Julia Wappenstein de Sevilla

Por: Caridad Vela
Noviembre-Diciembre, 2013

QUITO

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Julia Wappenstein de Sevilla

No es fácil describir personas multifacéticas que hacen de cada día una nueva aventura. Compartir con Julia es vivir emociones de variada índole. Si se trata de una conversación seria, ella tiene su opinión; si la idea es divertirse, es el gozo en extremo; si está en una discusión no pierde su compostura.

Mujer de hogar y de amistades duraderas, noble y auténtica, vive ajena a los sentimientos negativos y se nutre de lo positivo que la vida le ofrece. Escucha más que habla y sonríe constantemente, no por costumbre sino por decisión, aportando gratos momentos a quienes la rodean.

Su vida es un legado familiar. La genealogía de la familia Sevilla Wappenstein proviene de dos troncos con gran trayectoria en el país. Su padre, el Arq. Ovidio Wappenstein es protagonista de la arquitectura urbana que día a día apreciamos en el entorno; y su suegro, Gonzalo Sevilla, es la cabeza de Semaica, empresa responsable de la construcción de obras emblemáticas en el país.

Converso con ella en una etapa de transición en su vida. No sólo ha dejado la casa en la que vivió durante 23 años para mudarse a un departamento arrendado mientras construye su nuevo hogar, sino que paralelamente vive un proceso de cambio muy común en cierta etapa de la vida.

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El proceso de reinventarse para una nueva etapa incluye renovación en varios aspectos, entre ellos, espacios más adecuados al estilo de vida que se nos presenta

¿Tienes una marcada preferencia por el sector oriental al norte de Quito?

Sí, estoy totalmente acostumbrada a este sector. Mi infancia y adolescencia la viví en la Calle Guillermo Reis. Cuando me casé con Esteban Sevilla no se nos ocurrió buscar en otro sector y alquilamos una suite en la Av. González Suárez. Llegaron los niños y el espacio no era suficiente por lo que nos mudamos a una casa que fue de mis suegros, en la Calle Quiteño Libre. Era la típica casa con todas las comodidades de las familias antiguas, tradicionales, en la que vivimos durante 23 maravillosos años.

¿Qué te hizo dejar esa casa?

La vida tiene sus ciclos, y así como el crecimiento de la familia nos obligó a buscar espacios más amplios, hoy nuestros hijos son adultos y buscan su propio rumbo mientras nosotros nuevamente experimentamos la vida de pareja. El proceso de reinventarse para una nueva etapa incluye renovación en varios aspectos, entre ellos, espacios más adecuados al estilo de vida que se nos presenta. Decidimos buscar un departamento y fue una decisión maravillosa.

¿Cuáles son las diferencias entre vivir en una casa y en un departamento?

Tener una sola llave para entrar a tu hogar es fantástico. La seguridad es mayor cuando vives en un edificio si la comparas con lo que sucede en una casa, que tiene puertas y ventanas a nivel de la calle. Si bien la casa tenía jardín, desde esta altura tengo una espectacular vista de Quito. Nada es perfecto per se, es la actitud que mantienes lo que perfecciona cada aspecto de la vida. Estoy en una etapa de cambio y soy muy feliz.

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¿Es fácil adaptarse a los cambios?

Hay que saber enfrentarlos. La vida de pareja es maravillosa. Es de complicidad, comprensión y compenetración con esa otra persona. Sin embargo, cuando eres madre, el proceso de ver alejarse a los hijos es duro. La relación con mi hija Sofía, que fue la última en salir de casa, es extremadamente profunda y cercana, no fue fácil separarnos, pero ha sido lindísimo reencontrarnos con mi marido. Nos ha tomado un año sentir que nuevamente estamos integrados el uno con el otro.

¿Buscaste mucho para arrendar este departamento?

La verdad que no. La zona la tenía clara y buscaba un departamento temporal, para la transición entre la casa y el edificio en el que tendremos nuestro departamento, que pronto empezará su construcción. Es una experiencia positiva que ayuda a identificar lo que necesito para vivir cómodamente. Este departamento tiene áreas y distribución cómodas, pero carece de espacios prácticos como despensa en la cocina, closet para guardar ropa blanca o vajillas, y no tiene bodega.

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¿Qué resalta en esta decoración de transición?

Muebles con una historia que contar, orquídeas de diferentes tipos y obras de arte entre las que destaca un cuadro pintado por mi padre, Ovidio Wappenstein. Él, además de arquitecto es artista plástico, y mi madre, Betty Deller, hizo del arte parte de su vida al administrar una de las primeras galerías en la ciudad. Así crecí, rodeada de estética en una multiplicidad de manifestaciones.

¿Cómo imaginas tu nuevo departamento?

Con un dormitorio máster de buen tamaño y sala familiar muy cómoda y acogedora, pues es ahí donde transcurrimos la mayor parte del tiempo. Quiero grandes ventanales por donde entre luz natural y ventilación, una cocina con espacios prácticos; amplios closets en los dormitorios y, obviamente despensa y bodega. Afortunadamente el proyecto ya está en marcha.

¿Quién es el arquitecto?

Mi sobrino Lucas Correa, un arquitecto que tiene una hoja de vida impresionante. El edificio estará ubicado en la Av. Coruña, es decir que me mantengo fiel a mi sector de la ciudad, y los departamentos pronto saldrán a comercialización.

¿Cómo te sientes siendo hija del Arq. Ovidio Wappenstein, una leyenda viva en la ciudad?

Él siempre ha sido una persona honesta e íntegra. Admiro el amor que tiene por mi madre y por su familia; ha sido incansable en su constante lucha por tener un mundo más justo y pacífico; su gran calidad humana es un enorme legado para nosotros. En su vida profesional hizo arquitectura de avanzada, adelantada a su tiempo, que aporta a la ciudad. Todas sus obras son mis favoritas, no tengo una particular porque cada una es única. Supongo que este sentir es común en todas las hijas que estamos orgullosas de nuestros padres, y yo lo estoy del mío.

¿Influenció en tu vida?

Tanto así que para continuar con la oficina de mi papá decidí estudiar diseño de interiores. Era un rumbo que, sin pensarlo mucho, se marcaba con cierta claridad en mi futuro. Una de las asignaciones en mi primer año de universidad fue diseñar un Kinder Garden, y fue un desastre que me mostró que el diseño y la arquitectura son de mi padre y no míos. Como hija mayor me sentía comprometida con la continuidad de su labor, pero fue mejor que cada uno siguiera su camino. Entonces estudié Educación de Arte, algo que me encanta y lo disfruto.

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¿Dirías entonces que la influencia vino más bien por el lado de tu madre?

El arte y lo estético marcaron siempre un estilo de vida en mi familia. Mi madre fue la primera en traer artistas internacionales a Ecuador y en apoyar a los pintores nacionales a posicionarse, a lograr un nombre. Ella es una gran apreciadora de arte. Sí, indudablemente tengo su influencia, pero lo que más admiro es la gran mujer que siempre ha estado junto –no detrás- de mi padre. Lo ha convertido en un gran hombre, es su soporte y su pilar, es el complemento ideal.

¿A qué te dedicas ahora que tus hijos han crecido?

Estoy próxima a obtener mi Certificación de Coaching Personal, con algo de Programación Neurolingüística (PNL). Me gusta trabajar con la gente, apoyarlos para que descubran sus propias fortalezas y las potencien a su manera. Es fascinante lo que hay por explorar dentro de cada uno, los caminos por descubrir, las decisiones por tomar.

¿El coach es una especie de psicólogo?

Son totalmente lo contrario. El psicólogo analiza tu pasado, da respuestas a tus inquietudes y propone pautas de vida a través de terapia. El Coaching no es terapia. El coach se limita a hacer preguntas para generar una introspección personal, provocando una especie de acompañamiento en el proceso que lleva a la propia persona a lograr las metas que tiene planteadas. El coach te ayuda a trascender de una situación actual a una situación ideal, sin influenciar tus decisiones.

¿Qué buscas en esta etapa al reinventarte?

Cuando tienes 26 años de casada con la misma persona logras un gran nivel de compañerismo. Esteban y yo somos muy buenos amigos, solidarios, cómplices y compañeros; eso es lo que debe trascender a cada etapa de la vida. Hay mucho amor entre nosotros, pero sobre todo, respeto. Tanto así que Esteban es católico, yo soy judía, y cada uno ha mantenido su religión.

Y los chicos, ¿qué religión practican?

Hemos logrado educar a nuestros hijos en las dos religiones. Aprecian ambas, tienen la mente mucho más abierta, y son tolerantes en varios aspectos de sus vidas. Me casé por la iglesia en un entorno muy emotivo. La ceremonia se ofició con el Viejo Testamento y estuvo a cargo del Padre Jesuita Marco Vinicio Rueda. Se realizó en una capilla de Miravalle que había sido recientemente construida por mi suegro, y fue uno de los primeros matrimonios que decoraron mis cuñados, Cayetano y Mónica. Una boda muy sentida y emotiva para la que encontramos un respetuoso punto de encuentro entre las dos religiones y las dos familias.

Hija de arquitecto, esposa de ingeniero. ¿Cábala?

Coincidencia más que nada. Yo estaba en Quito en un año sabático mientras me cambiaba de universidad y de profesión. Una noche, en la Pizzería El Hornero de la Av. González Suárez, vi a Esteban. No lo conocía, ni siquiera sabía su nombre, pero decidí que me casaría con él. A la semana empezamos a vernos, y cuando se lo comenté a mi papá, coincidió que él había diseñado un edificio en la Av. Colón que Gonzalo Sevilla, padre de Esteban, estaba construyendo. Casualmente, Esteban trabajaba en la obra. La arquitectura de mi padre está en muchas de las obras construidas por Semaica, y el legado moral de las dos familias está en nuestros hijos.

En las obras, ¿te identificas más con la etapa de diseño o el proceso de construcción?

He vivido la construcción desde el diseño de planos, y cuando salimos de paseo normalmente es a verificar el avance de alguna obra. Muy pocas veces estoy en las fotos, pero sí está mi mano para medir la proporción con el ladrillo, mi pie para analizar la proporción de la puerta, o mi dedo para compararlo con algo más. Así ha sido siempre, porque con mi papá hacía lo mismo.

¿Alguna obra de Esteban a la que tengas especial admiración?

La Casa de la Música fue un proyecto muy interesante, único en el país. Fue concebido y construido con mucho amor. Doña Gi Neustaetter, quien donó el dinero para su realización, tuvo una gran relación de amistad con mis abuelos Deller, y ese sentimiento se transmitió a Esteban, a mí y a los chicos. El respeto a esa amistad honesta y profunda se plasmó en la construcción de la Casa de la Música.

¿Tus constantes inquietudes filosóficas han ayudado para que los procesos en tu vida se den más armónicamente?

He leído mucho, he asistido a diferentes seminarios de temas familiares y personales buscando vivir en paz y armonía. Mi filosofía de vida y mi personalidad rechazan las ataduras materiales, soy proclive a dejar ir. La verdad es que pensé que iba a ser duro cerrar la casa después de 23 años de haberla vivido, pero ese dejar fluir fue un alivio que se reflejó en nuevos aires en mi relación con Esteban. No fue solamente casa nueva, fue todo un proceso de renovación que, mirando retrospectivamente, nos hacía falta.

¿Cómo te sientes a estas alturas de la vida?

Bendecida y agradecida. Admiro la honestidad, integridad y tolerancia de mi marido; el respeto que mantiene hacia su familia y hacia todos quienes trabajan con él; esa humildad que a la final lo engrandece; su sabiduría para manejar conflictos y sobre todo su gran sentido del humor. Nos hemos reído mucho en nuestra vida juntos, y lo seguiremos haciendo porque es nuestra esencia.