Por: Verónica Acosta
mayo – junio 2011 |
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Si bien los historiadores coinciden que Catahuango fue su propiedad, posiblemente ninguno tenga tanta documentación como el Dr. Fernando Jurado Noboa, investigador histórico, genealogista y psiquiatra. Su conocimiento sobre Catahuango, está plasmado en un libro, aún inédito, que espera se publique algún cercano día.
Por un par de horas, escuchamos sus relatos sobre Manuela y Bolívar, en Catahuango…. si esas piedras hablaran, nos dijo…
¿Cómo tiene tanta documentación?
Gracias a que Marcelo Ruales Martínez y su hijo Marcelo Ruales Barreiro, el último administrador de Catahuango, tuvieron la precaución de recopilar ciertos documentos encontrados en la escribanía de la hacienda, entre los que consta la escritura de compra venta, el plano con potreros y linderos y una serie de papeles con letra manuscrita, escritos con tinta negra y sellos reales que sustentan la autenticidad de sus afirmaciones.
¿Cuál es la ubicación exacta?
A la altura de Guamaní por la Av. Simón Bolívar, al sur de Quito, enclavada en las estribaciones de las lomas de Puengasí, en los altos de Amaguaña. Si bien la hacienda pertenece a los Chillos, hay datos que demuestran que su gente tenía fuerte vinculación con Quito pues asistían a la misa en Chillogallo en vez de ir a cualquier pueblo del valle, cercano a la propiedad.
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“Catahuango”, un nombre especial…
Es una palabra del quichua, formada de dos vocablos: “cata” cobertor, cobija, refugio y “huango”, trenza. Posiblemente la llamaron así porque era una propiedad muy larga en el sentido norte-sur que daba la forma de una trenza. Y de hecho, fue el refugio de Manuela desde su niñez.
¿Siempre se llamó Catahuango?
El nombre original fue Santa Bárbara de Catahuango. Yo interpreto que en honor a la Santa que protege de rayos y centellas; pero también porque carecían de agua y dependían de las lluvias que el cielo enviaba para la subsistencia y los sembríos.
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¿A qué época se remonta?
Su historia se puede seguir desde 1595, cuando todavía no era hacienda. Se va formando por unión de pequeños pedazos hasta formar el gran cuerpo que llegó a tener, llegando a fines del siglo XVII a pertenecer a una familia muy acomodada de apellido Barnuevo.
¿Cuál fue su extensión?
En la Colonia tuvo 3.000 hectáreas, luego de la reforma agraria se redujo a 300 y ahora entiendo que son 11 hectáreas alrededor de la casa. Catahuango en un momento limitó con Pasochoa y con La Hacienda La Herrería.
¿Cómo llegó a manos de Manuela?
De la familia Barnuevo se dan una serie de traspasos hasta que es comprada por el Dr. Mateo Aizpuru, su abuelo materno, quien la dejó en herencia a Ignacia Aizpuru, hermana de su madre. Gracias al amor que el abuelo sentía por Manuela, incluyó en el testamento una herencia de 10.000 pesos para ella. Como la tía no pudo pagar lo adeudado, Manuela le planteó un juicio e Ignacia se vio obligada a entregarle la hacienda, convirtiéndose así en su única dueña.
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¿Cuál fue la vocación de la hacienda?
De acuerdo a los papeles, fue una hacienda para pasar fines de semana y disfrutar los veranos. Tenía poco ganado y su producción agrícola era escasa por la falta de agua. Don Mateo Aizpuru se preocupó tanto por el líquido vital que vivió en permanente conflicto con sus vecinos, peleando por lo que se conocían como “gatos de agua”.
¿Gatos de agua?
Si, era una especie de unidad de medida. A través de este espacio podía pasar un gato mediano.
¿Quiénes fueron los padres de Manuela?
Su padre, Simón Sáenz, migrante español, nació en Villasur de Herreros, pueblito minúsculo en La Rioja. Llegó a Popayán, hizo mucho dinero y se casó con María Del Campo, una aristócrata con quien tuvo algunos hijos. Como era funcionario público, le dieron el pase a Quito, habiendo dejado a su esposa e hijos en Popayán. Sin embargo, el Cabildo quiteño tuvo que obligarle a traer a la familia a su lado, pues estaba haciendo de las suyas.
Cuénteme…
Simón Sáenz tuvo un affaire con Joaquina Aizpuru y Sierra, una dama de respetada posición social y económica de Quito. De este romance nació Manuela. Parece que la madre murió al mes de su nacimiento. Por eso, aquellas biografías que hacen alusión a que la madre le cortejaba su romance con Bolívar, no son verdad.
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¿Cuándo aparece Bolívar en Catahuango?
Antes que Manuela fuera su propietaria, allá por el año 1826, ya estuvo muy ligada a Catahuango y se consideraba su dueña. Según descubrió el Padre Villalba en 1822, Manuela y Bolívar formaron una compañía, poniendo un capital sobre Catahuango para hacerla producir. Es decir, Manuela convirtió a Bolívar en una especie de Empresario Agrícola.
La hacienda tiene dos casas…
La casa original de la hacienda donde vivió Manuelita, es la pequeña, pasando el arco. Sabemos que fue muy modesta. Lo que la hace majestuosa, es su entorno geográfico con árboles centenarios y plantas endémicas, verdadero refugio de fauna y flora andinas y de seguro, nido de amor del libertador y su consorte. Si bien hay quienes sostienen que este romance se desarrolló en la casa grande de estilo afrancesado, se ha comprobado que esta fue construida por Josefa Gangotena de Salvador, a su regreso de Europa, por lo que Manuela no la llegó a conocer.
¿Y el romance en Catahuango?
Desde el primer encuentro con Bolívar, Manuela se enamoró perdidamente, habiendo mantenido por 8 intensos años un romance digno de la mejor novela. Josefina Sáenz Fernández Salvador, sobrina de Manuela dijo a la prensa de Quito en 1914 que ella escuchó siempre a su padre, Gral. José María Sáenz, que Manuela y Bolívar pasaron en Catahuango varias temporadas cortas.
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Qué interesante…
En este punto, hay un dato curioso que rescatar. Según el investigador Aquiles Pérez, “Amaguaña”, sector donde está la hacienda, significa “Nido de Amor”, vocablo proveniente del Aimara, idioma que se propagó entre Bolivia y lo que hoy es Ecuador, por el intercambio que realizaba Atahualpa y sus antecesores con los indios “mitimaes”. Coincidencia o no, lo cierto es que Manuela y Bolívar vivieron intensos momentos de amor y seguramente de guerra, en Catahuango.
¿Afirmación verificable?
La vida de Bolívar se la puede seguir día a día pues existen 10.000 cartas auténticas, registradas. En la correspondencia de Quito se ven días huecos que corresponden a sábados y domingos, lo que nos permite inducir que estuvo en Catahuango. Otra prueba son los recortes de prensa de María Sáenz de Ashton, sobrina bisnieta de Manuela quien hace unos 50 años confirmara que Manuela y Bolívar pasaron su luna de miel en Catahuango. Es ella quien insinúa que el romance fue en la casa grande y que se sentaban en la banquita de piedra junto al estanque. Sin embargo, luego de modernas investigaciones se ha comprobado que Bolívar no conoció la casa grande, ni se sentó en la banquita famosa y peor en la piscina, que se encuentra tan mal conservada que deberá ser intervenida con urgencia.
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¿Algún objeto de Manuela?
Hace algunos años, durante una excavación, Diego Moscoso encontró un estribo de bronce del 1820 por lo que se presume fue de Manuela. Este pasó al museo Manuela Sáenz de propiedad de Carlos Álvarez que funciona en la esquina de las calles Junín y Montúfar, en Quito. En mi libro, que espero se publique algún cercano día, digo que hay tantos objetos que se debería integrar el museo de los libertadores.
Recorriendo las habitaciones con Jorge Luis, el fotógrafo responsable de esta producción, encontramos un gancho antiguo, bastante estropeado por el polvo y el uso pero aun en buen estado, con las iniciales “MAJ Quito” grabada en cuero. ¿Podría usted deducir a quién perteneció?
Habría que verlo. Por las iniciales podría ser de Mateo Aizpuru, o tal vez de Matilde Álvarez Gangotena y por error pusieron la J en vez de la G. Me parece interesante que usted lo haya descubierto ya que nadie le ha parado bola hasta hoy día”…
¿Manuela fue fiel a Bolívar?
Ella sí, totalmente. Dejó a su esposo y se entregó a Bolívar y a la causa de la libertad hasta su muerte.
¿Y él?
Esa es otra historia. Un hombre tremendamente valiente, educado, y con un liderazgo muy fuerte, cautivaba a las mujeres con su encanto. Pero Manuela fue, definitivamente, su gran amor.
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¿Qué pasó con Catahuango?
Con el paso de los años y tras muchos avatares, Manuela fue desterrada por el Presidente Rocafuerte a Paita-Perú. Debido a su pobrísima situación económica, se vio obligada a vender la hacienda a una señora de apellido Gangotena de Salvador, pariente de su hermano el General José María Sáenz. Catahuango quedó en manos de los herederos de Salvador por casi 100 años. Doña Matilde Álvarez Gangotena de Fernández Salvador, fue su última heredera.
¿Y luego?
Matilde Álvarez tenía otras propiedades, entre ellas una en Patate. Allí se produjo una sublevación indígena que causó una tremenda mortandad. Su culpabilidad fue tan profunda que la llevó a crear una fundación de ayuda social y donó todos sus bienes. Catahuango estuvo incluida en esta dote.
¿Qué hizo con ella la Fundación?
A raíz de la liquidación de la fundación Matilde Álvarez, Catahuango pasó a manos de La Curia Metropolitana de Quito, encargados del manejo de las haciendas de la Asistencia Pública. Su último administrador fue Marcelo Ruales Martínez, quien salvó la hacienda del abandono, evitando su saqueo y destrucción y logrando que se conserve como un solo cuerpo.
¿Cómo llega al FONSAL?
Por un convenio entre las partes, la hacienda pasa al Municipio de Quito. A partir de mayo del 2010, el FONSAL (ex Fondo de Salvamento), entró a rescatarla, haciendo una recuperación profunda del inmueble. Su trabajo ha evitado que las casas colapsen y definitivamente se ha conservado el espíritu de las construcciones, pero habría sido importante que se respete la textura de las paredes, las tejas anchas de barro cocido, los pisos de ladrillo y la arquería original, elementos propios de Catahuango.
La casa está vacía ¿qué pasó con el mobiliario?
Existe una lista con la descripción de cada habitación y un detalle pormenorizado de los muebles y enseres que contenía cada una. Es de esperarse que cuando el Instituto de Patrimonio termine su recuperación, se devuelvan todas las piezas a su lugar de origen.
¿Hay algún otro vestigio que pruebe la antigüedad de la hacienda?
Por supuesto, ahí están los trojes, construcciones de dos pisos con puertas muy antiguas que se remontan a 1800, por lo que estamos seguros que esas paredes sí vieron a Bolívar.
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