Quienes transitan frecuentemente por el sector de la avenida 6 de Diciembre y Jorge Washington habrán notado el gran cerramiento de piedra y muro blanco que circunvala ambas calles. ¿Una embajada? ¿Una residencia? ¿Un lugar deshabitado? Desde la calle poco se puede apreciar su arquitectura, pues los árboles frondosos esconden muy bien los secretos de aquella magnífica residencia, la famosa Villa Celia.
Adquirida hace casi noventa años por Gonzalo Zaldumbide Gómez de la Torre y su esposa Isabel Rosales Pareja, la casona guarda una invaluable obra artística y literaria; además de la riqueza histórica que devela cómo vivió la burguesía ecuatoriana durante la primera mitad del siglo pasado. Del matrimonio Zaldumbide Rosales nació su única hija Celia, que desde niña creció rodeada de música, libros, pinturas y conversaciones intelectuales. Por eso no es de sorprender que en esta casa se fueran acumulando cuadros, esculturas, retablos, muebles franceses, literatura clásica…
Fue Celia la última persona que residió en la villa. Ella nunca se casó ni tuvo hijos. Una vez que fallecieron sus padres, permaneció en aquella casa como una especie de guardiana, protegiendo un lugar que ahora es patrimonio de la ciudad.
¿Qué sucede ahora en Villa Celia? Sus puertas se abren al público para ofrecer experiencias inolvidables, pero para llegar al momento actual de la casona es necesario retroceder a 1989, año en que se creó la Fundación Zaldumbide Rosales. Bajo la tutela de Celia, y con el respaldo de su familia y personalidades del medio cultural, se planteó un objetivo: mantener vivo el legado cultural de dos generaciones.
Para poner en perspectiva la magnitud de este legado es indispensable conocer primero a sus habitantes. Empezando por Don Gonzalo Zaldumbide, un reconocido escritor, embajador y ministro plenipotenciario, quien alternó su vida entre varias capitales como París, Londres, Washington y, en ese entonces Río de Janeiro. Aparte de dejar la novela más importante, Égloga Trágica, con su desplazamiento inició una colección única de arte contemporáneo ecuatoriano, latinoamericano y europeo. Su esposa Isabel Rosales, conocida como una de las “tres Musas de Guayaquil”, se crió en París durante la rica época del cacao. Fue una virtuosa pianista graduada del reconocido Conservatorio de París.
Esta majestuosa casa es hoy un destino de experiencia para quienes visitan Quito. Villa Celia ofrece desayunos, almuerzos y cenas de cocción casera al estilo ecuatoriano, a quienes quieran disfrutar de la magia que encierra un lugar que acoge mucha historia. Eventos para entre diez y veinticuatro personas se atienden en la famosa mesa diseñada en Francia, exclusivamente para Don Gonzalo Zaldumbide, por los famosos hermanos Leleu, situada en el centro de un espacio rodeado de arte, que se complementa con el deleite de los acordes de los mejores músicos del país. También ofrece atención a la hora del té, para grupos de hasta veinticuatro personas.
La experiencia invita a sentir un olor a antiguo invade, iniciando la visita con un paseo por cada rincón de esta casa que se encuentra perfectamente decorada, tal como la dejó su última dueña. En la sala principal hay muestras de la Escuela Quiteña y europea, cuadros del uruguayo Pedro Figari, y como protagonista un imponente piano de cola Pleyel con teclas de marfil. Los muebles pertenecen a la sobriedad del estilo francés de mitad del siglo pasado. En el salón de recitales hay otros pianos, incluso un piano de estudio que es una pieza poco común en este tiempo.
En el segundo piso, a lo largo de un extenso pasillo, está una muestra de la obra de los ecuatorianos Camilo Egas, Villacís y Rendón; así como del francés Honoré Daumier. Esa riqueza pictórica se complementa con una especie de paraíso musical. En una sala destinada a convertirse en musicoteca se mantiene intacta una colección de discos de carbón, otros de acetato, videos de ópera y CDs; y para escucharlos, un fonógrafo y una radiola. El salón de enfrente guarda una extraordinaria colección de piezas precolombinas. Al final del pasillo está la biblioteca, decenas de anaqueles en los que se puede apreciar literatura clásica, libros de música, de arte, y una exquisita colección culinaria, por mencionar algunos géneros.
Ingresar en Villa Celia es trasladarse en el tiempo y vivir un deleite sensorial. La casa no abría sus puertas al público, salvo para los recitales que Celia ofrecía a músicos del conservatorio o a sus propios alumnos para que brindaran conciertos en su residencia. Hoy está para el disfrute de todos quienes pretendan vivir en Quito una experiencia de otra dimensión, propia de sociedades cultas que aprecian el legado que una familia con historia cede a futuras generaciones.