Por: Irene Ycaza Arteta
Noviembre – Diciembre, 2012 |
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Sebastián Guarderas ha vivido en el campo desde niño. Rodeado de vacas, caballos, perros, gallos; en medio de frondosos bosques de eucalipto, árboles de aguacate y verdes pastos en el Valle de Los Chillos. Por eso, el paso lógico cuando se casó con Ángeles Puente, era continuar su vida en una casa en el Valle.
Los dos querían formar su hogar en un lugar que ofrezca los servicios de ciudad, pero mantenga todo aquello de lo que carece el ambiente citadino de cemento. No podía perder el sentido de casa de campo, y además buscaba estar a pocos minutos de las haciendas de Machachi, donde Sebastián trabaja.
Los primeros cuatro años de matrimonio con Ángeles Puente fueron exactamente eso, puro campo, viviendo La Armenia. “Nos mudamos a vivir en una casa arrendada dentro de una urbanización, de aquellas de dos pisos que son adosadas, una al lado de la otra”, recuerda Ángeles. “Fue mi primera casa de casada y la amaba; sentí que era mi hogar”.
Días antes de dar a luz a su primer hijo, Ángeles se puso nerviosa, sintió la necesidad de estar en la ciudad, básicamente por esa idea de que San Rafael, Conocoto, Los Chillos, o La Armenia no tenían el desarrollo, ni la infraestructura necesaria para atender cualquier emergencia relacionada con el recién nacido. Ella necesitaba sentirse segura, con hospitales cerca y, sobre todo que la distancia entre su casa y la oficina sea mínima.
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A pesar de que tenían claro que la vida de ciudad no era para ellos, alquilaron un departamento en Quito, por el que pagaban $700 mensuales de arriendo, y ahí recibieron a José Tomas. Sebastián tenía que madrugar todos los días para llegar a su trabajo en Machachi, donde brinda asesoría en criaderos de caballos de todas las razas, especialmente árabes y españoles. No regresaba a casa hasta entrada la noche, cuando su hijo dormía.
Ángeles es abogada asociada en el Estudio Jurídico Correa y Rosales, su especialidad es en el área de propiedad intelectual. Si bien a ella le tranquilizaba la corta distancia entre su casa y oficina, no estaba satisfecha con el estilo de vida que llevaban en familia. Siempre habían hablado de que la educación de su hijo sería de total contacto con la naturaleza y los animales, en un lugar donde pueda jugar toda la tarde al aire libre, y se sientan seguros.
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El departamento en Quito era muy amplio, cómodo, y su ubicación era idónea. Los tres dormitorios, la espaciosa sala y el comedor decorados con estilo rústico tipo casa de campo, denotaban esa nostalgia por espacios en las afueras de la ciudad. “Mi casa era una hacienda metida en las calles Luxemburgo y Holanda, un departamento gigante donde todo era rústico. A veces para tratar de acoplar a a vida de ciudad, tratábamos de involucrar elementos modernos”, recuerda Ángeles.
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José Tomás crecía y el departamento les quedaba chico. Pusieron todos los elementos en una balanza y decidieron que por el bien familiar, lo mejor sería regresar a Los Chillos, y así lo hicieron. “Los Chillos es un punto medio entre el trabajo de los dos”, cuenta Ángeles, “está equidistante de Machachi y de Quito. Al mudarnos queríamos campo, tipo hacienda, no un jardín grande. Por esa razón nunca pensamos que Cumbayá podía ser una opción, los lugares de campo en Cumbayá, donde puedes tener caballos y otros animales, son muy alejados”.
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“Mi marido y yo siempre hemos pensado que los niños que crecen en el campo son niños mucho más sanos de mente y cuerpo. Lo he visto en José Tomas ahora que vivimos en el Valle, se ha comido todo lo que puedas imaginarte y está bien. Lo mejor que le puede pasar es que llueva, le fascina salir cuando escampa a jugar en los charcos. Ama los caballos, se mete bajo sus patas. Es un niño alegre y sanísimo, descubre cosas cotidianas a las que un niño de departamento no tiene acceso”.
Sebastián regresó a tierra conocida, a un sector en el que se sentía a gusto. Actualmente Los Chillos ha avanzado mucho en su desarrollo inmobiliario y en la proliferación de servicios, otro de los beneficios que ofrecía esta mudanza.
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Se mudaron a una pequeña cabaña en el jardín de la casa de sus padres, que era la casa de soltero de Sebastián. Sin embargo, debía ser remodelada para acoger a la familia. Ésta había sido construida hace varios años en un amplio terreno que sus padres compraron en La Armenia, cuando lotizaron una hacienda de miles de hectáreas.
La remodelación y compra de materiales se hizo con la asesoría del constructor Mario Álvarez, cuñado de Ángeles. “La casa tenía los cimientos, pero tuvimos que meterle mucha mano para convertirla en nuestro hogar. ¡Cuando llovía afuera; llovía adentro!”, comenta entre risas.
Cambiaron el piso, los techos, quitaron paredes, cambiaron las tuberías, y muchos otros acabados buscando la mejor calidad en cada producto. Abrieron ventanas por toda la casa para mejorar la iluminación, inicialmente este espacio fue concebido como bodega, y posteriormente como cuarto de juegos de los sobrinos de Sebastián, antes de convertirse en su casa de soltero. Luego de algunos arreglos la cabaña se convirtió en casa, y ahí viven en un entorno de hogar, cerca de la familia ampliada, donde José Tomás crece sano y feliz.
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En 110 m2, con decoración rústica y mucha luz natural, han construido su hogar. Las paredes están llenas de ventanas para aprovechar las vistas del campo; la chimenea invita a disfrutar en una sala decorada con muebles de cuero color café, en un ambiente rodeado de elementos que evocan el arte taurino, una de las pasiones de Sebastián. “Me gusta tanto la decoración rustica que cuando voy a las haciendas me siento en casa”, cuenta Ángeles. “Me falta cambiar el comedor, no lo he hecho todavía porque quiero un comedor antiguo y encontrarlo toma tiempo. Estoy tratando de que me vendan el de la hacienda de Santiago del Rey, de la familia Terán… todavía estoy en proceso de convencimiento”.
Se planifica incursionar en una ampliación de la casa en enero. La intención es extenderla hacia uno de los laterales y lo harán nuevamente con la asesoría de Mario Álvarez. El espacio es cómodo, tiene lo necesario para la familia de tres, pero requieren un dormitorio adicional para recibir cómodamente a los hijos del primer matrimonio de Sebastián. En una segunda etapa planean ampliar a ún más la casa, hacia el otro lateral, generando un patio interior de estilo andaluz, donde se preservará el hermoso árbol de aguacate que crece en su centro.
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Los dos coinciden en que la vida se ha vuelto más fácil desde que viven en Los Chillos, Sebastián sale más tarde al trabajo y regresa a tiempo para jugar con José Tomás. El niño se la pasa todo el día en el jardín, tiene el beneficio de tener a los abuelos cerca para cuando sus padres no están, y son un apoyo para la pareja en cualquier emergencia.
Ángeles, además de su trabajo diario, estudia una Maestría en Derecho Administrativo en la Universidad Andina. Sale de su casa a las seis de la mañana para llegar a la clase de las siete, y está de regreso alrededor de las cinco de la tarde. Ha aprendido a jugarle al tráfico para llegar a tiempo a todas partes. “Ahora que estoy en clases mi marido me ayuda con el niño en las mañanas. Él es súper madrugador, y peor viviendo acá, porque nos despierta el canto del gallo. A las seis comparte el desayuno con José Tomás y hace de mamá hasta que llega la nana”, cuenta. “Si tiene que salir antes de las ocho, tengo la suerte de que mis suegros viven al lado y nos ayudan”.
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En Quito casi no se veían, ahora bañan juntos al niño, le dan de comer y comparten mucho más tiempo. “La verdad es que Quito es un buen lugar para mi vida profesional; pero para vivir el día a día y aplicar mi filosofía en la crianza de mi hijo, la ciudad no me aporta nada”.
En Los Chillos la vida es tranquila, afortunadamente hay muchos amigos cerca, muchos crecieron en el Valle y le han ayudado a Ángeles para ubicarse mejor. Entre ellos, María Gabriela Avellán, a quien Ángeles considera como su mano derecha. “Ella ha vivido toda la vida aquí y conoce todos los lugares, todas las huecas, todos los descuentos. Si quiero ir a comprar flores, si necesito un pediatra, un dentista, o un taxi de confianza, ella es la persona que me recomienda donde ir”.
El desarrollo inmobiliario que ha tenido el Valle de Los Chillos ha facilitado la vida de Ángeles y su familia. Lugares como San Luis Shopping donde puede comprar ropa, un Megamaxi, varios centros de salud y clínicas para emergencias, están al alcance de la mano. Además con la Vía Intervalles, está a 16 minutos del Hospital de Los Valles. Las cosas han cambiado para bien, vivir en el verdadero campo es muy práctico cuando se tiene todos los servicios de la ciudad.
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Otra de las ventajas que la familia Guarderas Puente resalta en este sector es que, a pesar de tener un desarrollo de servicios considerable, todavía se mantiene esa maravillosa identidad de pueblito, donde la amabilidad de la gente se da por contado.
“Todavía somos un pueblo, que está creciendo y en desarrollo, pero con gente que te conoce. El señor de la panadería sabe cuál es el pan que te gusta, el dueño de la farmacia te pregunta por la salud de tu hijo, la gente todavía fía en las tiendas y hay fruterías y verdulerías con alimentos frescos. Es un lugar completamente amigable, todos se conocen con todos y hay mucha gente con quien compartir”.
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