Por: Álvaro Samaniego
Bob, el nombre del personaje que interpreta Bill Murray en la película “Perdidos en Tokio”, tiene una serie de extravíos: el que le provoca la soledad, el que pierde control luego de conocer a Charlotte (Scarlet Johansson), el que se refiere a estar los dos en un lugar que no escogieron, y el extravío de no poder ser libres en una ciudad que no entienden.
Pero el hecho de perderse en Tokio es más que el tema de una película. La ciudad ha sido construida sin una lógica, es decir, no tiene nada del concepto de la cuadrícula que puede facilitar una ubicación, modelo que han tomado la mayoría de ciudades.
Si no fuera por los sistemas de navegación, la capital de Japón sería un laberinto insalvable, sobre todo para un visitante que no está habituado a una ciudad que tiene referencias tan escasas para moverse en un espacio enorme.
Tiene ya la denominación de megalópolis. En el área metropolitana habitan unos 13 millones de habitantes, pero la población del gran Tokio es algo más de 37,8 millones de personas. Es la segunda ciudad más poblada del mundo, y si se mide por la extensión, es la ciudad más grande del mundo, la megalópolis utiliza espacio de cuatro prefecturas (Tokio, Chiba, Saitama y Yokohama). Y funciona.
Probablemente sería mejor decir que funciona a pesar de todo. Japón es un país básicamente montañoso, solo el 16 % son terrenos planos para la agricultura, que pelea cada centímetro con las ciudades. Las planicies son escasas y todas están ocupadas.
LA CAPITAL MODERNA
Tokio se puede traducir como “capital del este”, en contraposición a Kioto cuyo nombre se asocia a “la capital”. Es la última de las cuatro que ha tenido Japón durante 2.600 años de vida como país.
A partir de la restauración Meiji (desde 1868) y sobre todo luego de la II Guerra Mundial, la fijación de Japón por el crecimiento moldeó la naturaleza de sus ciudades, pero también de la manera cómo los japoneses las habitan.
Hoy es evidente que han logrado un desarrollo que está a la par de su condición de la tercera economía más grande del mundo. Ha logrado una simbiosis admirable entre los límites, la tecnología y las tradiciones.
Tokio es una ciudad vertical. Una de las primeras lecciones de los recién llegados es que los movimientos verticales de la cabeza serán de mucha utilidad y evitarán extravíos molestosos.
Si mira para abajo, en los subterráneos se brinda una parte importante de los servicios. Una de las decisiones de la ciudad ha sido que lo que está por debajo del nivel de la tierra no sean estacionamientos sino almacenes, restaurantes, lugares de diversión, oficinas públicas.
Es mundialmente reconocido el restaurante Sukiyabashi Jiro Honten, un sitio de comida japonesa comandado por Jiro, quien prepara el mejor sashimi del mundo. El restaurante está en el subsuelo, dentro de la estación de metro de Ginza. Tiene tres estrellas de la afamada Guía Michelín y es posiblemente el único que no tiene baños (se debe usar los de la estación); no tiene menú (se come lo que Jiro prepara); la mayoría de los comensales deben sentarse en una barra, y se pagan cuentas no menores a $300.
Los subsuelos están formados por las estaciones del tren subterráneo y las plantas inferiores de los edificios. Estadísticas oficiales informan que debajo de la tierra trabajan algo más de dos millones de personas.
LA ESTRECHEZ CONVERTIDA EN AMPLITUD
Y luego, hay que mirar para arriba. Gracias a que es una sociedad que se caracteriza por el respeto, los edificios tienen como inquilinos a, por ejemplo, un consultorio dental, una oficina de corretaje inmobiliario, guardería, servicios electrónicos, un bar, una casa de tolerancia, vivienda, una asociación de estudiosos de las variedades de arroz. El orden en el que estén no es importante, y no habrá quejas de los vecinos porque no habrá motivo para quejarse.
Esta relación social sucede en espacios reducidos. La oficina nacional de estadísticas reveló que en 2014 el tamaño promedio de una vivienda en el país era de 46m2, y están habitadas por familias conformadas por tres personas. Habrá cambiado poco la relación en los últimos años.
Han logrado, sin embargo, tener una distribución tal que los departamentos dan la sensación de ser más grandes. Entre otras razones, eso se debe a que buena parte de la vida se desarrolla en el suelo.
En la noche colocan un colchón delgado en el piso y al día siguiente lo recogen y lo guardan, de manera que el dormitorio puede servir para otros fines. Se sientan sobre sus rodillas alrededor de la mesa y, evidentemente, no llenan las habitaciones con grandes muebles, porque no los necesitan. El metraje no significa, necesariamente, vivir en un estado de estrechez.
Además, buena parte de la vida la llevan fuera de casa, en restaurantes también pequeños y en una infinita oferta de diversión, cultura y arte.
LOS SISMOS SON PARTE DEL PAISAJE
Se dijo al principio que no hay sino pocas áreas planas y que hay una disputa por el espacio. Uno de los límites que se impone es la altura: los edificios altos no superan los 60 pisos por un asunto de seguridad sísmica.
Otro de los límites tiene que ver con el valor de la tierra y de la construcción. Siendo la tierra un bien escaso, el costo es muy alto para la venta y es también oneroso para el arriendo. Efectivamente, en los barrios donde están las grandes tiendas se puede arrendar un terreno baldío por, digamos, 15 años. El arrendatario construye el edificio y cuando termina el plazo deberá entregar el terreno en las mismas condiciones: baldío.
Pero los elementos naturales son los que imponen las reglas. La ciudad de Tokio está edificada en la superficie de donde chocan cuatro placas tectónicas. Es una de las zonas de más actividad sísmica del planeta, las construcciones deben soportar este desafío. En el terremoto de marzo de 2011, el epicentro estuvo a unos 500 km de distancia; sin embargo, hubo edificios cuyos pisos superiores oscilaron al menos 7 metros.
Las regulaciones de las autoridades se actualizan permanentemente, y es una de las razones por la cual siempre se está construyendo algo y mejorando constantemente en tecnologías, de manera que la vida en espacios pequeños cada día es más placentera.
Una de las razones que permite construir grandes proyectos dentro de la ciudad y en sus alrededores, y que, a pesar de tener una densidad poblacional muy elevada, la calidad de vida sea muy alta, se debe al transporte público. Es casi perfecto.
Es exacto, hay una manía por la puntualidad, pero también por la organización y el respeto entre las personas que se movilizan en el enorme y entelarañado sistema de metro de Tokio.
Aún en la estación de Shinjuku, que es utilizada por unos tres millones de usuarios al día, y que tiene más de 200 puertas de salida, los ciudadanos hacen cola y no se empujan. Salen en orden, y con ese mismo orden hacen marejadas humanas que se distribuyen por doquier. A cualquier visitante intimida.
LA CIUDAD QUE VENCIÓ A LOS TRANCONES
En cuanto al tráfico vehicular, desde hace años se prohibió el estacionamiento en las calles, la única posibilidad son los parqueaderos privados, que cuestan sus buenos yenes.
Si se hace una relación entre el costo de usar un automóvil propio y el sistema de transporte público, el sentido común mandará que se olvide de su auto y use metro. O bicicleta.
Medio de transporte, este último, tradicionalmente asiático, que en un momento puede ser un problema. Cerca de la misma estación de Shinjuku existe un parqueadero diseñado para 25.000 bicicletas y siempre está lleno.
Los ciclistas comparten las aceras con los peatones, generalmente es una relación pacífica, pero no tanto para las autoridades municipales que tienen que lidiar con miles de bicicletas abandonadas.
En Japón, se ha demostrado que el orden tiene utilidad. Y mucha. Sirve para sobrevivir. Pero, implícitamente, sirve también para ratificar el respeto que tienen por otras personas y por todos los seres vivos, una actitud muy budista.
Las personas que habitan islas tienen una predisposición especial hacia ser solidarios, tienden a cuidarse porque no pueden huir, están sitiados por la inmensidad del mar. Eso les pone a todos en una posición similar, una igualdad sobre la que se fundamentan la solidaridad y su vida cotidiana.
Para muchos occidentales es exagerado el orden de Japón, suponen que no es necesario ser tan estrictos. Probablemente la única manera de entender este concepto de orden sea convertirse en japonés. Y eso es casi imposible. Para sobrevivir en una megalópolis todo debe caminar como un reloj, un milagro que se logra solo con una profunda compresión del orden.