Pero el problema es que se ha vuelto un juego de culpa. El colegio no puede tener la responsabilidad de enseñar sobre la vida a sus alumnos, y los padres no pueden pretender que el colegio haga todo. Es una educación en conjunto.
LABXXI potencia al ser humano. Sin embargo, la sociedad piensa que en este nuevo siglo la tecnología es lo más importante. ¿Qué opinas?
Sin duda mucha gente cree que las destrezas para el siglo XXI son la nanotecnología o la programación. Las computadoras pueden optimizar procesos o sistematizar todo, pero nunca reemplazarán el “cara a cara”. No hay que confundir herramientas tecnológicas con habilidades sociales. Lo segundo es extremadamente importante.