Por Lorena Ballesteros
Emprender. Un verbo que Pamela Salvador aprendió a conjugar desde niña. Recuerda que entre sus juegos de la infancia estaba el de tener una empresa, un negocio propio. Se entretenía entregando facturas en una dinámica lúdica de vender productos o servicios.
Por lo tanto, no fue el azar quien decidió que estudiara Administración de Empresas en Webster University en San Luis, en Misuri. Esta institución está reconocida globalmente por la innovación en todas sus escuelas. Sin embargo, en la época en que Pamela se enroló en la universidad, no existía un programa o una carrera de emprendimiento. Siguió administración y hacia la mitad de sus estudios se especializó en esa área.
Tiene 36 años. Con el paso del tiempo su olfato profesional se ha ido agudizando. Es menos soñadora y más aterrizada. Aunque su mente apasionada siempre está volando alto, sus pies son capaces de hacerla dar pasos cortos, pero firmes y seguros. Es un camino que ha forjado con la experiencia que ha adquirido desde que regresó a Ecuador después de vivir sus años universitarios en Estados Unidos.
Antes de lanzarse al mar del negocio propio fue nadando en aguas más tranquilas. Su primer trabajo, en relación de dependencia, lo ejerció en la Cámara de Comercio de Quito (CCQ). Formó parte del proyecto “Tu negocio en marcha”, dedicado a promover la creación de pequeñas empresas en la capital. El objetivo primordial era el de formar a potenciales emprendedores. En su momento, esta incubadora apoyó a más de 8.000 negocios de distintos sectores económicos.
Cuando su instinto le dijo que había llegado la hora de dar un paso al costado, lo hizo. Su primer “grito de independencia” fue la consultoría. Se lanzó a ofrecer servicios de asesoría para emprendedores. Como ella lo explica, “era como un bootcamp para personas que querían ponerse un negocio propio”. Ese coaching consistía en guiarles por el modelo de negocio, explicarles la teoría del emprendimiento, los pasos a seguir. Esa formación a terceros la ayudó para pulir su conocimiento. Sin embargo, la teoría no es igual a la práctica. Sintió la necesidad de poner un alto las asesorías y dar su propio salto.
Su primer emprendimiento se llamó Estelara, dedicada a la exportación de artesanía con diseño. Junto a su socia encontraron un mundo de posibilidades en los distintos rincones del país. Invirtió todos sus ahorros y pensó: “no hay por dónde perderse, todo está perfectamente estructurado”. Lastimosamente no lo estaba. Si bien había seguido todos los pasos, le faltó desarrollar una estrategia comercial sólida. Con inventario listo, el negocio fracasó.
Pamela no es una persona que se derrota fácilmente. No es de las que hace meses de duelo. Su filosofía está más cercana a la de “llanto sobre el difunto”. Aunque el golpe de no haber acertado en su primer emprendimiento le afectó, dio vuelta a la página. Aprendió que en esta carrera las caídas son banderas. No se trata de fracaso, sino de aprendizaje. Como es obstinada, sabía que jamás cometería los mismos errores.
Cuando Olivier, su primer hijo, tenía tan solo seis meses de haber nacido, Carmen Guerra, hermana de su suegra que había fallecido, le incitó a un nuevo negocio. Le hablaba de alimentos fermentados, del poder de los probióticos, de la posibilidad de innovar en el mercado con un producto de salud y bienestar para los ecuatorianos. Pamela, en babia, se puso a investigar más. Decidida como es, se metió de cabeza. Descubrió un universo alterno: el de las bacterias. Ese conocimiento fue la base para asentar los pilares de Keif Organics.
Carmen y Pamela formaron una relación laboral equilibrada. Desde un inicio Carmen se dedicó al desarrollo del producto. Pamela al modelo de negocio. Iniciaron con bebida de kéfir. El kéfir es un producto lácteo, como un primo hermano del yogurt, que se fermenta con levaduras y lactobacilos. Esta bebida ancestral mejora la digestión, promueve la multiplicación de probióticos (bacterias buenas) en el intestino, regula intolerancias, entre otras bondades. Keif Organics promueve un estilo de vida enfocado en la salud intestinal, en la buena alimentación. Con el paso de los años, además de kéfir, cuentan con otra línea que es la de suplementos probióticos.
Cuando arrancaron, en 2019, lo hicieron con un proceso artesanal. Vendían el producto a sus amigos y familiares. Bajo el método de prueba y error llegaron a instalar su propia planta, a sacar registro sanitario y entrar a los principales supermercados del país. En este relato la historia del emprendimiento parece sencilla, pero para Pamela ha sido como dar a luz y criar a otro hijo. Que, por cierto, en pleno desarrollo de Keif le llegó la noticia de su segundo embarazo. Theo nació a inicios de 2021.
Le pregunto si la maternidad le genera frustraciones. Con resolución asegura que no. Que sus hijos son otra fuente de aprendizaje. “En nuestra generación el adulto siempre tenía la razón, no se cuestionaba la jerarquía, se minimizaban las emociones de los niños”. Su perspectiva de coach empresarial le ha servido para mirar con otros ojos la crianza de sus hijos. Ella aprende de Olivier y Theo, incluso de sus demandas y berrinches.
Podría ahogarse en un vaso de agua, porque no es fácil tener a dos pequeños y a la vez estar encima de un negocio propio. Su esposo, Gonzalo, también le aporta el equilibrio necesario para mantenerse a flote. Mientras ella quiere devorar el mundo de un solo bocado, él le enseña a ser más paciente.
Ambos se involucran en las dinámicas familiares. Ambos respetan el espacio personal y profesional del otro. Pamela es esquemática. Cree en calendarios, agendas, horarios y procesos. Incluso, para alternarse en quién hace ejercicio por la mañana, y quién lo hace por la tarde o noche se organizan anticipadamente. Los roles de ella y su esposo no tienen pierde. Esos esquemas dan seguridad en su horizonte.
Esa manera de ser, de vivir el ahora sin lamentarse por el pasado, o sentirse ansiosa por el futuro, le ha permitido aceptar todo lo que viene, lo bueno y lo malo. Hace muchos años, incluso antes de casarse, enfrentó la muerte de Paulina, una mujer excepcional que contó su historia en las páginas de esta revista y que incluso ocupó la portada. Pamela sabe de duelos, de soltar y no aferrarse, pero también sabe de honrar y recordar.
Esa capacidad de aceptación le sirvió para enfrentar otro episodio impactante. A inicios de año ella y su familia fueron víctimas de la ola de violencia e inseguridad que aqueja a Ecuador. Una noche fueron sorprendidos en su casa. Una casa en la que había vivido desde que contrajo matrimonio. Una casa que era muy especial porque era la de Paulina, era una especie de mausoleo en su memoria. Ese lugar seguro fue invadido. Sin embargo, con calma y sabiduría enfrentaron el asalto. Lo material está perdido. Sus vidas a salvo. Sus hijos tranquilos, sin traumas posteriores.
Como para dar vuelta a la página se mudaron de casa. Se llevaron consigo todo el mobiliario y las piezas de arte de su suegra. En un nuevo espacio volvieron a fundar su hogar. Se quedaron en el sector de Cumbayá porque allí está instaurada la dinámica de ambos. La planta de KEIF, la oficina de Gonzalo, la guardería de sus hijos.
A una casa arrendada le dieron el calor de propia. En las paredes blancas resaltan los cuadros que heredó de Paulina, obras de distintos pintores reconocidos. La decoración refleja su esencia. Porque si bien Pamela vive el día a día, es alguien que guarda con amor los recuerdos. Como la radiola de su abuela materna, que después de pasar por un proceso de restauración es uno de los elementos vintage de su comedor.
Aunque no lo mencionó explícitamente, se denota una preferencia por los colores cálidos. En su sala una banca tapizada de fucsia es la protagonista, al igual que otra de los mismos tonos en el recibidor. Su vestuario se destaca por accesorios vistosos o prendas coloridas. Esa fuerza es la que expide en todos los aspectos de su vida. Pamela es una mujer que no tuvo miedo a emprender y que poco a poco va cosechando los frutos de su riesgo.