Por: Andrés León

Fotos cortesía Fundación Municipal Turismo para Cuenca

André Breton, poeta francés, afirma que los latinoamericanos no necesitamos inventar el surrealismo, porque lo vivimos a diario. En Cuenca, ciudad de tonos sobrios y formas reservadas, hay un tiempo en el que dejamos la timidez, nos transformamos en seres festivos para esperar el nacimiento del niño más querido del catolicismo. La devoción tímida que reflejamos en los templos se transforma en fiesta, en amor de muchos colores.

¡Ya vino el viajero! Fueron las palabras que dijo doña Rosa Palomeque al ver llegar, en 1961, a Monseñor Miguel Cordero con la escultura de un Niño Jesús que había recorrido varios lugares del mundo cristiano: Tierra Santa, Roma, El Vaticano, donde fue bendecido por el papá Juan XXIII. Ese fue el año en el que empezó la tradición religiosa más importante de la ciudad de Cuenca, que se celebra todos los 24 de diciembre.

San Francisco de Asís fue el primero en construir un pesebre para festejar el nacimiento de Jesús Infante, y su creación se transformó en costumbre del mundo católico. Nunca imaginó un pesebre en movimiento, mucho menos en América.

El pase del Niño Viajero es organizado con tres meses de antelación por priostes y mantenedores, que dedican todo su tiempo para tener listo un evento que acoge aproximadamente a 40,000 personas, de las cuales más de la mitad van disfrazadas, dispuestas a acompañar la escultura durante todo su recorrido. Doña Rosa Palomeque, la señora que bautizó al niño, se convirtió en la primera mantenedora oficial de esta celebración hasta su muerte, en 2007. Luego pasaría a su hija y posteriormente a su nieta.

El pase consiste básicamente en que todos los barrios de la ciudad y pueblos aledaños participen conjuntamente de él, en especial los niños que se disfrazan de pastores y brindan sus ofrendas. Gitanos, personajes bíblicos, zaraguros, otavaleños, mayorales sobre caballos llenos de dulces junto a cerdos horneados con papas doradas, gallos de crestas rojas adornados con un ají rojo en el pico, y castillos de frutas en carros alegóricos vestidos hasta las llantas con mantas brillantes se dejan ver en una cuadra. En cien metros de calle, familias enteras van disfrazadas en comunión con el momento, en sintonía con el movimiento.

Más de 50 años se celebra esta tradición y al ser única en el mundo, ha llamado la atención de personas que no son habitantes permanentes de la ciudad. Su visita les permite participar de forma directa con la pasada al disfrazarse, e indirectamente siendo sólo espectadores. Es que hay tanto por ver, tanto color, texturas, formas, olores a incienso y mirra, villancicos tocados por bandas de pueblo o reproducidos en alto parlantes, niños cubiertos de túnicas brillantes, con alas, sin ellas, en sandalias. Todos en movimiento, orden en el caos, sonidos dispares en armonía, torbellinos de luz convertidos en colores.

SINCRETISMO

Los españoles impusieron en tierras andinas sus creencias y ritos, y para que sobrevivan tuvieron que adaptarlos a las prácticas de las culturas conquistadas. El pase del Niño Viajero es la muestra más clara de la conjunción de nuestras raíces andinas y la innegable herencia española. La idea de cómo debe verse un pesebre fue una imposición ideológica de los españoles, pero las personas que creaban ese espacio, añadieron símbolos propios de las culturas ancestrales. Esto permitió construir un sincretismo cultural, dirán los sociólogos, una fusión entre las culturas pre-coloniales y el catolicismo español, dando concepto y significado a cada personaje y símbolo del ritual. Para los que participan es más sencillo: es el día en que expresan su fe sintiéndose alguien más, el día en el que toda su devoción se convierte en bailes, cantos, gritos, comida, bebida; todo ese sentimiento convertido en fiesta para esperar el nacimiento de Jesús.

En todo rito hay personajes que destacan: El Ángel de la estrella abre la pasada, simula guiar a los reyes magos y pastores hacia la adoración del Niño Dios. Lo representa un niño vestido con una túnica blanca, cinturón dorado, y una batuta que lleva una estrella en la punta. Los negros son personajes representados por niños cuyos cuerpos están pintados con manteca y hollín, párpados y labios de rojo encendido. Las negras danzantes llevan una falda y blusa de colores fuertes, turbantes rojos, collares y aretes grandes. Este personaje da muestra de la diversidad que se construye año a año, donde ya casi no importa a quién se representa, lo valioso es participar de la pasada.

Mayorala y Mayoral son el símbolo de la abundancia, ellos cruzan la pasada en caballos adornados con cintas de colores, llenos de frutas, verduras y golosinas. Representan a nativos de la provincia de Cañar. Ellos guían al resto de pastores que llevan las ofrendas. Él viste pantalón de lana negro, alpargatas con cintas rojas, camisa blanca, poncho de lana negro o rojo, y en su cabeza un sombrero blanco de lana. La Mayorala lleva el cabello recogido en trenzas con cintas rojas, una pollera de colores muy encendidos y bordada en sus extremos inferiores sobre otra de lana sencilla.

Procesiones en honor al nacimiento de Jesús hay en todo el país, pero acá en Cuenca es una construcción social que involucra a toda la ciudad, una fiesta que no se puede contar sin pensar en colores, una tradición sostenida por el trabajo devoto de sus organizadores, que dejó de ser sólo para los creyentes, es para todo el que la quiere ver, pero sobre todo, para quien lo quiere sentir.