Por: Caridad Vela
Febrero-marzo, 2013 |
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Una mujer adelantada a su época se convierte en ícono representativo del “querer es poder”. María Teresa demuestra la capacidad ejecutora de quien, sin descuidar su hogar y familia, abarca mucho más allá del limitado ámbito descrito para el género femenino.
Nacida en Francia, hija de padre ecuatoriano y madre francesa, fusiona en su ser la conjunción de dos culturas diametralmente distintas. Elegancia y sobriedad, gusto por la buena cocina y pasión por las antigüedades, se funden con su actividad de empresaria del campo y trabajadora incansable.
La visitamos en su hogar citadino. Al abrirse las puertas nos encontramos con esta gran señora, de pie junto a un enorme arreglo floral, impecable como siempre, invitándonos a recorrer un ambiente que nos transportó a otro mundo. Las fotos que acompañan este reportaje hablan más que las palabras.
¿Hace cuánto tiempo vives en este departamento?
Aproximadamente hace diez años. Antes de esto viví en una casa, pero llegó el momento de plantearnos un cambio. Compramos este departamento en planos y me involucré desde el primer día para personalmente, poco a poco, crear mi espacio.
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¿Los muebles son los que tenías en tu casa anterior?
Sí, mi papá había muerto poco antes y heredé estos hermosos muebles y cuadros, pero en mi casa todo lucía amontonado. Tengo alma de arquitecta frustrada, por lo que cuando Leopoldo Arteta hizo los planos del departamento, le pedí que hiciera una maqueta. Me dediqué a construir miniaturas de mis muebles, a escala, para decidir dónde los iba a colocar. En realidad, el departamento finalmente fue diseñado para estos muebles.
¿Cómo describirías el estilo de la decoración?
Mi madre es francesa, mi padre vivió muchos años en París, en mi casa se hablaba francés; no te quepa la menor duda de que el estilo es francés pues de ahí provienen los muebles que heredé de mis padres.
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¿Y el amor por las antigüedades?
Lo heredé de mi padre. Me fascinan las antigüedades y donde más disfruto es en las tiendas que los venden. Lamentablemente en Ecuador ya no hay anticuarios, supongo que sucedió porque se sobrevaloraron las piezas antiguas y la gente dejó de comprarlas. Diferente es la historia en Lima, Buenos Aires o Bogotá, ciudades en las que uno encuentra zonas enteras de anticuarios.
¿En dónde compraste lo que no es heredado?
Te cuento una anécdota. Hace algunos años cuando regresaba de la hacienda, me detuve en un semáforo detrás de un camión cargado de muebles. Desde mi carro lograba identificar la pata de una mesa o la esquina de una cómoda, y con sólo ver eso supe que eran antigüedades. Me bajé y abordé al conductor del camión para saber a dónde llevaba los muebles. Me contestó que los iba a vender a un anticuario, y sin más, le pregunté el precio de toda la carga. Tres millones de Sucres, fue su respuesta. Eran de una señora ambateña que había muerto y sus hijos no querían las antigüedades. Iban en camino al anticuario a triplicar su precio.
Me imagino lo que siguió…
A pesar de que no sabía exactamente qué había en esa carga, no me demoré ni un segundo en proponerle que se ahorrara el viaje al anticuario porque yo le pagaría esa cantidad. Inmediatamente aceptó la oferta y me siguió hasta mi casa. Por coincidencia, mi marido llegaba en ese momento y cuando le conté lo que había hecho, obviamente pensó que estaba loca. La compra fue todo un éxito pues la carga incluía escritorios antiguos, una mesa con mármol, un mueble taraceado, baúles y otras piezas únicas. Comprar la carga fue arriesgado, como muchas otras decisiones en mi vida, pero desempacarla fue una agradable sorpresa.
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¿A qué otras decisiones arriesgadas en tu vida te refieres?
Incurrir en la actividad ganadera fue, sin duda, una decisión arriesgada. Te cuento la historia. Mi padre tenía una hacienda arrendada, y cuando tenía ya 80 años, debía decidir la renovación del contrato. Me pidió que le ayudara con el proceso de renovación y fue cuando me percaté de que algún día esa hacienda sería mía. Yo tenía 33 años y ni la más remota idea de lo que era una vaca o un pasto, pero se me ocurrió la descabellada idea de proponer a mi padre que me subarrendara la hacienda.
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¿Aceptó la propuesta?
Me mandó con viento fresco! Me preguntó si yo pensaba que en la vida todo era soplar y hacer botellas, pero pocos días después me invitó a almorzar. Sobre la mesa, donde debía estar el plato y los cubiertos, me encontré con una pila de siete libros. Era el curso completo de ganadería que dictaba la Universidad de Cornell. Me propuso que, cuando hubiese leído todos esos libros, me arrendaría la hacienda.
Y así te convertiste en ganadera…
Pasé por todos los cuestionarios que mi padre me hacía cada vez que nos veíamos, pero pasé el examen y me arrendó la hacienda. Al firmar el contrato, con las debidas formalidades de abogado y notario incluidas, fue cuando me di cuenta de la aventura en la que me había metido. Él confió en mí, nunca controló ni criticó mi trabajo. Me visitaba con frecuencia, revisaba silenciosamente lo que hacía, y me felicitaba por mis avances. Me dejó aprender sola, en la escuela de la vida.
¿De ganadera novata a Presidenta del Comité de Erradicación de la Fiebre Aftosa?
Sí, fui Presidenta del comité local del cantón Mejía. Soy temática en temas sanitarios del ganado y era evidente que el tema de erradicación de la aftosa era un capítulo pendiente en Ecuador. Decidí ayudar y me metí de lleno en ello. Cuando asumí la presidencia habían 12.000 cabezas de ganado que se vacunaban
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85.000 cabezas de ganado. Después de eso asumí otros cargos, como Directora y luego Vicepresidenta de la Asociación Holstein.
¿La hacienda es netamente ganadera?
Durante muchos años me dediqué a la agricultura, concretamente a la producción de brócoli, pero hoy soy netamente ganadera. Tengo ganado Holstein registrado, en plena producción de leche, y también hago fardos de enolage, que son esos rollos grandes de hierba que se producen para alimentar a las vacas en épocas de sequía.
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¿Qué opinas de la invasión del campo por el crecimiento de la ciudad?
La verdad es que es impresionante. La ciudad es como un monstruo rampante que crece por todo lado. Extiende los tentáculos de un mal concebido desarrollo para dar paso a un caos sin planificación ni regulaciones, sin límites; donde todo es un amasijo de bloques grises y varillas de hierro vistas, que en ciertos sectores se parece a Afganistán. Antes, cuando la brecha de salarios era grande, era obvio que el campesino buscaría vivir en la ciudad; pero hoy, a pesar de que el salario del trabajador del campo está unificado con el de la ciudad, todavía hay mucha migración. Sucede en Ecuador y en el mundo entero, las generaciones jóvenes prefieren la ciudad.
¿Falta supervisión por parte de las autoridades para ordenar este crecimiento?
Para construir en ciertas partes de la ciudad los permisos son dificilísimos de conseguir, y te piden cuarenta mil requisitos. En otros lados, la municipalidad no se da por enterada de lo que sucede. Salir de Quito hacia el sur o hacia el norte es muy penoso. Ya no hay campo, sino una serie de edificaciones al borde de la carretera que en algunos años costará millones expropiarlas para ampliar las vías. Es el resultado de mentalidades cortoplacistas que no proyectan el desarrollo a futuro.
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¿Cómo divides tu semana?
Los fines de semana, y tres días entre semana, estoy en la hacienda. El resto los vivo en Quito disfrutando de mis amistades y los juegos de cartas. No tengo placer más grande que poner una buena mesa, puede ser estilo campestre o muy formal, alrededor de la cual reúno a mi familia y amigos con mucha frecuencia.
¿En qué punto de la carretera te transformas de ganadera en señora de ciudad?
En realidad no existe transición, soy la misma persona. Disfruto del campo y la naturaleza, al mismo tiempo que me encanta la vida urbana, la ciudad y su gente, los compromisos sociales. Son diferentes facetas en las que se expresa por igual la belleza de la vida.
¿Qué tipo de cocina le gusta?
Mi cocina tiene el sabor de los recuerdos, del aroma de los platos de mi madre, de mi infancia. No me guío por recetas sino, por el contrario, trato de recrear esos olores que traen a mi mente la exquisita cocina francesa y el cariño de mi madre. También preparo platos de cocina tradicional ecuatoriana, pero debo reconocer que no soy tan creativa como para inventar cosas diferentes.
¿Qué más recuerdas de tu madre?
Muchas cosas bellas que sería imposible comentar, pero resalto que era una paisajista impresionante. La
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hacienda de mis padres en el Carchi, que la heredó mi hermano Carlos Manuel, tiene los jardines más lindos de Ecuador. Los hizo mi madre, y los cuidó cada día de su vida.
Pasados los años, ¿piensas que la ganadería es tu pasión en la vida?
Definitivamente es mi pasión, a pesar de que nunca hubiera sido mi profesión. Yo quería estudiar diseño. Cuando terminé el colegio fui a Roma y me inscribí en la Escuela de Bellas Artes para estudiar diseño de textiles. En ese lapso mi madre enfermó del corazón y no duró más de un año con vida. Esa circunstancia me trajo de regreso al Ecuador, tenía 19 años, y mi padre me entregó las llaves de la casa y la responsabilidad de manejarla.
Si tuvieras que elegir, ¿preferirías Machachi o Quito?
Dios me ha bendecido al no tener que elegir. Me encanta el bullicio de la ciudad después del silencio del campo.
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