Por Lorena Ballesteros
Conocí a María Paz en la secundaria. Batallamos juntas contra las matemáticas y no tardamos en hacernos buenas amigas, pues ambas compartimos el don de la palabra y el clamor por la justicia. Ella se decantó por el Derecho y yo por el Periodismo, pero los caminos de nuestras vidas nunca han dejado de encontrarse.
Esta vez nos reunimos para hablar de su trayectoria profesional, de las metas cumplidas, del momento político del país. Pero también de los retos que enfrenta tras haberse convertido en la primera presidenta ejecutiva de la Cámara de Industrias y de Producción (CIP). En 86 años nunca una mujer había ocupado ese cargo.
No es de sorprenderse, pues desde las aulas del colegio encontró espacios para ejercer su liderazgo. Cuando en 1999 fue designada como secretaria general de CAMINU, el Modelo Internacional de Naciones Unidas del Ecuador, sus compañeras y amigas supimos con certeza que aquella sería solo la primera de muchas otras designaciones.
Se graduó de abogada en la Universidad San Francisco de Quito, con un diplomado en Derecho Comunitario por la Universidad de Salamanca. Posteriormente estudió una maestría en Relaciones Internacionales con mención en Seguridad Internacional por la FLACSO. Fue así como conoció a la politóloga Grace Jaramillo, su primera mentora. De su mano transitó por el campo de las ciencias sociales.
María Paz se convirtió también en politóloga, una que combina el estudio del derecho con la política pública y que mira al país insertado en el escenario global. Por algunos años se dedicó a la investigación y al trabajo académico. Fue profesora en la Universidad San Francisco, en la UDLA y luego en la SEK. En esta última institución ejerció (hasta mediados de 2022) el decanato de la Facultad de Ciencias Sociales y Jurisprudencia, un cargo que le dio vitrina mediática como analista política. Durante los últimos procesos electorales, y en medio de los turbulentos paros nacionales, María Paz se hizo escuchar con sus mensajes coherentes y democráticos.
En este punto del relato merece la pena ir unos años atrás y recordar que en la época de mayor asfixia del correísmo estuvo vinculada al Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, en la división civil de inteligencia. María Paz trabajaba como analista. Correlacionaba información sobre las fuerzas políticas al interior de la Asamblea Nacional y entregaba estos insumos al Comando Conjunto. A manera de anécdota señala que entraron al lugar de trabajo cinco colegas mujeres de la FLACSO. Durante el proceso de selección el general preguntó, “¿no había varoncitos para este cargo?” y desde la academia le respondieron que él había pedido a los mejores egresados de Relaciones Internacionales y Seguridad Jurídica, y a ese pedido es al que habían respondido.
Por la manera en que se configuran los estereotipos, parecería que ese trabajo fue el más retador en cuanto a equidad de género. ¿Una mujer entre militares? La doctora, como le decían sus colegas, demostró que el género no es una condición que determina el éxito profesional. Sin embargo, ahora que está vinculada al campo gremial y empresarial dice que las diferencias son menos visibles, pero más palpables. Lo que queda claro es que ella nunca ha temido alzar su voz o hacerse notar entre sus pares masculinos. Si llega a incomodar, no se preocupa. Esa es precisamente la manera en que se generan los cambios: inquietando y saliendo de la zona de confort.
Dice que se reconoció como feminista después de leer a Virginia Woolf, aunque sus primeros visos de activismo ya se perfilaron en su infancia. Desde pequeña se cuestionó sobre el escaso número de mujeres en el Congreso Nacional; le preocupaba que la crianza de los hijos recayera exclusivamente sobre las madres; que sus compañeras de aula temieran decir lo que pensaban frente a sus compañeros. Por eso, su lucha por romper barreras es la que la ha llevado hasta el cargo que ocupa actualmente. Está consciente de que su trayectoria ha estado amparada por el privilegio: la educación que recibió en su hogar, la formación académica, el respaldo de sus padres y más adelante el apoyo incondicional de Christian, su esposo.
María Paz es una mujer de convicciones. A veces testaruda. Parte de sus esquemas se rompieron con la maternidad. Desde que llegó Simón, su primogénito, y luego Elena, la niña de sus ojos, fue aún más consciente de los cambios que deben darse para alcanzar la equidad. Está convencida de que se debe politizar la maternidad para concebir una sociedad más democrática y de desarrollo. “Yo milito en mi maternidad”, asegura.
A pesar de su agenda laboral apretada, el tiempo con sus hijos no es negociable. Es una madre presente, cariñosa, preocupada, a veces en extremo. Desprenderse ha sido un reto. Recuerda con nostalgia los primeros meses de vida de ambos, días que se los dedicó enteramente y en los que puso en pausa sus actividades laborales. Su maternidad ha sido sufrida. En un momento, incluso determinada por el miedo de perder a Simón, pues nació con una condición cardiaca.
A pesar del temor, con la ayuda de su esposo, de sus familiares y en especial de personas como Mauricio Montalvo, regeneró su confianza en la vida, en el optimismo y sobre todo en su talento. No hay mejor legado que pueda dejarles a sus hijos que el del esfuerzo, la responsabilidad y el trabajo. Sus mentores son los que la empujaron a seguir adelante, a no conformarse y a encontrar mecanismos para combinar ambos roles, sin descuidar ninguno.
Otro aspecto relevante en María Paz es su feminidad. A las feministas que militan se las encaja en moldes estigmatizantes de marimachas. Al contrario, ella es sobria en su estilo, pero como bien se diría “no se le mueve un pelo”. Es fashionista desde que tiene uso de razón. Es el ejemplo de que se puede leer a Simone de Beauvoir y también la prensa del corazón. Para ella no hay mejor plan que visitar tiendas de telas y diseñar sus propios vestidos. Si no hubiera sido abogada y politóloga, seguramente habría sido diseñadora de modas. Ese gusto por lo estético le viene de Gioconda, su madre, decoradora de interiores. Por eso, en la casa de María Paz es constante el cambio de muebles, tapices, texturas y colores. Justamente el día de esta producción de fotos, la mitad de los muebles de su sala y comedor estaban remodelándose en el taller.
Durante los fines de semana disfruta de estar en casa. De los comienzos tardíos, de los desayunos prolongados. Le gusta invitar a familiares y amigos. O deleitarse con la cosecha de su jardín. Es de esas personas que valora los placeres sencillos de la vida. Desde que sus padres viven en Cumbayá, como ella, las dinámicas con los niños también son más fáciles. Reconoce que las abuelas son pilares fundamentales en el apoyo y crianza de sus hijos. Y aunque cuenta con el apoyo incondicional de sus padres y sus suegros, es María Paz la que se encarga de la mayoría de las rutinas extracurriculares de sus pequeños.
Ahora, desde su cargo, demuestra que sí hay diferencia entre los liderazgos masculinos y femeninos. Sin que uno sea mejor que otro. Simplemente evidencia los detalles que los hacen distintos y promueve una sociedad más equitativa y que valore ambos roles.
Tu designación marcó un precedente. ¿Cómo has asumido esa responsabilidad?
Esto es un camino recorrido. Yo no estoy haciendo nada extraordinario. Pertenezco a la generación que está cruzando las puertas que otras mujeres ya abrieron para nosotras. Esa es una justicia generacional que tenemos que hacer.
Decías que las diferencias son menos visibles, pero más palpables en el sector gremial y empresarial.
Sí, es más conservador. Pero debo reconocer que nunca había vivido la sororidad y red de apoyo que he tenido estos meses en el mundo empresarial.
¿Esto no sucedía en la academia?
No, porque esas discusiones en ese campo ya pasaron. En lo académico hay más equidad, incluso mayor presencia femenina. Pero actualmente es desde lo empresarial que se están generando los cambios, se están abriendo más puertas para que las crucen otras mujeres que vendrán después de nosotras.
¿Te etiquetan de feminista?
Hay señoras de la generación de nuestros padres que me dicen: “usted tan inteligente no me vendrá con esas ideas del feminismo”. Y les respondo: “ustedes son feministas también porque creen en la igualdad”. Porque yo concibo el feminismo como eso, como una corriente política, histórica, literaria, que ha generado espacios para la equidad de género. El desconocimiento ha satanizado al feminismo. El feminismo no es el antagonismo del machismo, es una reivindicación de derechos humanos.
¿Qué te sorprendió del mundo gremial?
Que a pesar de que hay mujeres en cargos directivos no se hablaba de igualdad, sino de libertad de mercado. Es un mundo más conservador, pero sin darse cuenta las mujeres de este ámbito son feministas, pues celebran la conquista de una como la de todas. Hay una sororidad que no había visto en otros sectores.
¿Cuál es tu opinión respecto a las cuotas en empresas o a la paridad entre hombres y mujeres en los binomios presidenciales?
Soy una fiel defensora de las cuotas. Necesitamos iniciativas que propicien la equidad. Mi posición responde a una preparación y trayectoria profesional, pero yo vengo del privilegio. Cuando en unos años tengamos a mujeres con apellidos indígenas, de escuelas fiscales que ocupen cargos directivos en empresas grandes, estaremos frente a cambios sustanciales.
Vienes del mundo académico, ¿tenías prejuicios sobre el sector empresarial?
Los prejuicios venían de una narrativa política que ha sido rentable durante años: el malo es el empresario. Me siento absolutamente orgullosa de representar al sector empresarial. Yo desconocía la cantidad de buenas prácticas en nuestro país, del trabajo que hacen por la comunidad. También hay que reconocer que existe ausencia del Estado en todos los niveles. En Ecuador quien hace empresa es como el Quijote contra los molinos de viento. Es gente arriesgada y valiente, digna de admiración.
Eres una persona que cree en Ecuador. ¿Cuál es tu mensaje para la ciudadanía?
Que hay que mantener el optimismo y ver la luz al final del túnel. Yo he vivido de la res pública. Es importante que los ciudadanos asumamos responsabilidades y nos involucremos con la realidad del país. Nos tiene que doler para amarlo y sacarlo adelante.
¿Cuál es el contraste de la mirada del país desde lo político y lo empresarial?
Cuando miras el país desde la política y lo público, crees que se cae a pedazos. Sin embargo, una cosa son los dimes y diretes de la política. Desde lo empresarial la vida continua. Aquí no hay chance de quedarnos dormidos. Cuando vemos que la cosa se puede caer pensamos en cómo crear incentivos, en hacer campañas, en la manera de explicar a los obreros la situación política.
El fantasma de los paros nacionales todavía acecha al sector productivo, ¿ese es el temor colectivo?
Traumatizados. Se estima que el costo económico del paro de junio de 2022 fue $40 millones diarios en todo el país y $25 solo en la ciudad de Quito.
En esta coyuntura electoral que nos encontramos, ¿cuál es el pedido que le hace la CIP a los candidatos y al gobierno que se instaure?
Nosotros sabemos que la clave del desarrollo, en todo nivel, es la seguridad. La seguridad física, que hace que los empresarios no se arriesguen porque temen enfrentar el costo de la violencia del país. No podremos estar tranquilos si nuestros empleados no llegan seguros al lugar de trabajo. Hay un costo económico y un costo moral que es el que más preocupa. Además, está la seguridad jurídica que es vital para el sector empresarial. Queremos disputarnos cancha en el mundo.
¿Y en cuanto a lo político?
Hemos hecho un llamado a todos los poderes del Estado. Es momento de dialogar no solo con el Ejecutivo, pero el Legislativo se ha enfrascado en sus pugnas de ejercicio de poder y que ignoran a la ciudadanía. Es momento de que nos den seguridad en toda la dimensión de la palabra. Vamos a trabajar de manera integral para alcanzar ese objetivo.