La arquitectura social comprende una mezcla entre las ciencias sociales, las ciencias políticas y la arquitectura en una misma, de tal manera que permite ofrecer soluciones a problemas que afectan a la comunidad, a través de proyectos cuyo resultado es una mejor calidad de vida.
Es importante hablar de arquitectura social para que las ciudades se desarrollen de forma sostenible y para ello se debe lograr captar el interés tanto de la participación de los gobiernos para que promuevan estas iniciativas, como la de los profesionales para que compartan sus conocimientos y habilidades para generar ideas y diseños de transformación e impacto social.
Para traer a nuestras páginas este interesante tema, una de las corresponsales CLAVE! se puso en contacto con el arquitecto protagonista de este reportaje.
Un contenedor de escombros sellado y sobre él un columpio fue la primera prescripción urbana que dio el arquitecto Santiago Cirugeda. Tenía 26 años y aún era un estudiante, pero pensó en remediar la falta de espacios infantiles en su Sevilla natal. “Decían que era centro histórico, que no se podía colocar nada, pero había coches y antenas de telefonía y yo no entendía por qué no podía haber un columpio para los chavales”, cuenta este agitador de la arquitectura que pagó una licencia de ocupación temporal de la vía pública para un contenedor y fue a la comisaría a argumentar que nada de lo que había hecho era contrario. “Esa fue la receta del contenedor. Si usted quiere un parque en su barrio, alquile una cuba, tápela, y ponga encima lo que quiera, un tablado flamenco, árboles o un columpio”.
Cirugeda empezó a prescribir sus soluciones urbanas y en 2007 consolidó el estudio Recetas Urbanas. Poco a poco se unieron otros arquitectos, muchos de Latinoamérica que, según el arquitecto español, aún tienen intacta su capacidad creativa. “Aquí hay un estricto control normativo, hay mucho rigor, y me interesa mucho cómo la gente propone en ausencia de soportes legales o de un apoyo del Estado, me interesa como la gente soluciona las
cosas, como se inventa los barrios, aunque sean informales. Yo aprendí mucho de mucha gente”, dice.
En el sitio web de Recetas Urbanas hay una advertencia que reza lo siguiente: “Todas las recetas urbanas mostradas a continuación son de uso público, pudiendo ser utilizadas en todo su desarrollo estratégico y jurídico por los ciudadanos que se animen a hacerlo”.
Cirugeda ha dado la vuelta a las normas para encontrar esos vacíos que le permiten, por ejemplo, construir casas en las azoteas de los edificios o refugios sobre andamios. Para él son construcciones “alegales” que no están reglamentadas, pero tampoco están prohibidas. “Hemos hecho cuestiones que no eran correctas, pero a nivel administrativo, no a nivel penal o laboral. Nos preguntamos por qué la legalidad urbanística prima sobre derechos como el de la vivienda, el de la participación política, el de la formación, el de la salud, que nosotros promovemos en las obras. ¿Por qué estos derechos tienen que estar supeditados a una norma urbanística?”.
En las recetas que comparte Cirugeda más que la foto final del proyecto aparece el detalle del proyecto, la fecha de ejecución, la legislación, los miedos superados, los apoyos que recibieron, los entresijos, como señala el arquitecto activista. Bajo su supervisión se han ejecutado más de 80 obras en varios países y más de 7.000 personas se han incorporado a las obras.
La autoconstrucción es una de las constantes en el trabajo del español. La leyenda que coloca en la entrada de sus obras ya es un sello propio: “Permitido el paso a toda persona ajena a esta obra”. Sin embargo, todo esto le ha hecho acreedor de algunas críticas de los constructores. “Aquí dicen que la autoconstrucción es del tercer mundo, que ocurre en países pobres, pero en Inglaterra se sacó una ley de autoconstrucción, en Suecia nos han pedido que metiéramos a la gente, a los jóvenes, a trabajar. No es una cuestión de dinero, de abaratamiento de costos, sino es una incorporación de la gente a lo que va a ser su edificio, a tener una aprendizaje, a pasarlo bien, hay unos valores que no solo es la economía, sino que es la inclusión de gente en un proyecto que va a ser suyo”.
En una de sus últimas obras, un centro comunitario desmontable y móvil que se levantó en un asentamiento ilegal, la Cañada Real, que ahora mismo batalla con la administración local para recuperar el fluido eléctrico y regularizar su situación, participaron alrededor de 1.200 personas de varias nacionalidades. Incluso se encargaron trabajos a internos de una prisión madrileña que tenían vinculación con el asentamiento. Uno de los vecinos más comprometidos, José, de etnia gitana, de 46 años, recuerda cómo empezó todo: “Vino un arquitecto, le decíamos el jefe, y nos dijo que iban a hacer un centro comunitario, y esto está muy bien, para los niños, para nosotros, para todo mundo, lo mejor que han hecho en muchos años. Todos ayudamos esto ha sido muy bueno, lo mejor”.
La construcción del centro comunitario está contando en un documental que justamente se llama Permitido el paso. Cirugeda y su equipo se presentaron a un concurso público que había sido declarado desierto en dos ocasiones. Nadie quería meterse a construir en esta barriada que ha sido más conocida por el trasiego de drogas. Pero nada más simbólico que la obra haya ocupado un espacio donde antes se sembraba marihuana.
Otra seña particular del arquitecto es emplear reutilizar material en sus obras. Para el centro comunitario de la Cañada Real hurgaron en las bodegas del Ayuntamiento de Madrid y recuperaron escalones metálicos que pudieron ser reensamblados en la nueva construcción. “Le damos más vida útil a materiales, usamos mucho material para edificios que luego cumplen el código técnico europeo y español. Hemos hecho edificios con un 80% de material rehusado, a la gente le horroriza, pero la gestión de residuos es fundamental para nosotros”, cuenta.
Cirugeda acaba de ganar el premio Artista Comprometido de la Fundación Daniel y Nina Carasso, basada en España y Francia, y en 2015 recibió el Premio Global de Arquitectura Sostenible, y se convirtió en el primer español en entrar a formar parte de esta plataforma internacional. Todo eso le ha llevado a ser parte de la red de Arquitectura Colectiva, que reúne a más de 200 equipos como Arquitectura expandida de Colombia o Rotor de Bélgica.
En estos días pandémicos, Cirugeda está volcado en el diseño de aulas abiertas que se alejen de la normativa educativa. “Son espacios de reunión que
tienen una cubierta, tienen vegetación, unas tienen una sola pared, otras, dos, otras tienen ventanas rehusadas, son aulas abiertas al diseño”. explica.
Esas son las recetas que prepara ahora este arquitecto que no deja de prescribir soluciones para mejorar las ciudades y de paso la convivencia también.