Por: María Fernanda Ampuero
No es sólo el clima: cálido todo el año, aunque especialmente agradable de mayo a octubre. No es sólo la comida: mariscos, pescados, frutas frescas y delicias a base de yuca, maní y plátano verde, como para decidir quedarse allí a vivir para siempre. No es sólo el río Guayas: un largo y ancho compañero de aventuras que recorre la ciudad de norte a sur, y asoma por donde menos te lo esperas, para darle a Guayaquil un aire de gigantesca ciudad flotante.
No. Es también, es sobre todo, su gente. Por eso, aunque seamos Pacífico, nos llaman Caribe, sí: “el último puerto del Caribe” porque algo hay de ese espíritu libre, cadencioso, carnavalesco, hospitalario, gozador y voluptuoso de los vecinos caribeños. Los Andes, su cultura del silencio y de lo inmenso, sus nieves eternas, a nosotros nos quedan muy lejos.
Los ponchos y el frío son estampas casi mágicas, ajenísimas, que se ven por televisión.
Guayaquil es otra cosa: sacar unas sillas a la calle para compartir una cerveza fría con los amigos, hacer la siesta en una hamaca, desayunar ceviche o encebollado, bailar salsa, navegar por el Río una tarde fresca, perderse por el barrio de Las Peñas y disfrutar de sus casas de colores, tan bonitas, tanto, que parecen de mentira.
Es decir, cosas por las que vale la pena vivir.
Como a los amores, Guayaquil se gana a sus visitantes por el estómago. Las opciones son infinitas, desde exquisitos restaurantes de alto nivel como Don Francis, donde es probable que sirvan el mejor atún del país, o Lo Nuestro, que mantiene desde hace más de veinte años su impecable carta de la gastronomía típica de todo Ecuador; hasta los más humildes, pero deliciosos,
El Patacón, con una imaginativa oferta a base exclusivamente de plátano verde, o El Sol de Manta, donde es un reto decidirse por un solo plato, ya que tienen algo de toda la Costa ecuatoriana con sus ceviches, encocados y cazuelas.
Para el postre, no hay una sola duda: Sweet and Coffee, la franquicia ecuatoriana que ya empieza a salir de nuestras fronteras por la calidad irrefutable de su café (ecuatoriano, claro), sus tentaciones dulces y saladas y por algo que no deja de llamar la atención: cada día son mejores. En la misma onda se encuentra Naturissimo, una cadena que ofrece la típica merienda guayaquileña: yogurt y pan de yuca. Simplemente delicioso.
El paseo obligado para todo visitante de Guayaquil es el Malecón Simón Bolívar: dos kilómetros y medio de paseo peatonal a orillas del río Guayas. Se puede empezar desde el Mercado Sur, una joya de la arquitectura de principios del siglo XX, y caminar hasta el barrio de Las Peñas, el más antiguo de Guayaquil, con el encanto de sus casas de fachada multicolor. En el camino la vista se maravillará con nuestros edificios más hermosos, como el Municipio o la Gobernación, y sitios turísticos como La Torre del Reloj o La Rotonda que recuerda el encuentro entre Bolívar y San Martín.
A lo largo del Malecón, se pueden tomar embarcaciones para realizar paseos diurnos y nocturnos por el río Guayas y mirar Guayaquil desde la perspectiva del agua. También, desde hace muy poco, se puede cruzar a la Isla Santay, a ochocientos metros de la ciudad, a pie o en las bicicletas que alquilan allí mismo para disfrutar de un ambiente completamente diferente al bullicio urbano. En la Isla se puede hacer senderismo, además de observar aves, mamíferos, reptiles y diferentes tipos de árboles y mangles autóctonos.
Qué encontramos?
La Isla Santay, a ochocientos metros de la ciudad, puede ser cruzada a pie o en las bicicletas que alquilan allí mismo.
Al caer la noche apetece siempre una cerveza bien fría. El mejor lugar para tomarla y disfrutar de música en vivo -jazz, rock, blues- es Diva Nicotina o, si se prefiere algo más moderno –electrónica, pop- y disfrutar de un cóctel, La Paleta es la mejor opción.
Los fanáticos de las compras no tendrán ningún problema en Guayaquil porque los centros comerciales se multiplican: San Marino o Mall del Sol, por mencionar dos, tienen tiendas de marcas internacionales, cines, patio de comidas y también uno que otro producto nacional.
Pero si de verdad se busca algo típicamente ecuatoriano, no puede dejar de visitar el Mercado Artesanal, donde se reúnen, bajo un mismo techo, trabajadores de cuero, lana, hilo, paja toquilla (nuestros famosos sombreros), made-ra, entre muchos otros materiales propios de la artesanía ecuatoriana. No olvide que allí, al contrario de los centros comerciales, sí se puede regatear.
Dicho esto, sólo queda una cosa: ¡Bienvenidos a Guayaquil!