De ermita de claustro a refugio de los próceres
Por: Gabriela Burbano A
Su naturaleza solitaria y poco transitada le valió el nombre de recoleta desde hace mucho tiempo. Desde sus inicios fue un sitio de retiro no solo para los religiosos sino para muchos fieles que buscaban un lugar de penitencia y reflexión.
Hoy aun se percibe un aire de aislamiento y soledad mientras se recorren los patios del convento, la iglesia principal, o cualquiera de sus capillas. A pesar de estar ubicada muy cerca de una de las avenidas más concurridas de Quito, El Tejar mercedario sigue siendo un lugar de recogimiento.
La Recoleta de El Tejar, conjunto regido por los padres mercedarios, comprende las casas de ejercicios, el convento con su iglesia, la Capilla de las Almas y la de San José, así como el que fuera el primer cementerio público de Quito. Se ubica actualmente en la calle Gonzalo de la Vega, a las faldas del volcán Pichincha, símbolo de la quiteñidad.
Su construcción inicial se dio en el siglo XVII como una modesta ermita que más tarde (1789) llegó a convertirse en un convento formal. Federico González Suárez, religioso e historiador ecuatoriano, cuenta que desde la fundación de Quito los mercedarios poseían algunos solares que les habían sido donados por los conquistadores y fundadores de la ciudad.
Estos solares se destinaron al funcionamiento de un tejar (sitio en el que se asaban ladrillos y tejas) que proveía material para la construcción del Convento Máximo de La Merced. Junto a este se erigió una pequeña capilla para venerar a la imagen de la Santísima Virgen.
El discreto recinto empezó a ganar popularidad debido a que en cuaresma se recogía allí el Padre Bolaños, quien desde Pasto había venido a establecerse en Quito, y practicaba ejercicios espirituales que estimularon a otros religiosos para unirse a la orden y convertir al sitio en claustro.
En ese entonces, la colina en la que se estableció el tejar mercedario dominaba la ciudad. Las construcciones emplazadas entre dos quebradas estaban aisladas de los terrenos adyacentes, circunstancia que lo convertía en un sitio ideal para el retiro
Un hecho histórico permitió al incipiente convento ganar reconocimiento y notoriedad: la expulsión de los jesuitas en 1767 provocó el traspaso de capitales y bienes que contribuyeron al crecimiento de este humilde lugar, y a su consolidación como centro de recogimiento para los religiosos y fieles que buscaban la oportunidad de introspección.
Aun cuando las casas de ejercicios, capillas, convento e iglesia principal son anexas, cada una guarda su historia particular. Se presume que la primera capilla erigida por los mercedarios para brindar servicio a los fieles estuvo ubicada donde hoy se levanta la Capilla de las Almas, a un costado de la actual iglesia principal.
Más tarde se levantó una construcción más amplia. Del templo primitivo que levantó el Padre Bolaños solo se conserva la estructura arquitectónica. La edificación fue sometida a varias reparaciones y reconstrucciones a lo largo de los años, hasta que en 1832 se realizó la consagración de la nueva Iglesia de El Tejar.
Actualmente se ingresa al santuario desde la empinada calle De la Vega. Una pequeña escalinata lleva a un estrecho atrio de piedra, limitado por un sencillo enrejado. En la sobria fachada pintada de blanco destacan (de abajo hacia arriba) un pórtico tallado en piedra coronado por la imagen de Nuestra Señora de la Merced en relieve, y provisto de una puerta trabajada en madera; tres escudos en alto relieve entre las dos ventanas ovaladas que iluminan el interior de la parte del coro; y las dos torres gemelas en las que flameó por primera vez el pabellón de la libertad, el 25 de mayo de 1822.
En ambos costados de la fachada se encuentran dos placas que dan fe del protagonismo histórico que tuvo este lugar en la gesta independentista de la Batalla de Pichincha. Otra placa más recuerda que la recoleta se edificó originalmente durante el siglo XVIII y que fue reconstruida en 1832.
Apenas se atraviesa el portal puede observarse una mampara de madera, preámbulo de la entrada al templo levantado sobre una planta rectangular con techo abovedado, y el piso cubierto por mosaicos que forman figuras geométricas.
Al fondo en el retablo mayor, tallado en madera y acabado con pan de oro, está como protagonista la imagen de la Virgen de la Merced, traída desde Barcelona. A sus costados las paredes se decoraron con frescos que emulan finos cortinajes. En la nave central destaca el púlpito y cuatro retablos laterales con imágenes de San Ramón Nonato, el Arcángel San Miguel, la Virgen del Tránsito y el Calvario, entre otras.
En la parte superior se encuentra el coro, adornado con una mampara de madera, en el que se aprecia un Cristo crucificado. Una de las puertas laterales conduce a las criptas que albergan los restos de quienes eligieron este templo como su última morada. Al costado del ingreso principal, una pequeña capilla funeraria que perteneció a la familia Klinger, es donde actualmente se exhibe una imagen de Jesús del Gran Poder.
La iglesia se encuentra conectada al Convento, al que se ingresa a través de la Sacristía o desde la plaza exterior, donde está el monumento dedicado al Padre Francisco de Jesús Bolaños y a su obra caritativa.
El convento cuenta con un patio principal cuyo centro está adornado por una pileta labrada en piedra. Este espacio se concibió con el propósito de brindar a los religiosos un lugar para pasear durante su encierro. Así lo afirman los textos antiguos que hablan del esfuerzo del Padre Bolaños por embellecerlo “con abundancia de agua traída por canales subterráneos, con amenísimos jardines de flores, naranjas, y con varios huertos” para convertirlo en “uno de los sitios de paseo más deliciosos y placenteros”. Hoy el patio tiene un estilo más sencillo con cuatro magnolios, uno en cada esquina, y otras plantas ornamentales como arupos, cartuchos y geranios.
La galería inferior que rodea al patio cuenta con 36 arcos apoyados sobre columnas dóricas cortas, nueve por cada lado. En la parte superior las columnas son cortas y panzudas, y se juntan con mamparas de vidrio con marcos de madera.
Forman parte del conjunto arquitectónico la casa de ejercicios y la Capilla de San José, mismos que pasaron a propiedad de la Curia a principios del siglo XX, y que a causa del abandono y falta de uso acabaron gravemente deterioradas. Para 1946, estos espacios fueron entregados a las hermanas lauritas y con ello se logró su recuperación.
La Capilla de San José, construida en la segunda mitad del siglo XVIII, estuvo conectada al templo principal hasta 1901. Destaca por su singular implantación de planta de cruz griega con un crucero de forma octogonal, retablos de estilo barroco y sus tribunas que son inaccesibles en la actualidad.
Al fondo de cada brazo de la capilla se encuentra un retablo, otros están dispuestos en las paredes diagonales del crucero; todos ellos tallados y moldeados con pan de oro sobre fondo bermellón. Se sabe que durante los años de abandono muchos objetos artísticos fueron hurtados, vendidos y retirados por cuidadores sin escrúpulos. A pesar de este desmantelamiento, la capilla llama la atención por su forma y su perspectiva originales.
Un detalle interesante es el del púlpito, que al parecer provendría de la antigua Casa de Ejercicios de los jesuitas, que fue cerrada a propósito de su expulsión en 1767. Posee en su respaldo los corazones de Jesús, María y José.
Actualmente el ingreso a la Capilla se hace desde la entrada a la Casa de Ejercicios que se encuentra ocupada por la fraternidad de la Toca de Asís, dedicada a la adoración al Santísimo Sacramento y a la atención de los pobres abandonados en las calles. En el interior del convento se guardan importantes obras artísticas religiosas de la escuela quiteña, que por el momento están custodiadas por los hermanos mercedarios y esperan ser exhibidas en un futuro al público.