Por: Karla Morales
Debo empezar confesando que al entrar en una ciudadela exclusiva supuse que encontraría una entrevistada excesivamente formal, con una casa de cristal, de esas en las que uno teme moverse porque presiente que nada se toca, que todo recibe el más alto nivel de cuidados.
Para mi suerte, estaba abismalmente equivocada. Ni bien timbré, una mujer cargada de sonrisas, vestida de forma sencilla pero impecable, me invitó a pasar y me brindó un café orgánico delicioso. En una ciudad acelerada que ha tenido un inusitado crecimiento, son pocos los lugares en donde al llegar te sientes en casa y sonríes. Eso sentí donde Patricia. Estaba en casa.
Es evidente que cada detalle de este hogar fue pensado, planeado y soñado. Es elegante en lo simple y proyecta vida en espacios donde los colores mates y oscuros son protagonistas. Cuando le pregunto a Patricia por el diseño, con entusiasmo me dice que ella siempre tuvo claro cómo quería su casa, pero que fue de la mano de un arquitecto amigo que lograron construir y aprovechar todos los rincones “sin que falte un metro ni sobre otro”. Vista desde la parte exterior, la casa es imponente y amplia, sin embargo, una vez adentro sientes espacios cálidos y de proporciones menores a los imaginados desde afuera.
Esto es algo llamativo en un zona de Guayaquil donde las construcciones amplísimas son una constante y las casas parecen enormes palacios. Para Patricia, la prioridad era contar con áreas integradas y no con salones gigantes, fríos y distantes. Por ello, la sala y el comedor están en un mismo espacio que, con estrategias de diseño y buen gusto, se palpan independientes pero son parte de un todo que incluye un precioso deck exterior, conectado con ventanales que rodean el área y también dan acceso a una sala de estar en la parte posterior.
Para decorar el interior de su casa, Patricia me recuerda su prioridad: comodidad, inclusión, y amor por el arte y la literatura. En cada rincón hay obras y libros leídos por ella. La casa entera es de estilo industrial y en sus paredes cuelgan cuadros que vistos fuera de allí parecerían no combinar, pero que en casa de Patricia cobran sentido. Entre ellos, evidentemente hay uno que ocupa un lugar especial: un gran cuadro de fondo oscuro y flores que tiene incluido el texto ¨los sábados pinto flores¨ y cuya historia bien merece otro artículo, otro café y otra visita.
Indiscutiblemente, cuando Patricia empieza a explicarme el proceso de decoración y lo vital que para ella es la cocina, sonríe. Me cuenta que es su lugar favorito, que ama preparar pasta allí con sus amigos y familia, y que esa cercanía que siente con un área protagonista de la casa hizo que en el diseño de los planos ubicara su dormitorio cerca. Así, y por cuestiones de practicidad, conservaría siempre acceso directo del dormitorio a la cocina, al patio y a su estudio, sin tener que pasar por la sala y el comedor.
La casa huele a arte tanto como huele a familia. Es evidente que ella es la columna vertebral de este equipo de cuatro que va en expansión. A pesar de no haber crecido en Ecuador, y de plasmar en su trabajo y en su hogar toda la influencia europea y norteamericana que ha recibido, es una mujer de raíces, de encontrar disfrute en las cosas simples de la vida, y de escoger sus batallas. Por ello, asumió el reto de crear una galería en una ciudad que no es famosa por tener espacios culturales, y triunfó; decidió estudiar diseño gráfico en una de las escuelas politécnicas más prestigiosas logrando equilibrar su faceta de estudiante con la de madre y esposa en ese trayecto; descubrió que no hace falta cambiar el mundo cuando se puede ser feliz enriqueciendo la vida de pocos a través de la enseñanza; y, acercó su vocación a los más pequeños, como quien abraza la esperanza que guardan los trazos desalineados y las manos traviesas.
Un café después, pasamos a su estudio. Me contó que escogió hacerlo en la planta alta por estar cerca de la cocina y que organizó el lugar en razón del balcón que tiene allí, todo para no perderse los atardeceres privilegiados que su casa le brinda. Como casi todos los estudios de artistas, el espacio está lleno de blanco y de colores vivos en las herramientas y materiales. Es un hermoso caos buscado.
Mientras me muestra algunos de los trabajos de sus alumnos me confiesa que disfruta ocuparse de su hogar ella misma y que ama tener la casa llena de gente. Por ello, se propuso diseñar un baño de visitas que haga a sus amigos sentirse cómodos y bien recibidos. Y lo logró. Es un espacio acogedor, pulcro, decorado con detalles finos que transmite calidez aún en la modernidad de su estilo.
Diseñar, construir y decorar conservando la línea industrial que buscaba Patricia le significó, además de charlas explicativas con obreros que no creían posible el uso del ladrillo visto en una casa como esa, desafiar las tendencias de estilo en Guayaquil; en donde la mayoría de casas utilizan materiales que las convierte en réplicas unas de otras y pierden identidad con la familia que la habita. Asumir este desafío no fue problema para ella porque encontró en decoradores como Ricardo Luque, un equipo de trabajo que supo identificarse con lo que ella buscaba. Así, pudo llenar su hogar con piezas, muebles y accesorios adquiridos en la ciudad, a excepción de unos detalles de su cocina que fueron traídos de Italia.
Nuestra conversación tomó otro giro cuando le señalé el libro de Umberto Eco que atrae miradas en su mesa de centro, y aplaudí que tenga un lugar especial en un área transitada por invitados. Su rostro se llenó de alegría, esa que aparece sólo en un fan, y antes de contarme que El Nombre de la Rosa es uno de sus libros de cabecera, y que podría recitar todos los diálogos mientras ve la película, se entristeció al recordar que hace pocos días el autor falleció.
Como queriendo dejar la pena a un lado agarró otro de los libros de la mesa y empezó a hablarme del arte como terapia, a la vez que me mostraba las páginas del libro en donde podía ver los gráficos trabajados en sus talleres de mindfulness art, un tipo de práctica artística que busca el desarrollo espiritual y la sanación a través de trazos, en donde nada puede borrarse porque “en este tipo de arte, como en la vida, no hay opción a borrar, hay que seguir adelante desde el punto en el que estamos”.
Los nuevos espacios culturales de Patricia están abiertos. Uno es virtual, funciona por medio de su web www.patriciameierartedu.com y otro en la sede de la Alianza Francesa en Samborondón, donde dicta clases de arte y pintura para adultos y niños, que incluyen Historia del Arte y Healing Arts: Mindufulness y Mandalas, además de los innovadores cursos presenciales de relajación, concentración y enfoque a través del dibujo, Zentangles.
En cada curso, especialmente en el de arte para niños, incorpora la práctica de la atención plena (mindfulness), y así, a través del arte, les enseña a vivir el momento presente con gratitud, enfoque y concentración. Elementos que para Patricia son esenciales en el desarrollo y la formación humana, especialmente en tiempos donde lo importante se relega y lo trivial se vuelve protagónico.
Pude quedarme dos horas más conversando con ella pero de ese café orgánico que me brindó también era cliente su hija, diseñadora industrial, y tenía una tarea maternal que cumplir: llevarle café a su oficina antes de ir a la suya. Es que Patricia es eso, amor al prójimo, alegría, buen gusto y clase.