Por: Caridad Vela
Septiembre – Octubre, 2012 |
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Verbalizar la personalidad de una mujer multifacética como Paulina no es tarea fácil, pero merece mi mayor esfuerzo. Los momentos de su vida, la arquitectura de su casa, la decoración de interiores y el verde del entorno se conjugan con la especial forma de ser de su dueña, envolviendo a todo el equipo CLAVE! en un singular manto de conmovedores e intensos momentos.
En una mañana de sol y viento, típica de nuestro verano, una pared de ladrillo visto y una imponente puerta de madera, nos dan la bienvenida a esta maravillosa casa ubicada en la mejor zona de Cumbayá. Lo que ante nosotros se despliega nos deja sin palabras. Es un estrecho camino de piedra interno que presenta delicadas curvas en descenso, y nos invita a pasear por un bosque de ficus que lo flanquea de lado y lado.
El paisaje es hermoso, pero lo mejor está por llegar. Al final del camino se levanta una casa de arquitectura moderna, contemporánea, con grandes ventanales, rodeada por un jardín de flores con inimaginables colores. Espectaculares cipreses piramidales pulcramente podados enmarcan la casa, transformando el paisaje de tal manera que nos sentimos en algún lugar de Italia, podría ser en La Toscana. Nos invade un olor a fresco, a amor por la vida, a dicha absoluta.
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Paulina nos relata su infancia en este lugar. Su familia era propietaria de esta hacienda, y desde los ocho hasta los catorce años, ella vivió aquí. La casa era otra y el entorno también. Todo era campo, bosques y potreros interrumpidos por caminos de tierra, sin calles pavimentadas. “Nuestras vacaciones eran una sucesión de días enteros montando a caballo, con mis hermanos y los vecinos del sector. Donde hoy es Pillahua antes era el cañaveral”, recuerda.
Sus estudios los realizó en el Colegio Alemán, que en aquella época tenía su sede en Quito. Viajes demasiado frecuentes de ida y vuelta hicieron que la familia tome la decisión de dejar el campo por la ciudad. “El cambio fue drástico”, nos dice, “pero facilitó la vida de mi madre que era quien subía y bajaba constantemente para atender nuestros olvidos y necesidades”. Además, empezaba la edad de fiestas y eventos sociales, por lo cual era doblemente conveniente la vida en la ciudad.
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El edificio Jericó, ubicado en la Av. Orellana y Av. 12 de Octubre, se convirtió en su residencia citadina. Este edificio fue pionero en el desarrollo inmobiliario de una zona que hoy es privilegiada en Quito, y cuyo impacto se extendió hacia la Av. González Suárez.
A los catorce años viajó a Estados Unidos para completar sus estudios secundarios. Una vez graduada, regresó al Ecuador y fue cuando conoció a Gonzalo Vorbeck Araujo, quien pocos años más tarde se convertiría en su esposo. Fueron años felices, “tengo de él los dos tesoros más grandes que la vida nos pudo dar, Gonzalo y Martina, nuestros maravillosos hijos”, nos dice.
Sus ojos brillan de dicha al hablar de ellos, no solamente por ese instintivo orgullo de madre que todas sentimos, sino porque genuina e imparcialmente admira a las personas en que se han convertido. “Me siento completa al ver que han elegido su vida por el camino correcto. No quisiera dejarlos ahora, quiero vivir para verlos madurar, casarse, tener hijos”, nos cuenta. “Son personas de bien, auténticas, inteligentes, honestas y trabajadoras. Aman y valoran la vida en su justa dimensión, me emociona haberles inculcado eso”.
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Retomo la cronología de las etapas de su vida. Los cambios de casa que se han sucedido se prestan para hacer un estudio de fortalezas y debilidades de varios sectores en la ciudad. Me cuenta que recién casada volvió a Cumbayá. “Vivimos tres años aquí, la casa era pequeña pero el sector todavía estaba rodeado de haciendas. El inicio de la transformación de campo a ciudad se dejaba ver incipientemente”.
Por la edad de sus hijos, calculo que eso fue hace unos 30 años, pues enseguida me comenta que cuando nació Gonzalo José decidió volver a Quito, esta vez a un departamento en el sector de El Bosque.
Paulina se describe como una amante de su casa. Goza cocinando, leyendo, haciendo arreglos florales, persiguiendo el orden doméstico, cuidando su jardín y jugando con sus perros. “Este amor por las tareas de casa se lo debo a mi mamá, pues desde muy pequeñas, y a pesar de tener todas las posibilidades económicas, nos obligó a arreglar nuestro desorden, nos enseñó a cocinar y a mantener un hogar limpio y hermoso”, me cuenta.
Recuerda con una sonrisa que por sembrar, limpiar y fertilizar los árboles en la hacienda les pagaban 1 sucre. A su madre le encantaba sembrar potreros con coliflor, papas, etc., y ella y sus hermanos ayudaban en la tarea. “Manejábamos el tractor y nos divertíamos más que en cualquier parque de diversiones. El producto de nuestra siembra lo disfrutábamos en la mesa, con toda la familia unida en momentos de mucha calidad y calor humano”, comenta.
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Cocinar es su terapia y, a pesar de que los postres son su debilidad, su estilo culinario es muy sano y creativo. Se encarga personalmente del jardín con el apoyo de un jardinero, y el tiempo que invierte en él se evidencia sobre todo en los cipreses piramidales cuya forma luce impecable.
El deporte ha sido una constante en su vida. “Me da mucha energía, me desahogo, suelto las presiones internas, medito, me concentro, enfoco con precisión y respiro salud mientras hago deporte”, enfatiza. Pero no todo queda en ser una fantástica deportista y amante de su casa. Paulina es además una tremenda profesional con dos exitosos negocios a cuestas.
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El primero fue una sociedad formada con su gran amiga Gloria Holbrook de Terán, con quien estructuró una actividad de diseño de arreglos florales para empresas privadas, clubes y también para eventos sociales. El negocio fue un éxito, resultado que siempre se da cuando la gente materializa sus gustos y pasiones en una actividad rentable.
Continúa su vida profesional, con la misma socia, en Twist, nombre de su nuevo local de yogurt natural ubicado estratégicamente en Cumbayá, frente al ingreso de El Chaquiñán. Sin temor a exagerar, afirmo que pocas veces me he deleitado tanto con un yogurt.
¿Qué le pides a la vida? “Salud”, me contesta decidida, pero inmediatamente recapacita y me asegura con énfasis: “tengo salud, quiero calidad de vida. Si no tuviese salud hubiese sido imposible vivir desde que me diagnosticaron esta enfermedad. Son algo más de cuatro años durante los cuales he tenido una franca competencia con la muerte”. Qué grato es ver tanta ilusión por vivir, sus palabras tienen un efecto de contagio increíble, me siento renacer.
“Fue muy difícil aceptar la realidad”, comenta. “Al margen de la ciencia y la terapia, sentía derretirme poco a poco. Viví un proceso de cirugías y tratamientos, pero Dios es demasiado grande y a la larga veo que mi vida es una bendición”.
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Todo en su entorno confirma que está bendecida. Su familia es maravillosa, su casa es espectacular, su jardín es un paraíso, hay amor en sus días, y sobre todo, se la ve feliz.
Paulina me comenta que vive rodeada de ángeles. “Dios me los mandó para darme fuerza, inspirarme en ellos, recibir su energía positiva y luchar”. ¿Esos ángeles tienen nombre?, pregunto. “Sí, son mi mamá, mis hermanos, mis hijos, Mauricio, mis amigas y los médicos que me tratan”.
Y así pasamos al detalle. Su madre es una mujer fuerte y luchadora que estudió y trabajó cuando nadie lo hacía, de hecho, hasta el día de hoy se encarga personalmente del manejo de las haciendas. Patricia, su hermana mayor vive en Suiza y es el pilar de la familia; José, médico, vive en Canadá y es quien le proporciona tranquilidad en su tratamiento de salud. Sus hijos son su vida: Gonzalo es un joven profesional que trabaja con su tío, Roberto Cava, en una empresa de investigación genética; y Martina es fotógrafa profesional que actualmente reside en Brasil y está próxima a contraer matrimonio.
Voluntariamente he dejado aparte a su hermana Carmen pues pienso que merece capítulo especial. De ella, Paulina me dice textualmente, “Carmen es mi alma gemela, mi confidente, mi fuerza. Ella aguanta todo mi dolor y me reanima. La admiro y la respeto profundamente por ser una persona neutral, carente de complejos o envidias, cariñosa y alegre. Con tres palabras me hace sonreír y, como por arte de magia, elimina la tristeza que en ocasiones me invade.” Entiendo perfectamente lo que dice, porque conozco a Carmen, ella es todo eso y mucho más.
Su vida sentimental con Mauricio Martínez surgió a través del golf. “Tenemos una fantástica relación, mis hijos lo respetan y quieren mucho. Mi enfermedad debe ser muy dura para él, pero me ha acompañado en todo el proceso sin demostrar debilidad, llenándome de energía positiva, de sueños para el futuro, fortaleciéndome, preocupándose por mí y demostrándolo con sus cuidados, mimos y atención”, resume.
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Su médico en Estados Unidos, el Dr. Orlando Silva, es otro de sus ángeles. “Él me ha regalado estos años de vida”, comenta. Lo conoció por recomendación de Tommy Schwarzkopf a quien quisiera algún día terminar de agradecer este favor. “En Ecuador tenemos un profesional de calibre mundial, el Dr. René Muñoz, quien controla el estado de mi enfermedad acá”. Los dos la ayudan en todo, no solamente a nivel médico y científico, sino a nivel emocional. Paulina los describe como personajes de un carisma especial que han logrado transmitirle paz, tranquilidad y confianza.
“La muerte es parte de la vida, no le tengo temor”, me dice. “El problema es que no queremos afrontarla y la tomamos como un evento trágico cuando no lo es”. Me explica con sinceridad que lo verdaderamente doloroso es causar sufrimiento a la gente que le rodea. Las noticias médicas los tienen pendientes, y cuando no son positivas, generan momentos muy duros. “Quisiera afrontar ese dolor yo sola, porque tengo las fuerzas para superarlo. Me apena que los demás sufran porque lo único que quiero es verlos sonreír”.
Su fe en Dios es la fuente de la que extrae fortaleza. Sus conversaciones con Él la han ayudado en este proceso de aprendizaje que desencadenó grandes cambios y prioridades en su vida. Cuando le pregunto si tiene en mente desarrollar un proyecto inmobiliario en este enorme terreno de cotizada ubicación, me responde que no se preocupa mucho por lo que pueda pasar de aquí a cinco años. Está demasiado preocupada en vivir el presente como para dedicarle tiempo al futuro.
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La dejo y llevo conmigo la extraña sensación de que siento mi existir en su mirada, en el calor de su sonrisa, en su autenticidad. Si llegase el día en el que yo necesitara reconstruirme, la actitud de Paulina sería mi anclaje. Salgo al jardín con ella; al despedirme siento la belleza del aire cristalino que nos abraza y la imagino de pequeña en sus paseos a pie, en las excursiones a caballo, en la sensación de libertad que habrá tenido al sentir el viento rosando su rostro.
Ya sola, me invade un breve silencio. Desfila por mi mente cada detalle de este reportaje y se impone ante mí la visión de Paulina, repleta de su amor por la vida.
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