Por Caridad Vela
Maquilladora: Anabel Merchán
La sostenibilidad es fundamental para que el mundo siga existiendo tal como lo conocemos. Ríos, mares, bosques, nevados, glaciares, animales, plantas, aire limpio… Ingentes recursos se invierten en encontrar la manera de componer lo que hemos dañado para que el ser humano cohabite con el entorno.
Tal vez es atrevido afirmar que esos esfuerzos serán vanos si ese mismo ser humano no se ocupa de cuidar su sostenibilidad emocional, de entender sus sentimientos, sufrirlos, llorarlos, manejarlos y superarlos. Esta reflexión me lleva a preguntarme ¿de qué sirve un entorno maravilloso si andamos con el alma rota?
Ante esta disyuntiva llamé a quien se ha convertido en referente en sostenibilidad emocional, mi admirable amiga Estéfani Espín. Una emotiva conversación me lleva a concluir que, a falta de una capa de ozono que proteja nuestras emociones, debemos crear una energía conductora que nos marque luces en el camino.
Esa energía conductora es el amor, las relaciones personales. Sin el abrazo, la sonrisa o el apoyo, nada habremos logrado protegiendo el ambiente si descuidamos el alma.
¿Cómo interpretas la sostenibilidad emocional?
Como algo que nos urge y nunca nos enseñaron. El ser humano debe descubrir qué necesita su alma, encontrar herramientas para la vida, para sostenerse. No hay maestría para eso, es la cuerda floja de la vida la que nos enseña. El dolor, los retos que aparecen a veces sin buscarlos, nos obligan a desarrollar entereza y habilidades emocionales para sortearlas, y poner a la vida nuevamente en su lugar. No sabemos lo frágil que es nuestra estabilidad emocional. Paradójicamente, lo que más nos cuesta sostener es en lo que menos trabajamos.
Recuerdo un capítulo de tu vida que me comentaste hace algunos años, la pérdida de un hijo en el embarazo. ¿Esa fue tu primera cuerda floja?
Sí, él se llamaba Tomás y el médico me había anticipado que venía con problemas y que iba a morir antes de nacer. Lo dejé crecer en mi vientre hasta que Dios decidió llevárselo. Pensé que esa era la prueba que Él había puesto en mi vida, que esa era mi batalla, la montaña que debía superar. Pero la verdad es que llegas a la cima y te das cuenta que recién estás al inicio de la siguiente montaña.
¿Cómo lo interpretas?
Con ese primer capítulo Dios me estaba preparando, quería que esté lista para la siguiente montaña, que iba a ser mucho más grande. Me enseñó a gestionar mucho dolor, emociones y empatía, a lograr conexión con mi vida y con mi espiritualidad. Me preparó para lo que vendría después. En ese momento no lo vi así, esa era mi montaña y la había superado.
Y llegó Emilia con problemas de salud…
Y marcó un antes y un después en mi vida. Fue probablemente el momento más doloroso que recuerdo. Rett… esas cuatro letras… ni siquiera sabía lo que eran… pero estrangularon mi corazón con dolor. No hay cura y tiene poco pronóstico de vida, y la tenía Emilia. En ese momento sentí que la vida me vaciaba, me desnudaba, me dejaba sin nada, y no entendía. Yo ya no tenía nada más que darle a la vida, y me rompí en todos los pedazos en los que humanamente te puedes romper. Son dolores inhumanos, nadie se puede recomponer de ellos.
Te dejó el alma rota…
Me partí en mil pedazos, pero gracias a que pude anclarme a una parte espiritual que Dios venía cultivando en mi vida, tuve de dónde agarrarme. Es un proceso, estoy en ese proceso, y no puedo decir que me he vuelto a armar porque cada día me rompo un poco más, y no puedo evitarlo. Veo a mi hija perder algo todos los días, y a una madre no le puedes decir que es un tema que va a superar. Dios, o la vida, tienen su formas de desintegrarnos para luego volvernos a integrar desde un lugar distinto que nunca imaginamos que existía.
¿Dios es la única vía?
Para mí sí. Dios te moldea de la nada, te deja en cero para empezar de nuevo. No podría sostener este camino sin fe, y mi fe es en Dios, a pesar de que al principio la dudé porque no podía convertir esta situación en la búsqueda de un para qué. Prefería que me arranque a mí el corazón, pero que no tocara a Emilia. Me negué durante seis meses a escucharlo, yo sabía lo que Dios me pedía, pero no entendía porque eligió esta manera para hacerlo. Estaba muy dolida.
¿Hasta que te rendiste y reaccionaste?
Llegué a un acuerdo con Dios. Firmé un contrato con Él, en el que le dije acepto, yo voy a ser tu instrumento en todo lo que te dé la gana, pero hay dos cláusulas. Una, yo golpeo las puertas y Tú las abres en todo lo que quieres que yo haga. Dos, Tú encárgate de Emilia, porque si quieres que yo sea tu instrumento, cuídamela. Yo, humanamente, puedo encargarme hasta un lugar, y hay tanto que no puedo controlar que necesito dejártela a Ti. Solo si yo sé que está en tu regazo y que Tú estás abrazándola, puedo seguir caminando. Hasta hoy, ambos hemos cumplido el contrato.
¿Eso te llevó a crear un espacio para personas que tienen enfermedades incurables y sus familias? ¿Es esa tu misión?
Escribí una frase en el libro que espero algún día publicar: no hay fuerza más grande que el dolor de una madre convertido en motor. Ese dolor es tan monumentalmente fuerte que convertido en motor es imparable. Por eso me puse a trabajar con madres de niños con discapacidad severa, con enfermedades incurables, madres que saben que van a perder a sus hijos o que ya los han perdido. Aprendemos a vivir con el dolor por que no podemos dejar de ser felices. Le pido a Dios que mi amor siempre le gane a mi dolor, y así vivo todos los días.
¿Ese es el camino que te trae paz?
Nos convencieron que la felicidad es ausencia de dolor, pero yo puedo dar fe de lo contrario. Soy inmensamente feliz y vivo en dolor todos los días. Creo que este es un mensaje que puede cambiar a la humanidad. Emilia tiene tres años y poca expectativa de vida, hoy la tengo y soy feliz, si mañana no la tengo seré feliz por haberla tenido hoy. Agradeceré mi vida entera por los años que pueda vivir con ella.
¿Cómo lograr sostenibilidad emocional cuando la vida juega en contra?
La vida es, en sí, un problema a resolver, pero gran parte de nuestro tiempo lo vivimos en piloto automático, sin asentar. Yo sí creo en los planes perfectos, y por eso monté una academia de educación emocional hace cinco años, sin entender cómo una periodista que ha dedicado 17 años de su vida a la política, decide tomar el camino de la educación emocional y mover todas sus plataformas para llegar a casi 1.700.000 personas con contenido de crecimiento personal y educación emocional.
¿Cómo surgió la Academia En Busca de Sentido?
Empecé a formarme en Ecuador con Rodolfo Cabrera y continué en el exterior con profesionales que me recomendaron. Necesitaba encontrar las herramientas para gestionar el dolor, la crisis, la fortaleza, etc., porque, a mi criterio, son los escenarios en los que la gente necesitaba trabajar. De hecho, humanamente no podría hacer esta entrevista contigo si no fuera capaz de gestionar esas emociones. En ese momento no sabía que Dios me estaba preparando para la vida, me estaba dando un aprendizaje, un libro para leer, para que lo comparta con mucha gente que atraviesa situaciones de dolor.
Compartir ese aprendizaje te llevó a romper la intimidad de tu familia. ¿Fue difícil?
No era algo que quería hacer. A pesar de ser una persona pública, mis hijos y mi rincón familiar siempre han sido sagrados. No hubiera querido compartir nuestra intimidad, pero es parte del acuerdo que tengo con Dios. Siento que ese es el propósito que Él tiene con mi historia, que por dolorosa que sea, ha traído paz a muchas madres que, finalmente, después de años de no saber qué tienen sus hijas, lograron un diagnóstico. Hay días en que solo quiero abrazar a Emilia, no quiero entregar mi vida ni la de mi hija a nadie más, porque tengo un reloj en contra. Y cuando tengo estos dilemas, mi motor son las miles de mujeres que me escriben y me dicen “hoy estuve a punto de tirar la toalla, no puedo más con la historia de mi hijo, pero la tuya me inspira”.
¿La mayoría son mujeres?
Si logramos salvar la salud emocional y mental de una madre, estamos salvando el mundo. Si esa mamá no se levanta de la cama, esa familia se derrumba, ese matrimonio se cae, esos niños se desatienden y el efecto es multiplicado por cinco. Eso es lo que trae la enfermedad y la discapacidad. Afortunadamente he logrado que esto lo entiendan las más grandes empresas, los gobiernos, ministerios, instituciones y organismos internacionales con los que estoy trabajando. No se trata de una persona enferma o de su discapacidad, estamos hablando de todo el núcleo familiar y, en consecuencia, de un Ecuador que se descompone si no lo atendemos.
¿Estabas preparada para cumplir ese propósito?
Nunca en 17 años de periodismo he tenido que ir personalmente a la Asamblea, a pelear uno a uno con los asambleístas para que aprueben una ley a favor de la discapacidad. Jamás había tenido que coger un teléfono y argumentar los motivos por los que esta ley no se puede caer, nunca he tomado un avión para reunirme con organismos internacionales y hacer un intenso lobby para que vengan a Ecuador a financiar proyectos de inclusión. Siempre anduve en puntillas en esos entornos, con un cuidado muy periodístico, pero cuando vives circunstancias como la que me toca vivir, Dios te quita el escudo para que la lucha sea a cuerpo limpio. No tenía nada que perder, y luchando he ganado mucho para miles de familias en el país.
¿Qué opinas sobre la sentencia de la Corte Constitucional que legalizó la eutanasia?
La vida nos conectó a Paola Roldán y a mí. Su hijo Oliver y Emilia nacieron el mismo día, un 11-11. No estoy de acuerdo con la eutanasia, pero después de conectar con Paola, sería la última persona en juzgar el que alguien quiera tomar su decisión de morir, que es el derecho que ella ha logrado. Más allá del tema legal, esto me deja un mensaje aún más fuerte, y creo que podría ser una lección para muchos católicos. No me siento humanamente capaz de juzgar a alguien que en dolor ama la vida, pero el dolor es tan fuerte que está lista para descansar.
¿Nada es blanco o negro?
Estoy de acuerdo en que debemos defender nuestros principios y nuestros valores, pero cuando uno entra en estos escenarios me pregunto, ¿quién es quién para juzgar los grises que te trae la vida? No todo está escrito en blanco o negro. Lo que ha hecho Paola es abrir al mundo una mirada mucho más empática, estés a favor o no, ante aquellas personas que viven en dolor y no quieren sufrir más.
¿El dolor desaparece, o solo aprendemos a gestionarlo mejor?
El dolor no se va. Los dolores del alma no los cura ni el tiempo. De hecho, con el pasar de los días los siento y los vivo aún más, porque estoy más consciente de cómo se escriben los días en la vida de mi hija, y eso es increíblemente doloroso. Si logras gestionar ese dolor, lo conviertes en materia prima de algo más que te permite transformarlo. Un experto con el que trabajo en la academia, después de estudiar profundamente el cerebro me explicó cómo las conexiones neuronales son capaces de cambiar de una manera inimaginable con amor. Mi dolor es tan fuerte que mi amor es difícil de contener, y es mi motor transformador.
Hace 17 años, cuando iniciaste tu carrera en televisión, ¿te viste ocupando este lugar?
Nunca imaginé que la vida me pondría en esta situación. Tengo el firme convencimiento de que algún día en el noticiero daré la noticia de que hay la cura para Rett. Probablemente Emilia no llegue a ese día, pero será un alivio para mi alma estar viva para darla.