Por Caridad Vela
Entrevistar es vivir una aventura de inmersión hacia la profundidad de las personas, llegar a aquello que las relaja y permite al verbo fluir. Patricia me permite escarbar con libertad en su esencia. Ella es un libro abierto en cuyas páginas las palabras se entrelazan, conducen orgánicamente el relato de la historia, y me llevan a descubrir un epílogo en el que nada es casualidad.
Su alma abierta transmite incluso algo de ingenuidad. Ni en ella, ni en su casa, hay barreras o escondrijos. Todo es auténtico. Nada abunda, nada se esconde, la verdad se encuentra al desnudo. Me recibe con la puerta abierta de par en par, y desde ahí, aun antes de entrar, veo el río al otro extremo. Esa transparencia y esa luz que inundan su hogar, la inundan también a ella.
Los techos son a doble altura, algo que no era tendencia hace 30 años cuando el Arq. Wilfredo Borrotó la diseñó, pero era lo que ella quería y así se hizo. En esa arquitectura anticipada a su época se refleja la determinación que Patricia tiene en cada una de sus decisiones. No es rebeldía, aunque parecería serlo, es seguridad sobre lo que quiere hacer en su vida.
Patricio Isaías de Estrada
Un puente elevado, sin nada que lo sostenga, junta los dos extremos del piso superior actuando como un vínculo que en su máxima expresión ata lo práctico con lo estético. Los adornos son los justos, cada uno evoca el recuerdo de personas y momentos importantes en su andar por el mundo, ese es su verdadero valor.
Ella, como su casa, son atemporales. El paso de muchos soles y muchas lunas solo las ha enriquecido para mostrar el tesoro que guardan en sus entrañas. Varias etapas han marcado una sucesión de desafíos superados con aciertos, todos relacionados con el interés que nace en su corazón por la labor social.
El que ahora la ocupa se llama Tututor, programa que dirige a través del International Women Forum (IWF), capítulo Ecuador, del que es parte desde su fundación.
¿Cuéntame de qué se trata el programa Tututor?
La idea de Tututor nace en plena pandemia, como respuesta a lo que estaba sucediendo con la educación de los más jóvenes y más vulnerables de la sociedad. Las necesidades eran múltiples, pero las de los estudiantes siempre son las más preocupantes, porque ellos son un futuro que no podemos descuidar. Durante el confinamiento se detectó que había muchísimas falencias en la educación en línea que se intentaba implementar. Nadie estaba acostumbrado a ese estilo de educación, no estaban familiarizados con él, y tampoco había los medios para que los chicos puedan estudiar desde casa.
¿Ese fue el detonante que provocó estructurar este programa?
Desde el año 2020 formo parte del IWF junto a mujeres ecuatorianas sumamente valiosas, muy destacadas cada una en sus ámbitos de acción. Una de ellas, Mónica Heller, me mostró un programa que su hija, Paulina Baum, estaba llevando a cabo durante la pandemia por iniciativa propia. Como joven emprendedora que es, juntó a un grupo de amigos de su universidad para apoyar con los estudios a los hijos de quienes trabajaban en primera línea. Hizo una enorme labor que dio estupendos resultados, logró su objetivo con creces, y si bien el programa estaba estructurado para funcionar a pequeña escala, sirvió para establecer los cimientos de Tututor y aplicarlo a mayor escala.
¿Está dando buenos resultados?
Afortunadamente sí. Lo que nos catapultó a tener éxito fue la contratación de la persona idónea para dirigirlo, Israel Peñafiel, un profesional con amplias credenciales académicas y mucha experiencia en programas de capacitación. Había muchos retos que superar, muchos temas que pulir, para tener la certeza de que lograríamos los resultados esperados.
¿Cuál fue el primer paso?
Analizar los pros y contras de lo que estaba estructurado. Paulina juntó a sus amigos para ser tutores, y funcionó muy bien como programa piloto, pero pasado el confinamiento ellos regresaron a sus universidades. Para que este proyecto fuera sostenible en el tiempo era necesario ir a los colegios, y determinar cuáles querían inscribirse para que los alumnos de sexto curso se convirtieran en tutores, y que eso les sirviera dentro del programa que deben cumplir para graduarse. Paralelamente debíamos entender cómo controlar a los tutores y a los niños, y también cómo guiarlos. Fue un proceso maravilloso ver al programa tomar cuerpo, y muy gratificante confirmar que lo teníamos listo para arrancar.
¿Qué se ha logrado?
Superamos la etapa prueba-error tomando decisiones que han mostrado ser acertadas. A la fecha tenemos más de 763 niños tutelados, aproximadamente 320 tutores, y hemos superado las 5.800 horas de tutoría, todo dentro de un programa que está absolutamente formalizado y tiene una estructura muy sólida que soporta su funcionamiento. Esta primera etapa ha sido tan exitosa que se ha generado algo de bulla. Hace pocas semanas recibimos una llamada de Colombia, en la que nos manifestaron que hay dos colegios que quieren colaborar en las tutorías.
¿En qué materias apoya el programa?
Estamos concentrados en cinco materias principales: inglés, lengua, matemáticas, ciencias naturales y educación artística y cultural. Hemos encontrado que el aprendizaje de inglés es la falencia más grande que tenemos, y es ahí donde debemos reforzar el tutelaje incorporando a más tutores que sean solventes en ese idioma. Es importante recalcar que si bien los tutores son voluntarios y lo hacen por servicio social, los parámetros de selección que aplicamos son bastante estrictos, como también lo son los mecanismos de control y supervisión que contemplamos.
¿El programa esta destinado para chicos de bajos recursos?
El programa no está planteado considerando segmentos socioeconómicos, sin embargo, hemos notado que se produce un efecto de selección natural porque no nos buscan quienes pueden pagar un tutor privado. Tututor es un programa absolutamente gratuito para los tutelados, los tutores no facturan honorarios, pero es muy eficiente en el cumplimiento de objetivos. Lo que no cuesta no tiene por qué ser de mala calidad, y por ello el monitoreo que hacemos para controlar la excelencia en el tutelaje es constante.
¿Abarcan todo el país?
La verdad es que es un programa que funciona virtualmente, y por lo tanto no tenemos limitaciones geográficas. Al momento contamos con colegios e instituciones en doce provincias del país, y conforme siga creciendo nuestra capacidad de acción se incorporarán nuevos territorios, y nuevas materias al programa, porque permanentemente estamos midiendo las necesidades de la gente, con el fin de determinar en qué materias hay debilidades mayores.
¿Cómo se financia el programa?
Al momento se financia básicamente con las cuotas que las mujeres miembros del IWF Ecuador pagamos anualmente al foro, a lo que se suman algunas donaciones que logramos de ciertas instituciones para iniciar el programa. Con eso solventamos los costos el año pasado, pero hemos crecido, y este año sí tuvimos que conseguir auspicios para que la estructura de Tututor no pierda eficiencia. De hecho, aprovecho esta entrevista para invitar a empresas y personas naturales a colaborar con nosotros en este emprendimiento que tanto bien hace al país. Nuestra gestión es auditable y nuestro compromiso es inmenso.
¿La continuidad depende de las donaciones?
Así es. Lo ideal sería que logremos hacer alianzas estratégicas con empresas que se comprometan a financiar este programa, contando siempre con el manejo estructural y administrativo de IWF Ecuador. Nosotros nos encargamos del trabajo, pero requerimos un flujo de financiamiento para que este programa no se detenga nunca. El proceso educativo de los niños ecuatorianos es un problema que debería preocuparnos mucho, porque de la calidad de educación que reciban dependerá su futuro, y el futuro del país.
¿Cuál es el costo anual para mantener Tututor?
El costo anual, con la estructura administrativa que tenemos, es de $22.000. Es decir que con aportes mensuales de menos de $2.000 se puede financiar un programa del tamaño del que tenemos ahora. En agradecimiento y reciprocidad a ese aporte pondríamos el logo del auspiciante en toda la publicidad que hacemos en internet, los niños tutorados sabrán que gracias a esa marca están recibiendo clases gratuitas con un tutor especializado, y obviamente la marca podrá incorporar su aporte en el programa tu Tututor en los reportes de responsabilidad social corporativa. Además lo mencionaremos en las entrevistas que se den a efectos de promocionar el programa, no solo por agradecimiento, sino porque queremos provocar un efecto de contagio que redunde en mayores beneficios para los niños del país.
Mientras más donaciones, más niños se podrá ayudar…
Así es. Ojalá podamos ampliarlo porque las necesidades son infinitas. Los efectos que vemos en la gente involucrada son maravillosos. Hay niños tutorados que quieren convertirse en tutores porque valoran tanto la ayuda recibida que quieren devolverla a otros que la necesitan, y no solo eso, a pesar de ser una relación totalmente virtual, se han creado vínculos tan especiales entre ellos que incluso participan a distancia de las fiestas navideñas.
¿Qué hacer con los niños que no tienen dispositivos electrónicos para conectarse a las clases?
Ese es un problema que lo tenemos identificado, y la intención es determinar cuáles y cuántos chicos no tienen tablets, computadoras o celulares para recibir las clases, y por esa carencia dependen del teléfono de sus padres para conectarse. Una posibilidad es pedir donaciones a empresas y personas que tienen estos equipos y ya no los usan, para entregarlas a los niños. Esta estrategia se podría aplicar en 2023, porque el ciclo escolar de la costa está por terminar y el de la sierra ya está a medio camino.
¿Optimista con lo que Tututor logrará en 2023?
Tendremos que encontrar todos los mecanismos que nos permitan continuar, porque algo tan importante como la educación no puede tratarse como novelería. Ecuador tiene mucha gente buena, muchas empresas exitosas, y confiamos en su sensibilidad humana para apoyarnos. A cambio de ese apoyo ofrecemos el irrenunciable compromiso de quienes hacemos IWF Ecuador para velar por la continuidad del programa.
Sé que Tututor no es tu primer proyecto de ayuda social. ¿Desde cuándo dedicas tu tiempo a esta noble labor?
Es una afición que me viene de familia y se ha fortalecido con Carlos, mi marido, porque él también lo siente así. Llevo entre 35 o 40 años haciendo labor social de distinta índole y mientras Dios me dé vida lo seguiré haciendo. No hay nada más gratificante que ver el rostro de felicidad de la gente que de alguna manera logras favorecer con este servicio. Ver cómo el granito de arena que aportas se vuelve gigante para la persona que lo recibe, es maravilloso, indescriptible.
¿Recuerdas tu primera obra social?
Mi primera participación formal fue formando parte del Directorio del Centro Cívico de Guayaquil. El municipio tenía el centro cívico de la ciudad en comodato y lo devolvió al gobierno nacional para que se hiciera cargo. El gobierno de ese entonces delegó la responsabilidad en una fundación mixta, mitad privada y mitad pública, que nombró al Dr. Juan Carlos Faidutti como presidente. El trabajo era súper intenso, no parábamos, y yo me dediqué de lleno a eso, a tal punto que al cabo de un año el Dr. Faidutti me nombró vicepresidenta. Cuando él renuncia, en 1992, asumí la presidencia y me mantuve ahí por 10 años.
¿Qué proyecto importante ejecutaron?
Tuve a mi cargo la Escuela de Arte que existía, pero era sumamente informal y no tenía una estructuración sólida. Me encanta el arte, y este proyecto me llegaba como un traje hecho a la medida. Lo sacamos adelante hasta lograr que fuera uno de los proyectos más importantes que tuvo el Centro Cívico. Hicimos muchos eventos, conciertos y más, que nos daban un interesante retorno de recursos para reinvertir en el proyecto. Llegamos a tener alrededor de 350 alumnos en la época de colegio, y en invierno logramos superar los mil niños. Las clases no eran gratuitas, el costo era simbólico, porque los profesores sí cobraban por darlas. La Escuela de Arte iba viento en popa, pero lamentablemente el gobierno decidió cerrar el Centro Cívico y no se pudo continuar con esa maravillosa obra.
¿Qué siguió?
Había estado vinculada con Juan Castro Velásquez, que es un personaje muy involucrado en la música, y un día tocó mi puerta para invitarme al Club de la Unión a escuchar a un chico que tocaba el violín maravillosamente bien. El problema era que no había los fondos para enviarlo a estudiar al exterior, y su talento merecía una oportunidad. Fue tan increíble escucharlo que pusimos manos a la obra y conseguimos $26.000 para que fuera a Bélgica. Eso fue hace 18 años y este violinista es ahora director de orquesta. Obviamente esto despertó mi pasión y me obligó a mirar a otros chicos que son músicos muy valiosos y no disponían de recursos para progresar. Armé una fundación en la que involucré a algunas amigas. En un momento dado legamos a tener hasta 20 chicos estudiando en Europa con todos los gastos pagados. Lamentablemente Juan falleció un poco antes de la pandemia y con su muerte cerramos la fundación. Sin embargo sigo ayudando, a nivel personal, a jóvenes destacados que merecen la oportunidad. Tengo un par de chiquillos en Europa y estoy muy entusiasmada con lo que son capaces de lograr con algo de ayuda.
Tu vida está llena de anécdotas que alimentan el alma…
Tengo muchísimas y muy gratas. Ayudar a la gente es algo que da valor a la vida y esa es una recompensa maravillosa. Hace poco me encontré con una profesora de ballet que trajimos de Cuba, luego nos encargamos de que vinieran su hija y su marido. Nos abrazamos y lloramos recordando aquellos días. Ella me dijo que nunca olvidará lo que hice por su familia, y yo nunca olvidaré ese abrazo de gratitud que recibí.