Por Lorena Ballesteros
Victoria Chiriboga Moreno es una eco-guerrera. Quizá bajo ese calificativo nos imaginemos que estamos a punto de contar la historia de una chica activista, que vive en algún lugar recóndito del país, alejada de la tecnología, en una casa construida con materiales reciclados y con su propio huerto para alimentarse.
Pero su realidad no es tan extrema. Esta joven de 24 años nos demuestra que es posible mantener un estilo de vida sustentable y responsable con el medio ambiente, sin convertirse en enemigo de las instituciones y la sociedad. Hace un año Victoria comenzó una filosofía de vida denominada #ZeroWaste o #CeroDesperdicio y, bajo esta premisa, evita rotundamente el uso del plástico. Rehúsa, recicla, elabora sus propios productos de limpieza personal y del hogar, y con mucha firmeza le dice no al consumismo.
Su proyecto se difunde en su página web www.upcyclemind.com y sus redes sociales. A través de Upcycle Mind, su página de Facebook – que ya tiene más de 2.300 seguidores-, y su cuenta en Instagram -con más de 6.000 seguidores-, Victoria nos lleva a reflexionar desde un panorama que nace en lo macro para aterrizarlo en lo micro. Con posteos como: “Desde 1992, 14 mil millones de toneladas de basura terminan en el mar”, se inicia la reflexión: ¿qué puedo hacer? Y la respuesta está en comenzar con pequeños retos fácilmente aplicables por cualquier persona del planeta.
Aunque Upcycle Mind lleva un año implementándose, Victoria lleva años recorriendo este camino. Comenzó con su decisión de estudiar Ecología. Lo hizo en George Washington University en la capital estadounidense. Escogió voluntariamente esa ciudad porque necesitaba educarse “en el lugar en donde se toman las decisiones más importantes a nivel político y económico”. Eso, incluso, le sirvió para entender los retos de los ambientalistas, que tantas veces se sienten derrotados en sus extenuantes luchas a favor de la sustentabilidad.
Después de cuatro años de formación académica, Victoria regresó al país pero no tenía claro en qué ámbito ejercer su profesión. Las organizaciones no gubernamentales no le llamaban la atención. Ella quería influir en los ciudadanos de a pie con un mensaje positivo, menos activista y fácilmente replicable. Así, sin esperarlo, un día recibió un llamado del destino. Estaba a punto de viajar, y mientras esperaba en el aeropuerto encontró el vídeo de una chica que mostraba su vida sin desperdicios: en un frasco de vidrio había acumulado únicamente seis onzas de basura en cuatro años. “Eso es lo que quiero hacer”, se dijo Victoria y el reto comenzó a materializarse.
El primer paso fue elaborar sus propios productos de limpieza personal. Con eso, además de suprimir el desperdicio que producen los empaques, también apostó por reducir el impacto de químicos en el cuerpo. “Mi desodorante está hecho a base de aceite de coco y crema de carité, la pasta de dientes también está elaborada con aceite de coco y bicarbonato. Todos los ingredientes son beneficiosos para el organismo”.
Para fortalecer su política de cero desperdicios se mudó a vivir sola en un departamento. Antes vivía con sus padres y allí comenzó la tarea de eliminar el uso del plástico y de implementar prácticas sustentables. Sin embargo, cambiar por completo la mentalidad de su familia fue un reto que comenzó a desgastarla. “No quería ser crítica con el estilo de vida de mis papás. Tienen más de 50 años y no es fácil dar un giro de 180 grados a esas alturas de la vida”. Claro que cuenta con orgullo que su madre dejó de utilizar bolsas de plástico, “ese ya es un punto a favor”.
Para implementar su nuevo modelo la vida debía comenzar de cero. Alquiló una suite en el sector de Bellavista, muy de acuerdo con su filosofía. “Quería un espacio reducido pero bien distribuido, con buen aprovechamiento de la luz del día y en una zona en la que pudiera moverme sin recorrer grandes distancias en auto”. Su consumo de energía es mínimo, su factura de electricidad de aproximadamente $9 mensuales lo demuestra.
La decoración también tenía que ser consecuente. “Lo único que compré fue la vajilla porque no conseguí una de segunda mano. Todo lo demás es reciclado o donado”. En el comedor se aprecian tres sillas distintas, cada una perteneció a alguien de su familia, igual que el sofá y la mesa de la sala. Su dormitorio es el mismo que utilizó cuando vivía en casa de sus padres, y la televisión era de su hermano. En un pequeño anaquel de libros y sobre la mesa de la sala se aprecia el tipo de lectura que sigue. Títulos como How Little Things Can Make a Big Difference o Zero Waste Home, Remaking the Way We Make Things, revelan la congruencia con la que practica su filosofía.
En la cocina no hay basurero. Victoria no concibe el desperdicio. Los desechos que no pueden ser reutilizados los coloca en un envase de vidrio, ese es su basurero. Los desperdicios orgánicos los pone en bolsas de papel y los congela. Al cabo de algunos días lleva esos desechos a un centro que los transforma en abono. Compra cereales, granos, frutas y verduras al peso, y lleva sus recipientes de vidrio o fundas de tela para transportarlos.
Si bien inició con la elaboración de productos de higiene personal (también hace sus propias cremas corporales y faciales), desde que se mudó a su departamento también desarrolla productos de limpieza del hogar. En su pequeña cocina, que hace las veces de laboratorio, crea detergentes y desinfectantes 100 % amigables con el planeta.
Otra de sus grandes hazañas es la vestimenta. “Nunca fui muy compradora. El shopping nunca ha sido importante para mí, no obstante debo admitir que a veces compraba sin pensar. Es decir, sin meditar si lo que estaba comprando era realmente necesario. Tampoco es que tenga mucho sentido de la moda”, comenta divertida.
Lo cierto es que Victoria inició una campaña que se llama 3-33 (supo de ella a través de un documental), y consiste en seleccionar 33 prendas del armario y utilizarlas durante tres meses. El resto de ropa y accesorios se guarda en maletas o en otro closet. La explicación es sencilla: acumulamos zapatos, pantalones, blusas, sacos y más, pero solemos usar las mismas cosas repetidamente, y eso nos da la sensación de que nuestro repertorio de vestimenta es reducido, e inconscientemente recurrimos al shopping.
Con esta campaña se utilizan las 33 prendas hasta el cansancio. Pero la ventaja es que en tres meses se escogen otras 33 y parecería que renovamos el closet. Victoria llega al extremo de que cuando alguna de esas 33 prendas se desgasta, descose o rompe, les busca “oficio”. “A veces coso y las sigo usando, o corto las telas y creo una funda de tela que me sirve para hacer la compra del mercado”.
Para generar ingresos económicos, Victoria vende sus pastas de dientes y desodorantes. También ofrece consultoría a empresas. Sus servicios pueden traducirse en asesorías para implementar una cultura sustentable en oficinas, fábricas y por qué no, hogares. Utiliza metodologías experienciales a través de talleres que promueven una vida sin desperdicio.
Conocer la historia de Victoria es un aliciente para comprender que se puede vivir con poco, porque lo poco bien administrado es mucho; que todo se puede reutilizar, que el uso del plástico nos perjudica a todos, y que como consumidores somos los únicos con capacidad de cambiar hábitos y consolidar una tendencia más ecológica entre los proveedores. Pero sobre todo, conocer a Victoria es contagiarse de su optimismo y su buena vibra. Es saber que si dejamos de lado un poquito de nuestra comodidad y nos volvemos más empáticos con el otro, el mundo definitivamente puede ser un mejor lugar.